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A pesar de más que conjeturables lapidaciones y la sospecha de muertos que se buscan para ser tirados

Corto, pego y comento


Llego al fin del año, no con el cerebro fundido como se describe a quienes en la actualidad sufren los efectos de uno de los peores de los hábitos, pero sí con la lengua afuera ya que no es un esfuerzopequeño el abordar temas institucionales o referidos a sus contextos y presupuestos, en un estado de cosas como lo es el nuestro, a pesar de mi intención inclaudicable de ver las cosas de una manera esperanzada. Aunque para muchos este no será seguramente un motivo de alegrarse, ya que Dios mediante, tendrán que volver a soportarme a partir del primer domingo del próximo febrero.

Esa es la razón, por la que al llegar hasta aquí, de una manera totalmente descarada me valdré de un método utilizado cada vez con mayor frecuencia, cual es el de cortar y pegar textos que he extraído de ese gran cerebro colectivo que no sé si se trata de Internet o de eso que llaman la nube. Una tarea que de cualquier manera es más compleja y dificultosa de lo que aparenta, ya que primero es necesario saber qué buscar, para luego hacerlo y entresacar de la información disponible que parece abrumarnos hasta la asfixia. A lo que debe siempre seguir la necesidad de digerir los textos, haciendo uso en la medida de mis posibilidades de lo que de un tiempo a esta parte familiarmente se lo conoce como pensamiento crítico, tan indispensable y tan carente de él como nuestra sociedad se encuentra en estos tiempos de relatos elaborados en base a posverdades, cuando no lisa y llanamente de mentiras y de falsedades.

Y me ha parecido importante efectuar ese ejercicio de corto, pego y comento acerca de las jornadas de furia vividas, especialmente de la última, ya que de volverse recurrentes esas situaciones, mejor ni ponerse a pensar donde podríamos ir a parar.

Una tentativa fallida de lapidación


Puede parecer que estoy exagerando, pero si se miran bien las cosas, el pasado lunes 19 de diciembre se asistió por parte del núcleo duro (habría en realidad que decir criminal) de los manifestantes a un auténtico intento fallido de lapidación. No sé a cuantos más se les ocurrirá hacer esta interpretación de lo ocurrido, pero considero que es esa una manera válida, y hasta lúcida (si me permite una calificación que puede ver pasar por inmodesta) ya que las imágenes de lo ya ocurrido, y las posteriores, se me ocurren como concluyentes.

Es que se veía en la plaza de los Dos Congresos, de nuestra ciudad capital a una larga hilera de policías porteños la mayoría de ellos con la cara impávida (aunque posiblemente la procesión iría por dentro), ubicados detrás de un vallado que solo con desconfianza podía considerarse de protección, mientras sufrían la acometida incesante de grupos de forajidos (no se me ocurre otra palabra para designarlos, aunque seguramente muchos de ellos preferirían auto nombrarse como militantes) que a piedrazo limpio, en una especie de danza macabra -en las que se los veía acercarse a la valla hasta una distancia prudencial, arrojar el cascote con una desenvoltura propia de quienes están familiarizados con esos reprobables menesteres, para luego retroceder a aprovisionarse, mientras otro grupo avanzaba consumando idénticas intenciones en un ir y venir que parecía interminable-. El resultado; más de ochenta policías heridos algunos de gravedad, la plaza con sus bancos y veredas destruidos como resultado de convertirse en el arsenal de los proyectiles (sin contar los que disparaban con hondas bolillas y tuercas, y de destacar la presencia de un candidato a legislador, cuya fotografía se desparramó portodo el planeta, utilizando un símil burdo de bazuca casera).Mientras tanto dentro del recinto de la Cámara de Diputados, había legisladores que insistían en levantar la sesión de ese cuerpo, ante lo que se denunciaba como la feroz represión policial. . .

Debo reconocer que hablar de un intento fallido de lapidación para describir lo ocurrido, es tan solo parcialmente correcto ya que de esa manera me quedo corto. Es que la lapidación es un medio de ejecución muy antiguo en el que los asistentes lanzan piedras contra un reo hasta matarlo. Como una persona puede soportar golpes fuertes sin perder el conocimiento, la muerte por lapidación es generalmente muy lenta. Esto provoca un mayor sufrimiento en el condenado, y por ese motivo es una forma de ejecución que se abandonó progresivamente (junto con medidas como la tortura) a medida que se iban reconociendo los derechos humanos. Lo cual no impide que siga presente en países del credo musulmán, en África, Asia y Oriente Medio, para castigar las conductas que contravienen las prescripciones legales establecidas de acuerdo a la ley islámica.En nuestro caso nos encontramos ante un procedimiento que resulta doblemente una involución a la barbarie, ya que si bárbara es la lapidación como mecanismo de ajusticiamiento, lo es doblemente cuando no es consecuencia de un proceso judicial sino del actuar de una turbamulta.

