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Sin dudas estos momentos quedarán por siempre en el recuerdo de las tristes memorias. Acaso a estas cuarentenas se suman los duelos y las angustias de nuestros seres queridos.

Por el Profesor Paulo Tisocco

Salgo a caminar para despejar mi mente. Y en la soledad fría de una costanera silente miro el río Uruguay que se desplaza lento, tranquilo y constante aguas abajo.

Contemplándolo, como queriendo buscar respuestas de algún incierto futuro, recordé que por esas mismas aguas se desplazaban embarcaciones de todo tipo 300 años atrás. Y entonces traté de imaginarlas siendo remadas cansinamente, yendo y viniendo como en aquellas épocas.

El río era la vía más rápida de navegación entre las misiones jesuíticas y las ciudades de Montevideo y Buenos Aires. Esto auspiciaba a la sazón el intercambio, y de esa comunicación y comercio surgía el trueque de cueros; cebo; tejidos; yerba mate, entre los lugareños de las orillas.

También de ese fluido intercambio entre las misiones, las gaucherías, y caseríos, surgían las pestes, como está bien documentado en aquellos años. En especial, la viruela y el sarampión diezmaban las reducciones jesuíticas de las cuales nuestra región dependía.

La población de los treinta pueblos jesuíticos que en el año de 1732 era de 141.242 habitantes y como resultado de las epidemias, hambrunas y enfrentamientos bélicos, en 1740 se había reducido a 73.910 habitantes.

Existe una anécdota de aquella época bien redactada por el Padre Cayetano Cattáneo a su hermano en Módena, Italia, donde narra la experiencia que tuvo con un grupo de guaraníes de la Misión de Santa María. Bien sabido es la tarea de evangelización que realizaban los jesuitas y el espléndido grado de desarrollo que lograron de manera autónoma en las artes, y sobre todo en los cantos corales, por eso fueron invitados a cantar en oficios religiosos en Buenos Aires a lo que viajaron más de trecientos hombres entre guaraníes y jesuitas.

De regreso, un 13 de julio de 1729, partieron 15 balsas navegando aguas arriba por el rio Uruguay rumbo a las Misiones, y pocos días después la viruela comenzó a manifestarse en varios de los indios que acompañaban al Padre Cattáneo, habiéndose ellos contagiado en Buenos Aires.

Avisando y despachando caballos al Yapeyú por ayuda urgente, ya que se encontraban en medio de la nada, empezaron a enfermarse uno tras otro, siendo obligados primero a ir cambiándose de balsas para luego ir dejando en las orillas del rio a aquellos que enfermaban o morían.

Cuenta Cattáneo que al llegar a la zona de los saltos (Salto Chico probablemente), debieron bajar a ciento catorce de los afectados, quedando con ellos 10 personas para cuidarlos, pero que al final solo dos de estos últimos se salvaron. Finalmente, de los 340 hombres que iniciaron en viaje solamente 42 no habían contraído la viruela, pero ciento setenta y nueve fallecieron a lo largo del funesto viaje de regreso. *

Recordé esta anécdota y no pude dejar de pensar en lo que sintieron aquellos guaraníes, los imaginaba navegando enfermos aguas arriba en esas precarias balsas a través del río que yo contemplaba ahora, y sentí ganas de solidarizarme empáticamente en el dolor, en el tiempo y la distancia, entendiéndolos en parte también por esto que estamos pasando ahora mismo.

En estos días relatan los medios de Buenos Aires, de modo insensible, que superamos los treinta mil fallecidos por Covid-19.

*- Del libro “VENIMOS DE PUEBLOS INCENDIADOS”- Juan Carlos Palacios- Ediciones Torres del Vigía-Montevideo-2018

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