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Debemos tomar conciencia de nuestras actuales dificultades para poder superarlas

Nuestra sociedad civil debe encontrar la forma de superar todo lo que está mal entre nosotros. Esa es la única manera de no perder el tren de la historia, sobre todo cuando todo lleva a suponer que el mismo en que amagamos ingresar, puede ser, como más abajo veremos, el último tren.

No debe verse en este señalamiento una expresión desesperanzadora sino tan solo una suerte de zamarreo, que nos lleve a tomar conciencia de las dificultades actuales y hasta qué punto estoy convencido de que somos capaces de superarlas. Los argentinos nos caracterizamos por nuestra capacidad individual para destacarnos en los más diversos campos, de lo que hemos dado y seguimos dando sobradas pruebas, algo que por otra parte es reconocido mundialmente. ¡Si hasta hemos dado al mundo un Papa!

De lo que se trata entonces no es otra cosa que transformar esos probados talentos individuales en una fuerza colectiva solidariamente cohesionada, algo que significa resignar intereses egoístas, aventar rencores y mirar hacia adelante, sabiendo que nada se puede lograr sin un paciente tesón. Quiénes están ahora en el gobierno basaron su consiga en la machacona afirmación de ¡¡sí podemos!!

No me cabe duda alguna que las cosas son así, pero se me ocurre que a esa afirmación debe preceder o seguir una pregunta que tiene que ver con el si queremos de verdad acometer una empresa que no es fácil y que no se puede tener éxito sin contar con todos nosotros.

Trump o la amenaza de convertir a su país en un lugar del mal vivir

Al nuevo presidente estadounidense Donald Trump, se lo ve como la amenaza capaz de hacer realidad al peor de los mundos posibles. Algo que no es de extrañar cuando se lo observa saliendo a la caza de inmigrantes sin papeles, para después seguir con expulsiones que no significan otra cosa que separar a padres indocumentados de hijos que pueden permanecer en el país donde han nacido y se han criado, precisamente por eso.

O confundiendo islamismo con terrorismo, lo que lo lleva a ver en todo musulmán un terrorista potencial. También cuando desvía para una embestida armamentista cuantiosos recursos o cuando recorta, también en grandes sumas, partidas destinadas a atender los gastos de salud del sector más vulnerable de la población estadounidense

De allí que en ese país hayan cobrado actualidad novelas como 1984, cuyo argumento no es otro que la descripción de una distopía. Conviene aclara que ese término es el opuesto a utopía. Y que como tal, designa un tipo de mundo imaginario, que etimológicamente significa un mal lugar donde vivir.

De allí que la distopía advierta sobre los peligros potenciales de las ideologías, prácticas y conductas sobre los cuales se erigen sistemas que, aun en el caso improbable que no sean totalitarios, de cualquier manera son injustos, espantosos e insoportables.

Para citar un solo caso, respecto al cual todo lo que se diga y los ejemplos concretos que traigan se quedan cortos, ¿no es la sociedad venezolana actual moldeada por Maduro, en la que ha desembocado, como no podía ser de otro modo, el régimen de Hugo Chávez al llevar consecuentemente las cosas a un estado terminal, un ejemplo acabado de lo que es una sociedad a la que podemos calificar como distópica?

Una neo lengua o un doble pensar


Es esta una de las características que ve Orwell en las sociedades de este tipo: la emergencia de lo que el significa una neolengua o un doble pensar. Entendiendo por tal aquélla en que las palabras de uso común, coinciden con la vieja lengua ya que no tienen contenido político o filosófico alguno. Con estas palabras se podrían expresar todos los pensamientos sencillos que no tuvieran contenido filosófico ni político, pero aparecen otras construidas con fines políticos y que resultan útiles para dirigir y controlar el pensamiento de la población o palabras científicas y técnicas, pero redefinidas, de manera que estén desprovistas de significados "potencialmente peligrosos".

A lo que se agrega el hecho se restan del vocabulario palabras que son lisa y llanamente suprimidas, de manera de hacer realidad, aquello que de eso no se habla.

A la vez el doble pensar según los estudiosos de Orwell significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la cabeza. Se trata del empleo del engaño consciente llevado al extremo que, por un tiempo al menos, el que engaña se auto convence de que su mentira es verdad.

Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega. De manera que se mantenga la mentira siempre unos pasos delante de la verdad.

Algo que puede sonar a difícil de entender pero que no puede resultarnos extraño, ya que nos resultan familiares en la medida en que ese doble pensar se halla presente en nuestra realidad. Su extremo lo encontramos en la bufonada de Groucho Marx, cuando decía que si no le gustan los principios que sostengo, no tengo inconveniente en cambiarlos por otros que le resulten amigables. . .

