La lectura de un libro de Juan Bautista Alberdi, en el que el gran tucumano y una de las mentes más lúcidas que alumbrara nuestra geografía, de cuyo contenido hace ya mucho disfrutamos, nos ha llevado a mirar a San Martín al trasluz de las circunstancias que quedaron remarcadas, de una manera que debería conmocionarnos.
Antes de hacerlo, siguiendo con Juan Bautista Alberdi debemos señalar que su prosa clara viene acompañada de un contenido de igual tenor, con el añadido de que con su lectura nos está dando motivo para una reflexión acerca de lo que cabe considerar que significa hoy, para nosotros, tanto San Martín como lo que significaría su siempre presente muerte.
Claro está que, a pesar de todo lo indicado, fallamos en la comprensión del pensamiento alberdino ya una vez, en cuanto en tantas ocasiones dejamos incumplidos los preceptos de la Constitución Nacional de 1853, por lo que se hace presente el sano temor de no volver a hacerlo. Se presupone que es, el así expuesto tan solo un punto de vista, que es el nuestro. Ya que hubo quienes no lo quisieron en vida, y se la siguen tomando con él después de muerto. Como es el caso de Ignacio Anzoategui, un nacionalista de fuste del pasado siglo, que trató de percudir la memoria del prócer, incluyendo en un irónico panfleto literario que ya con su nombre –Vida de muertos ilustres- lo dice todo, en el cual afirma –citamos de memoria- que "Alberdi dijo: gobernar es poblar y se quedó soltero" (una verdad a medias, ya que si no se casó, ello no le impidió tener un hijo con el que, según alguno de sus biógrafos, mantuvo una compleja relación).
Aunque en realidad nos estamos saliendo del tema, ya que el propósito sino inicial, el que acompaña al primero, es mostrar de qué manera veía Alberdi a un San Martín que no estaba en el bronce, sino un ser de carne y hueso, ya que sin ser coetáneos, en su vida habían coincidido muchas veces en los mismo lugares, en especial en los últimos años de la vida de este último, en ocasión en que Alberdi se movía en territorio europeo por las misiones diplomáticas que nuestro gobierno le había encomendado. Todo ello como forma de ayudarnos a reflexionar acerca de cómo ahora nos tocaría verlo a nosotros.
De allí que en un tono que en ningún momento deja de ser respetuoso, al ocuparse de la trayectoria sanmartiniana, Alberdi sino lo "desmitifica" porque esa no era su intención, lo hace descender del pedestal en el que los argentinos en algún momento, con total justicia, lo hemos colocado.
Y al respecto, debe señalar que lo medular del juicio de Alberdi respecto a nuestro prócer máximo, pasa por negarle "ser el libertador de nuestra patria" en cuyo territorio triunfó tan solo en un combate y no en batalla alguna. A lo que agrega que si bien le cabe la mención de Libertador de Chile, de Perú habría sido tan solo Protector, ya que después de Guayaquil a Simón Bolívar le tocó completar la labor por él emprendida. Al mismo tiempo que le enrostra haberse desviado su epopeya de lo que él supone había sido su verdadero objetivo, cual era que mediante una "estrategia de flanco, y de flanco de largo alcance" recuperar para nuestra patria a las provincias del Alto Perú, que como es sabido terminaron por convertirse en un estado independiente bajo el nombre de Bolivia.
Por nuestra parte, sin entrar en pormenores que pueden parecer minucias o reavivar inconducentes discusiones, cometemos la osadía de indirectamente corregir a Alberdi, señalando que en lo que él encuentra falencias en su accionar o títulos que no le caben, se hace presente la verdadera grandeza de San Martín, el que al actuar como lo hizo y en la forma que lo hizo, debe ser visto no solo como un gran militar, sino que, ampliando la manera de enaltecerlo, habría que considerarlo como un formidable estratega político, sin que el mismo lo pretendiera, y ni siquiera se le ocurriera imaginarlo.
Es que la característica de un auténtico estratega político – no de los remedos que hoy lamentablemente más que tener, nos sobran– se encuentra la que nos viene a enseñar que se hace indispensable partir desde el presente con el objetivo primordial de poder atender adecuadamente un futuro, tan lejano que más que ser entrevisto tan solo se lo imagina. A diferencia de lo que sucede con los dirigentes de hoy, y también de los dirigidos, que al dar cuenta de una miopía que los vuelve de mirada corta en cuanto a su alcance, el día a día, los lleva, y nos lleva, a desentenderse del futuro y aferrarse al pasado.
A lo que debe agregarse dos circunstancias destacables. La primera tiene que ver con un lema suyo, cuando no mal comprendido lisa y llanamente incomprendido, cual es aquél que advierte que "serás lo que deber ser, o si no, no serás nada". Con lo cual se viene a señalar la necesidad sin pausa de un nivel de exigencia extrema para consigo mismo y para los demás, tanto en lo que hace a la necesidad de que cada uno elija metas tan altas como las que puede alcanzar con el ejercicio al máximo de una capacidad tesonera, como que la nación plasme con objetivos de iguales niveles de exigencia, lo que debe ser su empresa común.
Y a ese respecto, como consecuencia, resulta imprescindible más que hacer lo que se entiende como "acallar las pasiones" es procurar reorientarlas de manera de conciliarlas, haciendo así no solo posible sino también más eficaz el esfuerzo que exige toda empresa común.
De allí que al atrevimiento de intentar unas sesgada corrección a Alberdi, cabría agregar la convicción que en realidad San Martín no ha muerto sino que lo vemos seguir muriendo, sufriendo por nuestras carencias ciudadanas, las que para ser superadas necesitan tanto de una elevada disposición de espíritu como de todo nuestro esfuerzo.