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Héctor Larrea nació en el barrio Anacleto Medina. De familia numerosa, de 11 hermanos, fue el que tuvo más dificultades para sobreponerse al día a día de un barrio pobre. La muerte de su padre le condicionó la vida y eligió el mal camino. Así fue como se dedicó al narcotráfico y la delincuencia.

“La mayoría de mis hermanos terminaron la escuela, fueron profesionales y profesores”, explicó Larrea en un informe realizado por Cuestión de Fondo (Canal 9 Litoral). En cambio, aseguró: “Yo primero fui narcotraficante y luego ladrón”.

Larrea señaló que “como narcotraficante le vendía cocaína, LSD y marihuana a diputados, abogados, periodistas y doctores”. Expresó que logró expandirse entre “una clientela selecta” y que se empezó a pelear por el territorio.

“Cuando empezamos a vender parecía un sueño porque era lo que queríamos. Por un lado, la plata, empezamos a tener zapatillas, camperas, vehículos. Por el otro lado, la gente de la alta sociedad nos tenía respeto a la hora de comprarnos. Parecía tan hermoso. Pero el problema fue cuando mis compañeros empezaron a consumir, empezó a haber conflictos en el barrio, se expandió el consumo y yo me fui dando cuenta que no era lo que quería. Mi base era la familia y la droga afectaba a eso”, relató.

Ahí fue cuando Larrea realizó el primer cambio en su vida, pero no fue necesariamente un buen cambio: “Una vez que vi el daño que hacía con la droga, pensé en hacer algo más bueno, pero no era bueno lo que hice. Como tenía armamentos y una banda empecé a asaltar empresas, distribuidoras, casa de cambio y algunos bancos. Eso fue una adicción para mí”.

El ahora predicador evangélico explicó que el click lo hizo en una cárcel de Misiones luego de una serie de hechos que interpretó como parte de un mensaje divino: “Primero el secretario de un fiscal que me estaba tomando la declaración me dijo que tenía un mensaje de Dios para mí. Luego, en la Alcaidía de Posadas, los presos que predicaban el Evangelio me dijeron que Dios tenía un plan de vida para mí. Cuando me trasladaron a la cárcel, el guardia se sacó la capucha y me dijo que Dios tenía un plan en mi vida. Empecé a volverme loco y me empezó a llamar la atención”.

“Cuando entré a la cárcel, había un muchacho que tocaba la guitarra y cuando él cantaba me erizaba la piel. Era un policía que mató a un pibe que andaba robando y yo me pregunté cómo es que seguía con vida y nadie lo había matado. Me preparé para quitarle la vida a ese ser humano, cuando le quiero dar un puntazo mi mano quedó frenada. Él se paró y me dijo ‘Dios está conmigo, me está defendiendo’. Yo lo insulté, pero no le pude hacer nada. Me predicó el Evangelio y a orar, me enseñó a ser una persona diferente”, describió Larrea.

Una vez en libertad, Larrea volvió al barrio que lo vio nacer. Ahora, con otra misión: “Cuando salí de la cárcel y empezamos a trabajar, me di cuenta que los pibes necesitaban tener un lugar. Un chico vino un día y me dijo que tenía problemas en la calle, que lo iban a matar. No lo pude ayudar y le metieron un tiro en la cabeza. Lo mismo pasó con otro chico de 14 años que le metieron un escopetazo. Algo tenía que hacer”.

Así fue que en un terreno ubicado entre al suroreste de Paraná, en el corazón de distintos barrios populares, montó un centro que sirve para rehabilitar a jóvenes del barrio que tienen consumo problemático. “En estos momentos tenemos 6 chicos varones, dos de ellos vinieron enviados por la Defensoría y estamos contentos porque han cambiado mucho sus conductas”, explicó.

Allí tratan de apaciguar la violencia diaria a la que se enfrentan muchos jóvenes que viven el día a día expuestos al negocio narco y el consumo problemático. Lo hacen con el aporte de los religiosos y pocas donaciones. El Estado ha acompañado poco y nada la tarea que allí realizan.

A pesar de esto, Larrea valora lo poco que se puede ir haciendo y aseguró que ver cómo los jóvenes que pasan por ahí logran cambios en su vida, implica “un bálsamo para saber que este trabajo no es en vano”.
Fuente: Cuestión de Fondo - Canal 9

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