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Es el sustento vital de todos nosotros, sin embargo el agua también tiene otra cara, totalmente antagónica, dos cara de una misma moneda. Porque así como da vida, el agua también arrasa, destruye, carcome, expulsa, destruye. Este año, una nueva crecida volvió a demostrar que, aunque esté rodeado de cemento y civilización, el que en verdad manda es el río, y cuando sale de su letargo es imparable, y las consecuencias siempre dolorosas.

Esta vez, la crecida obligó a tres familias de Gualeguaychú, doce personas en total, a abandonar sus hogares, a dejar sus casas cuando el piso pasó a ser una laguna, cuando ya nada se pudo hacer para estar secos. Son todos vecinos del Camino de la Costa, una de las zonas más vulnerables ante una inundación.

Se fueron de sus casas la semana pasada y desde el lunes pasado residen en el centro de evacuados que el Municipio montó en la nave 3 de los galpones del puerto, en la Costanera. En ese lugar, cada familia intentó hacer de su rincón –una porción delimitada con paredes de polietileno negro– un espacio propio, íntimo, personal. Sobre los colchones y las mantas, esperan resignados a que el río vuelva a ser el que era, el que corría dentro de sus hogares.

"Salimos con lo puesto, y con el gurí en brazo. No tuvimos tiempo de agarrar ni manotear nada. No podía poner a mi hijo en riesgo por alguna cosa", relata, con su tono campechano, Matías Moreno.

Matías y Daiana cuentan su historia en la otra punta de la nave 3, sobre el barandal que corre a continuación de los baños. Allí pusieron a secar las pocas ropas que pudieron sacar antes que el agua los obligara a salir. Las medias chiquititas de Aaron, su hijo de cinco meses, se vuelan cada vez que intentan dejarlas secar al sol. Una y otra vez cuelgan lo que el viento no mantiene en su lugar, pero nadie se queja. "Hay cosas peores, ¿no?", afirma Moreno con un dejo de ironía.

Hernán del Valle y su mujer fueron otros de los evacuados que, al igual que los Moreno, debieron marcharse con un bebé de cinco meses a cuesta. Ocupan la primera casilla de polietileno negro improvisada, y casi todas las noches se las ingenian para que no sea tan malo el día a día en el centro de evacuados, sobre todo para su pequeña hija.

Tras casi una semana viviendo en ese lugar, ninguno de los evacuados tenía quejas contundentes, y nadie dijo sentirse desprotegido por parte de la Municipalidad. Sin embargo, los primeros días en los galpones se sufrieron algunas penurias que obligaron a los dirigentes a actuar: uno de los hechos que más sufrieron sucedió la primera noche, cuando la helada de la noche cayó sobre el techo del lugar y las gotas heladas cayeron sobre los 12 que dormían dentro. ¿La solución? Un techo improvisado sobre cada uno de los habitáculos hechos, por supuesto, con polietileno negro.

"Ahora tenemos todas las necesidades cubiertas. Ahora estamos bien. Pero es ahora. Cuando el agua baje nosotros tenemos que empezar de nuevo. La mejor ayuda que me puede brindar alguien no es que me regale una heladera o un televisor: la mejor ayuda es un trabajo. Yo me dedico a todo y no le digo que no a nada", pide Matías, quién tenebroso agrega: "No quiero ni pensar qué va a pasar cuando baje todo esto".

"Yo no quiero que me regalen nada. El año pasado perdimos todo. En un año y medio pude comprar algunas cosas, y ahora lo perdimos todo de nuevo. No quiero que me lo den, no quiero que me lo regalen, me lo quiero ganar", resalta Moreno, quien sobrevive cuidando autos en la Costanera.

Por su parte, Del Valle amplia al respecto: "Ahora estamos bien, calefaccionados. Trajeron colchones, frazadas, y la comida ni hablar: vinieron las cocineras del Munilla y hacen comidas riquísimas", cuenta.

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A diferencia de Moreno, Hernán del Valle tiene trabajo, pero también necesita de la ayuda de la comunidad: "La mayor ayuda que alguien me pueda dar es un alquiler. Necesito irme con mi familia a otro lado, encontrar un lugar chiquito, un monoambiente, cualquier cosa. No tenemos mucho, pero si hay una vivienda que podemos pagar nos encantaría mudarnos".

