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Por Magdalena Vinacur - Abogada de Familia, especialista en Niñez, de Colón (*)

Cuando Tomás conoció a Martina, no sabía que en su vida también entraba Mateo. Tenía apenas tres años, usaba medias de colores desparejas y decía “chalate” en vez de “helado de chocolate”.

Martina venía de una separación difícil. El papá de Mateo estaba, pero no. Llamaba de vez en cuando. Prometía visitas que no cumplía. Había meses que mandaba plata, y otros que no. En la agenda escolar, nunca había una firma de él. En las fotos de los actos, tampoco.

Tomás empezó por los bordes. Lo llevaba a la plaza, le armaba torres de cubos, le leía cuentos de dragones y astronautas. Mateo lo llamaba “Tomás”, simplemente. Pero un día, después de una noche con fiebre, cuando Tomás le alcanzó el jarabe, Mateo lo miró y le dijo: -Gracias, papá. Tomás se quedó helado. No corrigió. Solo lo abrazó.

Los años pasaron. A Mateo le crecieron las piernas y los “chalates” ya se convirtieron en helado de chocolate. Tomás lo acompañó a sus primeros partidos de fútbol, le enseñó a andar en bici, estuvo en la primera reunión de secundaria. Lo retó cuando tuvo que hacerlo. Lo esperó cuando volvió tarde. Estuvo. Siempre estuvo.

Un día, ya con once años, Mateo le dijo a su mamá, ¿por qué no puede ser mi papá de verdad, si es el que siempre está? Y ahí apareció una palabra que parecía enorme, pero que en realidad estaba hecha de las cosas más simples: de desayunos compartidos, de abrazos, de presencia.

Adopción.

Adopción por integración.

Porque sí, la ley contempla que cuando una pareja cría, ama y se compromete con el hijo o hija del otro, puede (si se dan ciertas condiciones) adoptar. No para reemplazar a nadie. No para borrar el pasado. Sino para darle forma legal a algo que ya es real.

Hoy, Mateo lleva el apellido de Tomás. Y en su documento, dice que él es su papá. Pero para ellos, lo importante nunca estuvo en el papel. Estuvo en el día a día. En estar. En elegir. En cuidar.

Porque a veces no hace falta dar la vida, sino elegir estar… para toda la vida.

(*) Tomás, Mateo y Delfina tienen en realidad otros nombres. Pero siguen juntos y son una familia hermosa.

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