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Y nuestras consideraciones de entonces, pasados de ese momento treinta años, conservan su vigencia.

Cuando en 1983 El Entre Ríos alcanzó sus primeros cien años

Toda conmemoración tiene un carácter ambiguo. Indudablemente en esta materia es fundamental el acento o perspectiva con que se aborda aquello que se va a memorar.

Podemos volvernos nostálgicos, centrándonos en lo que ocurrió, tratando de revivir, de la manera más fiel posible, el acontecimiento inicial. O se puede utilizar a éste como pretexto para el balance de lo hecho, en ese largo camino que va desde el acontecimiento primigenio hasta el actual. O también, y por último, tratar de valorar la circunstancia presente contrastándola con el designio inicial.

Porque es así en toda conmemoración, la nuestra participa de esa cualidad. y si, de nuevo ello es así, ¿qué es hoy, en nuestro centenario, lo que resulta más importante? ¿El acto entre esperanzado y optimista de Apolinario Sanguinetti, cuando en un Colón que era poco más que una aldea acometió la empresa de dar a la comunidad una nueva hoja escrita? ¿O el recuerdo fatigoso del cúmulo de esfuerzos y de logros, de trabajo y de perseverancia, de fracasos y decepciones que se fueron acumulando a lo largo de los días y los años, en esa trabajosa tarea de registrar acontecimientos grandes y pequeños y de opinar una y otra vez sobre una realidad que parece al mismo tiempo cambiante e inmutable? ¿O la realización de esa básica y primera autocrítica que nos lleva a preguntamos si hemos sido fieles al designio de nuestro fundador?

Las preguntas están allí, de esa manera formuladas. Pero al hacerlo ‘la ambigüedad primera desaparece, en una única respuesta que resuelve el dilema con claridad. Porque si hemos alcanzado los cien años, es porque Apolinario Sanguinetti acertó en su propósito; es porque el esfuerzo valió la pena y arrojó su fruto, es, en suma, porque supimos mantenernos fieles a la intención inicial.

Lo anterior, dicho con una objetividad que aparece como capaz de vencer a la vez a la falsa humildad y la sobreestimación fuera de lugar. Es conocido que nuestra fundación se produjo muy poco tiempo después que la de nuestra ciudad. Es también sabido que el ejercicio del periodismo en una pequeña comunidad como la nuestra se ve constreñido de una manera, que va más allá de lo meramente material. Mientras tanto, somos conscientes que, habiendo acompañado, como lo hemos hecho, a Colón en su marcha desde su misma niñez, nos hemos vuelto una parte pequeña, pero no por ello exenta de valor, de su vida cotidiana.

Como somos conscientes también que el periodismo lugareño más que informar, tiene por misión fundamental confirmar lo ya ocurrido y por la mayoría conocido, así como valorar lo que ocurrió. Tarea que hemos ejercido con prudencia a la hora de informar y con responsabilidad en el momento de juzgar, de una manera que si no siempre ha contentado a todos, creemos ha logrado ganar el respeto de quienes, aun pudiendo disentir con nuestra forma de enfocar la realidad, por ser honestos, la han visto sin embargo cimentada en la consecuencia y la honradez.

Hace cien años nacíamos como fruto nuevo de una joven ciudad. Tanto la una como el otro resultábamos un componente más de una empresa en acción, que abonada ideológicamente por la creencia en un progreso lineal e indefinido y cimentada materialmente en la feracidad de nuestras tierras y en el trabajo del inmigrante, tenía como objetivo plasmar una cierta idea de nación. Todo parecía posible en la medida que todas las posibilidades aparecían abiertas.
Cien años después, vivimos lo que aparece como el bestial aborto de ese sueño, convertidos en una sociedad angustiada por un futuro que aparece incierto, y con el prematuro envejecimiento propio de quienes creen sus posibilidades bloqueadas.

Entretanto, nosotros estamos donde estuvimos ayer. Desde nuestra modesta posición y con el mesurado realismo propio de una labor periodística honrada, ayudamos entonces a mirar detrás de la utopía del progreso, a las cosas concretas sobre las que había que trabajar y a las que había que hacer crecer: el edificio de la iglesia, un nuevo pabellón para el hospital, el puerto y sus vaivenes, los tropiezos de la conservación de los caminos rurales, los problemas de una creciente producción y el papel de la municipalidad en una comunidad, las bases ineludibles de una sociedad libre y abierta, la defensa, en suma, de la república como la forma más valiosa de organizar la convivencia humana.

Hoy seguimos en lo mismo, aunque todo pueda parecer distinto, ya que ahora se trata de mirar detrás de las confusiones, decepciones y mentiras de la hora, trabajando sobre cosas concretas que esperan una vez más de nuestro esfuerzo para enderezarse y fructificar

Quiera Dios que los hijos de nuestros hijos -para repetir el bíblico ritual- puedan decir lo mismo en cien años más

Treinta años después de los primeros cien

Las incertidumbres e inquietudes que pusimos de manifiesto en ocasión de nuestro centenario lamentablemente no solo subsisten, sino que se han agravado a lo largo de estas décadas. Sobre todo atendiendo a las dificultades que enfrenta la presa independiente, la que día a día ve incrementadas sus dificultades no ya para mantenerse a flote, sino literalmente para no desaparecer. Es así como en estos momentos se pueden contar con los dedos de una mano –e incluso todavía pueden sobrar- los que no han pasado a manos de empresarios amigos del gobierno y como consecuencia de ello se han alineado detrás del relato oficial.

Una circunstancia que no impide que sigamos adelante esperanzados y con la determinación de no bajar los brazos.- Es que si bien los tiempos son difíciles nuestro país cuenta con posibilidades de resurgir rápidamente con la necearía rectificación en materia de políticas de estado, sobre todo de lograrse el restablecimiento de la concordia social.

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Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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