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El padre no cuenta a la hora de abortar
El padre no cuenta a la hora de abortar
El padre no cuenta a la hora de abortar
El periodista Felix Lange, del diario alemán Die Zeit, publicó una carta escrita por un joven, cambiando los nombres para preservar la identidad del protagonista de una dolorosa historia.

El testimonio exhibe con crudeza que el padre, cuya participación resulta imprescindible para que una nueva vida sea concebida, no cuenta para nada si la mujer decide interrumpir de cuajo esa misma vida. Es tan así que el proyecto de ley aprobado en la Cámara de Diputados de Argentina jamás nombra al padre. La figura paterna es ignorada de manera absoluta.
La carta del joven
Cuando nos dimos cuenta que el preservativo se había roto habían pasado apenas tres meses que nos conocimos. Presos del pánico fuimos a la farmacia a comprar la píldora del día después. Respiramos. Por el poco tiempo de estar juntos e inexpertos en el tema, nos sentíamos seguros. Todo saldría bien. La píldora lo iba a solucionar.

Un par de semanas después nos enteramos que mi pareja entraba dentro de ese 0,4 por ciento de mujeres que quedan embarazadas a pesar de la píldora. Pasó un martes por la tarde en el piso de nuestra facultad, en la pausa entre dos horas de clases, que me enteré: “Estoy embaraza”, dijo ella. Y se deshizo en lágrimas. Ya lo vamos a resolver, dije yo, y nos abrazamos por un largo rato.

El resto del día yo estaba como en trance. Estaba confundido, pero en cierto sentido feliz. Entusiasmado llamé aquella misma noche a mis padres: ¡Van a ser abuelos! Siempre me había hecho la idea de tener hijos algún día, pero todavía no me lo había planteado en serio. Ambos teníamos 22 años. Pero como ahora se dio, me resultó claro: quiero ese hijo (*). Teníamos mucho a favor. Estábamos profundamente enamorados, nuestros padres nos darían una mano, la facultad también. Pero me di cuenta de entrada nomás que mi pareja no estaba tan convencida.

La profesional en la consulta sobre embarazos nos animó. Algunos estudiantes con hijos también trataron de hacernos ver que la época de estudiantes es también propicia para tener hijos. Acompañamos incluso a una que conocimos y la acompañamos a ella y a su hijo a los juegos de la plaza. La pasamos muy bien ese día. Pero nada como la ecografía, cuando el ginecólogo nos dijo: Vean cómo late ya el pequeño corazón, tan vacilante. Nunca pude olvidar la imagen de aquella ecografía. Había visto vida. Una vida por la que éramos responsables.

En ese momento se me hizo patente un sentimiento que desde entonces no me abandona: Abrirle a otro ser humano el camino a la vida y perpetuarme en él era la dicha más grande. Yo quería ser padre. Mirarle a mi hijo en los ojos, experimentar con él los toboganes más empinados del parque acuático, consolarlo en los momentos de desconsuelo. Después de la consulta con el ginecólogo ya no me pude contener y le compartí mis pensamientos a mi pareja. Por la expresión de su rostro y su actitud tan taciturna pudo comprobar en el acto que ella no compartía mi euforia. La ecografía la había superado, decía. Me preguntó que si en vez de hablar del “hijo” no sería mejor hablar de “masa celular”. Yo sabía que la decisión de tener a este hijo dependía sólo de ella, a pesar de que ambos éramos responsables. Sabía que sólo podía ser padre si ella también lo quería. Entonces le dije: Me da igual lo que decidas. Te apoyo totalmente. Es lo que sentía en ese momento. No la quería presionar. Con todo, en esas seis semanas estuve tratando sutilmente de convencerla a que aceptara a nuestro hijo. Hasta hice dos columnas con los pro y los contra. Le leía escritos sobre el tema. Me puse a buscar trabajo para tener una mejor entrada.

Creo que en todo ese tiempo mi pareja se sintió tironeada. A veces hablaba de su proyecto de terminar los estudios, poder trabajar y perfeccionarse. Eso era muy importante para ella, me decía. Otras veces mirábamos las fotos de cuando éramos chicos y nos imaginábamos cuánto nuestras familias y nuestros amigos querrían a este nuestro hijo. Pero siempre aplazaba la decisión. A veces dejábamos de hablar del tema por varios días seguidos, ignorábamos al elefante en casa. Cada día que pasaba era un espejismo de esperanza. Es que cada día que pasaba aumentaban las posibilidades de vida de nuestro hijo por nacer.

Un día de primavera, mientras estábamos en el bosque recostados sobre la hierba – todavía tengo el olor a ajo silvestre en la nariz -, recuerdo que tenía una brizna entre los labios, cuando dijo: No puedo. Me abrazó. No pude pronunciar palabra. En ese momento sólo supe que había perdido la batalla. No insistí a que cambiara de opinión. Nunca en mi vida me sentí tan impotente.

A veces, cuando estoy un poco flojo, le echo en cara el haberme dado casi un hijo. Compartimos el costo del aborto. Cuando todo había pasado ella quería cuanto antes volver a vivir como antes, y lo logró. Pero yo le escribí a mi hijo que no nació una carta de despedida. Le puse incluso un nombre, y ocho años después pienso todavía en él. Sobre todo ahora cuando veo que amigos y conocidos tienen a sus hijos. Me alegro por ellos, pero cada vez me pregunto: ¿Qué padre sería yo en este momento? Y me tortura un pensamiento irracional: ¿y si por alguna razón hubiera perdido la única oportunidad de ser padre? ¿Tendré todavía otra?

Lo que los hombres experimentamos, pensamos o decimos sobre el embarazo importa poco. Gracias a que puedo hablar de ello con mis amigos más íntimos, aunque ellos no tienen las mismas expectativas que yo respecto de la paternidad.

Con mi antigua pareja no lo pude hacer. Después del aborto estuvimos juntos todavía cinco años. Fue una buena relación. Acerca del aborto hablé con ella una sola vez: cuando nos separamos. Entonces le hice saber que esta historia no me abandonó. Y así estoy todavía.

Con las demás amigas que tuve nunca hablé de esto, no encontré todavía nadie en quien confiar de veras. Con todo, a veces me sorprendo con el deseo de descubrir qué postura tiene realmente una mujer respecto al tema “niños”. Después de este aborto, desde hace ya ocho años, el ser padre sigue siendo el mayor sueño de mi vida.


(*) Nota del traductor: el autor emplea siempre la palabra “Kind”, neutro en alemán, palabra con doble significado, equivale tanto para niña/niño o hija/hijo.
Fuente: Die Zeit

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