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El Senado y un golpe a la confianza
El Senado y un golpe a la confianza
El Senado y un golpe a la confianza
No fue una buena semana para el proyecto de la libertad, ni tampoco una buena semana para sostener un discurso recio contra la casta.

Celebrar sondeos de opinión favorables al Presidente, y actuar como si nada de lo que el Gobierno hace tuviera un costo político, supone una apuesta de corto plazo que probablemente genere pérdidas en el largo plazo. Al votar, la gente no eligió que las cosas siguieran como hasta entonces, sino un cambio radical. La gente sacó al kirchnerismo del poder. A Milei le toca guiar al país hacia un futuro diferente, el que prometió.

Ese futuro, hasta el día de hoy, sigue más en el discurso que en la práctica. Y esto no está referido a la recesión ni a la inflación, suficientemente anticipados a una población que, mayoritariamente, tiende a tolerar estos males y los entiende como los costos inevitables del ajuste que se hace para cimentar condiciones fiscales, financieras, monetarias y cambiarias que permitan imaginar un futuro mejor.

Claro que el paso del tiempo actúa como un esmeril sobre el aguante popular. Los precios que siguen en alza, a un ritmo menor, pero para nada normal, y las mayores tarifas de los servicios públicos, que derivan en facturas cuyo valor se triplica de un mes al siguiente, son golpes fuertes a la confianza popular.

Que esta semana los senadores se hayan más que duplicado las dietas le propinó un duro golpe a la confianza. En medios de comunicación tradicionales y en redes sociales hubo dos tipos de lectura: una que dice que la casta volvió a hacer de las suyas, y otra que dice que el gobierno arregló con los senadores a cambio de la aprobación de la Ley Bases. Ni una ni la otra es una lectura buena para el Gobierno. En la primera luce incapaz de hacer lo que prometió, y en la segunda, peor aún, actúa igual que los políticos tradicionales. Habrá que esperar unos días para ver si este asunto tuvo algún costo sobre las mediciones de popularidad presidencial.

¿Cuánto más aguantará la idea de que el ajuste vale la pena, si se impone la percepción de que el ajuste, basado en licuación de ingresos reales y mayores impuestos, no es acompañado por la casta? En todo Gobierno, el tiempo desgasta de manera inevitable al Presidente. Cada vez parece más necesaria una recuperación económica a corto plazo, que permita que los ingresos comiencen a recuperar terreno en términos reales y que la erosión de la popularidad sea lenta.

El asunto está en que la recuperación será difícil de lograr con controles de precios y cepo cambiario propios de otros gobiernos que precedieron al de Milei. Por ahora, la libertad, aunque pueda ser deseada, parecería no ser juzgada como políticamente conveniente por los asesores del Presidente. Controles de precios y salarios, además del cepo que mantiene todos los ribetes simbólicos del massismo, no son políticas afines a las ideas de la libertad. El aumento de las dietas de los senadores añade el problema de que las cosas tampoco transcurren de acuerdo con el discurso anti casta del Presidente.

El ajuste que permitió el nada despreciable logro de tener superávits gemelos (fiscal y de cuenta corriente). Era inevitable para empezar a pensar en una etapa posterior, de estabilización. Sin embargo, su sostenibilidad comenzará a ser mirada con recelo si el costo recae de manera desmedida sobre el sector privado. Es necesario que las reformas estructurales contenidas en la Ley Bases pasen del mundo de las ideas al mundo concreto.

Es necesario darle sentido y sensación de transitoriedad al ajuste, y también a los controles cambiarios y de precios, y a ciertos modos kirchneristas de gobernar, para que la fe popular no se pierda. Que el Presidente se mantenga popular dependerá, cada vez más, de la adopción de mecanismos nuevos, más propios del espíritu de libertad que representó Milei cuando fue elegido, y menos del cuidado por la política que parecería guiar las decisiones de hoy.
Fuente: El Entre Ríos

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