Otra manera de ver las cosas: la búsqueda de un muerto con el que tirarle al gobierno


No está demás que comience este apartado efectuando distinciones y echando una ojeada a la evolución del concepto que forma parte del acápite. Es así como debe recordarse que no es lo mismo hablar de fondeo con muerto, que de tirar un muerto. Ya que con la primera expresión en el ámbito naval se hace referencia al amarre de una embarcación al fondo de una superficie acuática mediante un cabo o cadena en cuyo extremo en lugar de ancla se coloca un peso?muerto. A la vez, no está demás decir que tirar un muerto no es un modismo utilizado en todos los países de habla castellana, ya que en algunos se habla de echar un muerto.

Mientras tanto la expresión tirar el muerto quiere decir deshacerse de un problema a base de endosárselo al primero que tengamos a mano,o dicho de una manera que nos es más familiar la expresión "echar el muerto" quiere decir deshacerse de un problema a base de endosárselo al primero que tengamos a mano, o dicho en nuestro lenguaje coloquial echarle la culpa de algo.

A su vez para algunos el origen de esta expresión española data nada más y nada menos que de la Edad Media, tiempo en el que cuando se hallaba el cadáver de una persona asesinada en un pueblo, si no se conseguía dar con el asesino, dicho pueblo se veía obligado a pagar una multa (era una especie de incentivo a que, si alguien del pueblo tenía noticias del asesino, informase a las autoridades de ello delatando al asesino). Lo que empezó a entre vecinos que aprovechaban la oscuridad de la noche para trasladar entre varios el cadáver al pueblo vecino, echándoles así el muerto a ellos y librándose de la multa que, de haberse quedado con su muerto habrían tenido que pagar.Mientras que otros le encuentran un origen más antiguo que se señala que se remontan a la antigua Greciaquien a describir la terrible peste que diezmó a la población de Atenas durante esas luchas, Tucídides cuenta que los ciudadanos que morían a causa de ella debían ser llevados a una gran pira para su incineración. El traslado suponía un grave peligro de contagio para los deudos, por eso muchos se deshacían del cadáver arrojándolo por la noche al terreno del vecino.

Entre nosotros, y sin que en mi caso pueda precisar la época en que ocurrió, esta expresión sufrió una mutación, en apariencia mínima, pero que en realidad viene a cambiarle totalmente el sentido. Ya que ahora no se habla de tirar un muerto, sino de tirarle un muerto a alguien. Y no es lo mismo decir tirar que hablar de tirarle. Ya que lo primero significa tratar de desembarazarse de una culpa, tratando de echarla sobre las espaldas de otro, determinación a la que se apela luego de la metida de pata. Mientras que cuando se trata de tirárselo, lo que está en claro es la persona o grupo de personas desde el vamos que van a resultar la víctima de esa estrategia, para luego salir a buscar a un potencial o azaroso muerto que arrojarle.

Esa es la situación que se ha dado con la desafortunada suerte que corrió el malogrado Santiago Maldonado, cuyo caso paso de ser calificado como desaparición forzosa de persona, hasta pasar la caratula de su causa a calificarse como investigación de muerte dudosa, de manera de ir discretamente avanzando a cerrarla definitivamente como muerte accidental.

Quienes la presentaban en aquella primera forma tuvieron un éxito inicial, fogoneado no solo por declaraciones falsas de testigos mentirosos, sino por sobre todo por la positiva prevención arraigada en la población de no admitir nunca más desapariciones forzadas de personas, dado lo cual una sensibilidad extremada la lleva a veces a reaccionar apresuradamente en demasía. En este caso a quien se le tira el muerto con el objeto de desestabilizarlo era claro, y no necesita para ser corroborado la alusión a Macri basura/ vos sos la dictadura, coreado con otras lindeces en actos que llegaron a revestir un carácter multitudinario. Mientras tanto cabe preguntarse por el silencio de cementerio que siguió a esas imputaciones, y acerca de si se da un sentimiento de culpa en tanto maestro que encontró en la manipulación de ese hecho una ocasión para adoctrinar perversamente a sus alumnos. Y digo perversamente porque nuestros chicos merecen que se les diga la verdad, y que son un mal ejemplo los maestros mentirosos, aun en estos tiempos de las posverdades.

Y de haber habido exageración en la asimilación de lo referido a una lapidación, ninguna duda puede caber que sino de una manera deliberada (ya que me cuesta creer que en la oposición al gobierno exista alguien decidido a mandar a nadie al degolladero), no puede descartarse que en lo recóndito de su subconsciente haya habido quien reprima la idea que pode tirarle un muerto ayudaría.

Volviendo sobre persistentes temores y esperanzas


Lo hasta aquí expuesto, me lleva a insistir sobre la necesidad de tratar. . . las aguas, en lugar de generar tempestades. Ya que sabemos por una dolorosa experiencia a que nos lleva el argumento de que cuando peor estemos mejor. Ya que la precariedad fragilísima de nuestro actual estado de cosas, puede llevarnos en el caso de no conyugarnos a que la realidad nos lleve puestos.

De cualquier manera lo que resulta esperanzador es que una mayoría de nosotros ve con desagrado abierto que se ponga el acento en la búsqueda de la confrontación y todo lo que suene a conflicto. En una palabra, que el actual no es tiempo de talibanes. . .

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