No es nuestra intención efectuar su nota necrológica, que tendría que dar cuenta de una, en cierta forma, lastimosa biografía y los medios escritos, radiales y televisivos se han ocupado de ello; ya con una cuidada objetividad, que atiende a la aparente necesidad de señalar cosas sin mencionarlas de una manera explícita; ya con una malevolencia de la que no es merecedor ningún muerto y que es una manifestación de un resentido ensañamiento.
Antes de seguir, quisiéramos hacer referencia a dos tipos de circunstancias opuestas, con las que curiosamente se enfrentan de manera repetida los seres humanos durante su existencia.
Se trata en un primer caso de los sucesos que golpean a quienes han pasado su vida desparramando favores a diestra y siniestra en forma casi permanente, personas que sin embargo cosechan el enojado disfavor de quiénes, una y otra vez han merecido ese buen trato, como reacción frente a la excepcional circunstancia de que una vez no hayan estado en condiciones de hacerlo, lo que lleva al hasta ayer agradecido a considerar que se le "ha fallado".
Mientras el segundo se refiere a quienes -se habla aquí más de personas que de sus circunstancias- pasan su existencia haciendo macana tras macana –dicho esto de la manera más suave posible y buscando disimular lo que con justicia es merecedor de adjetivaciones mucho más duras y hasta enormemente severas- y parece perdonárseles todo, o al menos enterrar en el olvido sus pequeñas y grandes maldades.
Todo ello junto a los que se cuidan de caminar por el camino recto, y a la primera falla o al primer renuncio, poco menos se le abren las puertas del infierno.
Se nos ocurre que a María Julia Alsogaray no le ha tocado vivir el primer tipo de circunstancia, dado que no la imaginamos –aunque podemos equivocarnos- como una de esas personas que han vivido haciendo favores. Pero sí, hasta cierto punto, le cabe ser encasillada en el tipo humano al que más arriba nos referíamos y al que en la jerga cotidiana se alude como personajes combustibles, sin ropajes de amianto y con pieles totalmente limpias de teflón.
No es nuestra intención efectuar aquí su apología, pero corroborando lo que acaba de exponerse cabría, solo como detalle, hacer referencia a que a Alsogaray se la ha tenido –y con razón- como un "ícono de la corrupción de la época menemista" mientras que a Carlos Saúl Menem, el jefe que dio su nombre a la década de los 90, se lo ve ahora como una suerte de Cid Campeador en su batalla postrera; acunándolo en el Senado de la Nación, mientras la verdadera hecatombe vivida en Río Tercero durante su presidencia, sigue clamando por su esclarecimiento y la justicia plena –tan difícil de lograr entre nosotros- que es su consecuencia.
Con lo que no queremos decir que María Julia Alsogaray no haya delinquido, ni que no lo haya hecho Menem, sino que ellos no fueron los únicos protagonistas de una época en la que "se robaba para la Corona", pero en la que también había muchos que lo hacían y no precisamente para la corona.
De allí, volviendo atrás y explicando esa falta de perdón, el que en realidad debería revestirse de una profunda lástima, es necesario recordar cómo María Julia Alsogaray "lo tuvo todo y se quedó sin nada, o al menos sin lo principal que es el honor", aunque al parecer, y a estar a los dichos de personas cercanas, logró la Misericordia de "morir en paz".
Lo tuvo todo en cuanto nació en el seno de una familia que se describe como "bien constituida y acomodada", tuvo inteligencia y acabada formación profesional, a lo que podría agregarse como un favor, el de no ser precisamente mal parecida. Sin embargo lo perdió todo por ser dominada por la desmesura, eso que los griegos conocían como "hybris", que nosotros conocemos por orgullo y que en el Libro del Génesis se expresa con la tentación de la serpiente a Adán y Eva: "seréis como dioses". . .
De cualquier forma la culpa más grande y hasta cierto punto irredimible que cabe atribuirle a María Julia Alsogaray es haber pertenecido a esa categoría de personas ideologizadas hasta un extremo de rigidez que, con el contraste que exhiben entre lo que enseñan casi como un catecismo, y su real manera de vivir, terminan cuando menos defraudando y en otro extremo corrompiendo a una juventud que se acerca a ellos con la convicción que puede aportar para que todos vivamos en un mundo mejor.
Un fenómeno también observable en el extremo opuesto de la izquierda política, en la que junto a respetables y reconocidos socialistas auténticos, están los que peyorativamente se nombra como (falsos) "izquierdosos".
Algo que en el caso de María Julia Alsogaray llevó a que en su mismo ámbito se movieran personajes notorios como Amado Boudou, Sergio Mazza o Emilio Monzó, quienes, como es sabido, han recorrido hasta la actualidad trayectorias políticas todas ellas encumbradas pero a la vez distintas.
Se ha podido escuchar que en alguna ocasión habría dicho María Julia Alsogaray a un periodista que "el funcionario es esencialmente coimeable y vos caes en esa tentación, pero el sistema es así. Hay que cambiar el sistema". Hay que cambiar el sistema y acabar con un Estado que entre otras cosas es "coimero" en cuanto lo hemos venido convirtiendo en instrumento de corrupción.
Por eso es de desear que esas palabras que afirman ser suyas no se las vea como una muestra de cinismo, sino como la asunción sanadora de sus culpas.
De cualquier manera, cabe una última reflexión que tiene que ver con la forma pendular en la que se mueve nuestra sociedad, y que lleva a que el hombre común termine aprisionado por las obsesiones de las posturas extremas, asumidas por cohortes de iluminados, que a su modo son fundamentalistas. Portadores de un mensaje simplista en cuanto simplificador, a quienes se les escapan –porque su militancia no se las permite ver- las complejidades de la realidad. Formas de abordar las cosas, que tantos dolores y daños nos han provocado y lo siguen haciendo.