No es fácil la vida en un centro de evacuación, sin embargo, cada uno de los inundados sostiene que lo que viven ahora no es lo que más sufren, sino que lo peor aún está por venir: las crecidas anteriores les han demostrado que cuando el agua se va sólo queda la desolación, sólo les queda volver a empezar desde cero.

"En el momento que el agua baja, también trae cosas: bicherío, serpientes, víboras, animales salvajes, roedores, ratones? hemos encontrado de todo. Y este año va a ser más difícil, porque el año pasado no estaba Aaron, y va a ser complicado mantenerlo seguro porque no entiende el peligro", se lamenta por anticipado Matías, quién confiesa que el año pasado, luego de la crecida grande, cuando regresó a su casa sufrió una especie de brote producto del estrés post traumático: "Fui al parque a despejarme porque la cabeza me estaba afectando, pero en un momento salí corriendo porque veía víboras por todos lados. Víbora por acá, víboras por allá, víboras, víboras, víboras. La cabeza me jugó en contra".

La rutina en los galpones


La paciencia es una virtud muy valorada en el centro de evacuados, sobre todo porque nadie tiene la certeza de cuándo podrán volver a sus casas, y cada uno, a su manera, se acostumbra a la rutina.

"La convivencia ya de por sí es difícil acá, a veces chocamos, tenemos problemas, y lo que más extraño es mi tranquilidad, de estar con mi nene sola, en mi cama", sostiene Daiana Moreno mientras entretiene a su hijo entre sus brazos.

Y aunque las relaciones humanas a veces pueden ser complicadas, las tres familias colaboran mucho entre sí, sobre todo en la puesta en marcha de pequeños emprendimientos colectivos, como una venta de empanadas en la que cada uno de los 12 colabora en algo.

Mientras tanto, un mate caliente siempre da vuelta de mano en mano, y cualquier actividad ayuda a olvidar un poco la desdicha del presente. Mientras tanto, el ruido seco de las pelotas rebotando contra el piso, producto del entrenamiento de los jugadores de vóley que practican en el lugar, se torna desapercibido luego de unos minutos.

Los minutos pasan lentos dentro de los galpones del puerto. Los niños se entretienen con lo que encuentran, los grandes hacen lo que sea para no pensar en sus casas inundadas. Saben que el centro de evacuados no es su lugar, pero hasta que no se vaya el agua, harán lo posible para hacer del mismo lo más parecido a un hogar.

El rol del Municipio


Cuando las personas comenzaron a estar afectadas por la crecida, la Municipalidad puso en marcha el centro de evacuados en el galpón del puerto. Allí se le brinda abrigo, colchones, cuatro comidas, asistencia médica y apoyo social a las víctimas de las inundaciones. Además, se monta guardia las 24 horas para brindarle seguridad a los evacuados.

El mismo está a cargo del coordinador de Seguridad e Higiene del municipio, Néstor Pintos: "Con el Estado municipal estamos cubriendo todas las necesidades, pero todo lo que pueda aportar la solidaridad de los vecinos de Gualeguaychú no viene mal", especificó en referencia al presente de los evacuados.

"Ahora sí, la demanda de ellos es constante porque han perdido casi todo lo que tienen. Todo les quedó arruinado por la crecida. Y en ese sentido, las donaciones no vienen mal y son necesarias. Gualeguaychú, en ese sentido, siempre ha sido muy solidario", aclaró.

"Nosotros tenemos estas tres familias evacuadas, pero por lo que hemos analizado con Daniel Hernández –responsable de Defensa Civil en la ciudad–, creemos que el agua no va a bajar tan rápido como creció. Esa es la realidad que tenemos hoy"

Si bien con el correr de los días el río se mantuvo estable y hasta bajó un poco, lo que hizo que nadie más debiera abandonar su casa, desde el Municipio afirmaron que están capacitados y que cuentan con los recursos para asistir a todo aquel que lo necesite.
Fuente: Diario El Día

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