El largo vaciamiento de conceptos que han perdido casi su sentido

En el campo de la política, entre las primeras elaboraciones teóricas que se dieron en la antigüedad, se encuentra la clasificación de las formas de gobierno, a través del encasillamiento que tenía un contenido preciso por un lado: democracia-monarquía- aristocracia; por el otro democracia, tiranía y oligarquía. Todo estos en el plano de las ideas ya que Atenas, a pesar del avance civilizatorio que ello significaba era una contradicción en sí misma, ya que como una especie de oxímoron se presentaba como una democracia directa. . . esclavista.

El siglo pasado trajo como novedad, una tipología de regímenes que tenían a la vez que ver con el origen del poder. Los gobernantes lo ejercían como resultado de la elección de aquellos que eran sus gobernados – gobierno representativo- o se auto elegían, en el caso de gobiernos autocráticos y lo hacían con el margen de libertad que el estado otorgaba a los gobernados (autoritarismo, totalitarismo, liberalismo político).

Del periodismo a la ciencia política: nuevas manera de adjetivar al Estado

A la vez muchas de esas formas, tanto de estado como de gobierno, se han venido vaciando de contenido, por cuanto aun en los casos en que sean positivamente valorables, no son lo que dicen ser. Así ¿es la Gran Bretaña una verdadera monarquía? y en contraste, hasta cierto punto, ¿no puede ser considerado el de los Estados Unidos un régimen presidencial como una monarquía electiva?

La ciencia política no solo ha avanzado en el análisis de novedades como el fenómeno totalitario, sino que viene recogiendo calificaciones que en muchos casos son acuñadas por periodistas, inmersos como están en esa actualidad actualísima.

Es así como hoy adquiere una particular importancia el concepto de Estado fallido. El cual puede caracterizarse como aquél que da cuenta de un fracaso social, político, y económico, consecuencia de tener un gobierno tan débil o ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, refugiados y desplazados, así como una marcada degradación económica.

A su vez un estado fallido es simultáneamente causa y efecto (por aquello de lo irresoluble de la cuestión respecto a qué es primero, si el huevo o la gallina) de una sociedad fallida, entendiéndose por tal una de la que es indeseable ser parte. O para decirlo en difícil es la materialización de una distopía.

La pregunta del millón: por casa como andamos


Todas las referencias precedentes, es mi propósito utilizarlas como herramientas con el objeto de intentar un grosero por lo simplificador y temerario diagnóstico, sobre la situación de nuestra sociedad, de nuestro estado, de nuestro gobierno, que es lo mismo que hacer referencia a una totalidad que conformamos los que en nuestro país vivimos.

Es que aquí cabe efectuar una ingrata disección. La que comienza partiendo de la diferenciación de aquello que entendemos por sociedad civil, por una parte, y el Estado y el gobierno, por la otra. Como forma de tratar de aclarar que es lo que se quiere decir cuando se habla de intentos de desestabilizar al gobierno, o de un gobierno lisa y llanamente desestabilizado.

De esa manera se debería comenzar por indicar que lo que está realmente desestabilizada es la sociedad civil. Una forma por demás benévola de referirnos a un estado de descomposición consecuencia de la pérdida, hasta llegar en muchos casos hasta su ausencia, de comportamientos comunitarios que en muchas partes del mundo se tienen como normales. Es que de ese modo se hace presente una manera aberrante de actuar de los unos con los otros signada por las formas más variadas de violencia, en las que la vida no vale nada (dejando de lado el caso conflictos judicializados, aunque descontando que en ningún caso se puede reemplazar una vida humana por ninguna suma de dinero, por grande que sea).

Todo ello acompañado de la incertidumbre respecto a las reglas a aplicar en la convivencia diaria que lleva a dudar acerca de hasta qué puntos siguen vigentes.

Como resultado de todo lo cual en una sociedad así completamente (des)estabilizada es donde aparece montado a los tumbos, como no podía por otra parte de otro modo, un Estado que se esfuerza para no zozobrar y llevar de una manera gradual (ya que una brusca podría provocar un efecto indeseable) acciones que impidan convertirlo en fallido, a través de un gobierno que a pesar de su buena disposición, existen momentos, como el actual, en que no parece tenerlas toda consigo.

Si ese diagnóstico es cuanto menos no del todo infiel, deberíamos llegar a la conclusión que, por supuesto en forma figurada, no nos hemos subido al camión, al que invitaba en una pegajosa canción de un entonces candidato a intendente local, pero sin que ello signifique se me tenga por apocalíptico, que estamos tomando el último tren, dado lo cual la sola intención de tratar de bajarnos del mismo nos va a conducir irremediablemente a convertirnos en un Estado fallido. Aunque no sea de los peores de ese tipo.

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