Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Creo que los editorialistas de este medio periodístico no se han equivocado al acuñar ese neologismo con el que se designa a los taladores urbanos de árboles locales, cual es la palabra arboricidas.

En cambio, lo han hecho cuando, creo haberlo leído, le dan el título de máximo arboricida a Ricardo Sánchez, una buena persona que, como intendente de Colón, se llevó puestas a las centenarias tipas de la calle 12 de Abril, las que conformaban un maravilloso túnel verde. Algo que de no haberlo hecho lo estaríamos ahora vendiendo como uno de nuestros mayores atractivos turísticos. Es que si era indiscutible que esas tipas provocaban problemas a los frentistas, existían infinidad de soluciones alternativas para ello, distintas de esa tala magnicida.

De allí en más nadie pudo reivindicar ese título -ni siquiera el actual intendente, que también ha hecho de las suyas en una dimensión más grave de la que nos percatamos a lo largo de sus tres administraciones- por una razón sencilla: para no merecer ese apelativo todos se han cuidado de una forma meticulosa, la que sería encomiable de haberse orientado en otras direcciones, de no plantar árboles en nuestras calles. De donde más que arboricidas, serían arbofóbicos, manera de nombrarlos que me hace creador de otro neologismo.

Pero deberíamos absolver de toda culpa tanto a arboricidas como arbofóbicos. Al menos por mi parte, ya que me he enterado que los humanos no empezaron a destrozar el medio ambiente con la llegada de la industria. De hecho, parece que la huella de nuestra especie en el entorno ni siquiera comienza con la invención de la agricultura y la ganadería. Una revisión de nuestro impacto sobre los bosques tropicales muestra que desde la llegada de los primeros Homo sapiens dejaron de ser entornos prístinos. Y esto sucedió hace al menos 45.000 años. Así se lo explicaría en un artículo publicado recientemente en la revista Nature Plants.

De donde, daría la impresión que desde miles y miles de años atrás nos las tomamos con los árboles, con la diferencia que es a un costo cada vez mayor; hasta el punto que ahora está en juego no solo nuestra calidad de vida, sino puesta en cuestión nuestra mismísima supervivencia.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario