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Nos proponemos mostrar la otra cara de las organizaciones sociales, que los gobiernos se empeñan en ignorar o distorsionar. A la vez, preguntarnos por la raíz de las meneadas interrupciones del tránsito, para superar el régimen de desconfianza que hoy es norma, apelando al arte de saber escuchar y a las medidas creativas, que hoy brillan por su ausencia. Así empieza la nota de opinión del periodista entrerriano Daniel Tirso Fiorotto, que El Entre Ríos reproduce a continuación.

Todos los sectores políticos de la Argentina coinciden en que, para desembocar en el actual sistema pleno en pobrezas, deudas, zozobras y violencias, los sucesivos gobiernos cometieron errores. Sólo que cada cual se auto excluye del listado de responsables.

Hace algunos lustros un estudioso de la educación argentina descubrió que sus compatriotas estaban convencidos de la crisis educativa, y la mayoría sostenía a la vez que eso no alcanzaba a su casa, a sus hijos. La constante argentina es clara: los problemas están, pero afuera, las responsabilidades les caben a los otros.

Así las cosas, si la historia reciente del poder es una colección de torpezas y engaños y robos de toda índole (en lo que están de acuerdo las mayorías de los políticos), ¿por qué a algunos sectores les cuesta comprender el florecimiento de las organizaciones sociales en este mar de incertidumbres? ¿Por qué a aquellos que supieron escuchar y atender auténticas demandas sociales, en vez de aplaudirlos los queremos ladear como chiripá pa’ mear?

Las organizaciones nacieron para crear comedores públicos, reclamar trabajo y techo, protestar contra los gobiernos, o pedir una contención para los más vulnerables, un “plan” que los ayudara a capear el temporal. ¿Debieran ser castigadas o premiadas? ¿Y si esas organizaciones aceitaran el camino hacia el trabajo decente, que el sistema ha negado a tantos?
El protocolo
Claro: hay vicios de todo tipo en la política, en los sindicatos, en las corporaciones, en la economía como en los medios masivos. Qué decir del mundo financiero. Y también obviamente en las organizaciones porque están compuestas por seres humanos, y porque no pocos grupos intentan protagonizar la sociedad no sólo en función de la caridad y la atención de los caídos, sino con vistas a presentar modelos distintos de los habituales, una contestación esperable al fin, y en eso toman métodos políticos deplorables.

Ahora, si nos detenemos en los vicios, ¿quién se anima a tirar la primera piedra? En verdad, esos vicios de algunas organizaciones sociales se tornan anecdóticos si en vez de ser selectivos los miramos en el conjunto de vicios del país, empezando por los de la patria especulativa y la patria contratista.

En la medida en que tantas gestiones de gobierno iban fracasando, modificaban la estructura social de muchas ciudades. Por eso no bastaron los mil partidos y sindicatos para atender los problemas ecológicos, y surgieron mil asambleas. Por eso no bastaron los mil partidos y sindicatos para atender los problemas de indigencia y pobreza, y surgieron mil organizaciones populares. Los piqueteros. Con décadas de relaciones sui géneris, ¿en qué cabeza cabe borrarlos de un plumazo?

Nadie ignora que las permanentes interrupciones del tránsito resultan ya un arma desgastada; hay casos en que quince personas se animan a cortar una avenida por un problema muy puntual. Un desatino. Ahora bien, ¿es un problema argentino? ¿O un problema principalmente de Buenos Aires Ciudad y Provincia? ¿No convendría acotar los problemas, en vez de inflarlos?

De corazón: los sectores que más cortaron rutas en Entre Ríos son simpatizantes del gobierno actual. Recordamos los cortes de ruta en Chajarí, emblemáticos, contra medidas del gobierno de Carlos Menem y de Fernando De la Rúa. Los cortes en cercanías de Gualeguaychú, contra medidas del gobierno de Cristina Kirchner. Los cortes del paso internacional, en el puente con Fray Bentos, por años, en tiempos de Néstor Kirchner, por ejemplo.

De manera que, si de Entre Ríos se trata, las prevenciones de la ministra Patricia Bullrich parecen dirigirse más a piqueteros agropecuarios y ecologistas que a piqueteros desocupados. Y nadie ignora que tanto los citricultores como los sojeros, los ecologistas, los desocupados, los críticos del endeudamiento público o los manifestantes contra la dictadura, han realizado aquí manifestaciones multitudinarias.
¿Por qué cortan?
Ahora, la pregunta central: ¿por qué las asambleas y las organizaciones, además de marchar por las calles, a veces las cortan? Y la respuesta con otra pregunta: en la Argentina, ¿alguien escucha a las asambleas y las organizaciones cuando marchan y no cortan?

El gran problema argentino está originado en el poder político, judicial, económico, corporativo, que no responde mientras los manifestantes no impiden el tránsito. ¿De quién es, entonces, el vicio: de los que reclaman o de los que no escuchan? Si los entrerrianos hubiéramos cortado el acceso al Túnel para protestar por la cartelización de la obra pública, ¿los gobiernos y los fiscales hubieran escondido como escondieron ese vicio?

Los cortes serán superados paso a paso a medida que los gobiernos empiecen a abrir sus orejotas ante las razones.

En la Argentina, y en Entre Ríos, hay que decirlo: si un grupo de diez mil integrantes entrega al gobierno tres tomos de argumentos sólidos para superar un problema, la respuesta de los gobernantes y de los medios masivos será el silencio, el ninguneo. Lo hemos experimentado tantas veces que ya podemos considerarlo una ley. Y si un grupo de cincuenta integrantes corta una ruta, la respuesta será rápida en los medios y en los políticos.

Y bien: la Argentina de estas décadas cambió. Antes había partidos y sindicatos. Ahora hay asambleas, ahora hay organizaciones populares. Las respuestas que los partidos y los sindicatos no supieron dar, por muchas razones pero empezando por la asombrosa compartimentación que sufre nuestra sociedad, donde cada cual atiende temas muy sectoriales y se desentiende del conjunto; esas respuestas fueron buscadas mediante otro tipo de encuentros.

Los sectores políticos atendieron a las asambleas hasta salir del barullo, para luego darles la espalda. Ocurrió también con las empresas recuperadas.

Por supuesto: esos grupos sociales no vienen de un repollo. Muchos fueron promovidos por personas con propuestas políticas definidas, críticas del sistema como es lógico. Entonces se cae de maduro que no se quedarán de brazos cruzados frente a gobernantes que los maltratan.
Sin presente
Unos y otros, hay que decirlo también, están muy ocupados en defender su relato histórico y sus probables influencias para el futuro, y en eso descuidan el presente. Hay ciudades en Entre Ríos con siete de cada diez niños bajo la línea de pobreza, cuando miles ya se marcharon del territorio por falta de oportunidades. Y es tan precario el sistema económico que son mayoría los niños alimentados por el estado, como miles los jóvenes aspirantes a planes, por falta de trabajo. El fracaso de los gobiernos es estrepitoso, y sin embargo cada gobernante se despide llamando “deber cumplido” a la farsa.

Abramos pues un paréntesis para evaluar este vicio común, compartido por gente que parece estar en las antípodas: en la política argentina se vive una guerra permanente sobre el pasado y sobre el futuro, con alto descuido del presente. Es una corrupción colonial que ataca por todos los frentes y tiene como fuente y destino la fragmentación. Importa menos la realidad que la posición de cada cual defendiendo su trinchera. Importa menos la realidad que el relato.

En vez de comprender la historia, la peleamos, cada cual desde su partido. Y convalidamos así la definición que hiciera de la Argentina un historiador estadounidense: lo que prevalece, y en ello están casi todos de acuerdo, es la exclusión del otro. Para algunos, el sistema representativo está agotado. Para otros, el sistema no funciona sólo cuando el que gana las elecciones es el adversario… Es un trastorno social, un distanciamiento, un enredo en la desconfianza.
¿Quién escucha, en la Argentina? ¿Y es sólo el otro, el que no escucha?

Por supuesto: escuchar no equivale a obedecer, ni a cambiar necesariamente; pero los argentinos, entre violencia y violencia, hemos ido perdiendo la capacidad de escuchar a pleno, hondamente, con serenidad, a corazón abierto; escuchar todo y no sólo la parte que nos conviene para refutar fácil o descartar. ¿Quién escucha los saberes de las comunidades ancestrales, que dan respuestas antiguas a problemas de hoy? ¿Son sólo los gobernantes, los que no escuchan?

En vez de procurar consensos empujamos para buscar una mejor posición en el tire y afloje. ¿Y el presente? Bien, gracias. En el aquí y ahora mandan el empobrecimiento y la destrucción de la biodiversidad.

Tal vez desde algún lado estemos a tiempo de proponer una vuelta al aquí y ahora, para empezar a practicar el verbo escuchar, escucharnos los unos a los otros, en vez de prometernos palos a los cortes, cortes a los palos, y puteadas a boca llena, que es lo que se impone por ahora. No sólo los gobernantes, pero empezando por ellos, ¿nos sorprenderemos un día con algo más creativo que las amenazas? ¿No aburre un poco, esto de repetir los modos? ¿Y si nos levantamos un día con las orejas destapadas y descubrimos que ese otro, cuando abre la boca, habla? ¿Y si un día nosotros, los desconfiados, asumimos los riesgos y empezamos a practicar también la confianza en el otro?
Fuente: Análisis Digital

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