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En medio de miles de noticias e informes sobre el coronavirus, que tiene el privilegio de que sus víctimas se cuenten en tiempo real, cada tanto los medios de comunicación dedican algunas líneas a otros dramas, preexistentes y, tal vez, mucho más profundos y graves. Por caso, el hambre.

El Entre Ríos entrevistó días atrás al sacerdote de Concordia Daniel Petelín, quien con crudeza contó el modo en que el comedor de la Gruta de Lourdes había tenido que reforzar su labor, extendiéndola a los fines de semana. Este viernes, la lupa fue puesta en el merendero San Cayetano, también de la capital del citrus, donde cocinan 600 raciones de almuerzo. Maia Jastreblansky, periodista de La Nación, recorrió el “itinerario” del hambre en villas del conurbano, y lo contó de esta manera:

Prende el horno a gas por segunda vez en la tarde y apura los bollos que manda rápido al calor. Hay que sacar una segunda vuelta. Damián Altamirano mira el reloj. Son las 18. La semana anterior había entregado la última merienda cerca de las 17. Pero hoy la fila afuera del comedor, sobre avenida Olimpo, no se quiere encoger. Cuando el primero se lleva sus tres panes y un jarrito de mate cocido, aparece otro al final de la cola, como en loop. "Cada día son más".

Altamirano es el "alma mater" y jefe de cocina del comedor comunitario del barrio 30 de Agosto, cerca del camino de Cintura, en Lomas de Zamora. Para entregar un plato de comida al mediodía y la merienda hoy necesita unos 35 kilos de harina por día. En el mes que lleva la cuarentena, asegura, el Ministerio de Desarrollo Social le entregó 60 kilos.

No es un "planero", ni vive del asistencialismo del Estado. Hasta la llegada del coronavirus, tenía algunos puestos para vender panificados. Hoy, que no puede salir del barrio, cuando termina la jornada se pone a amasar (otra vez) para vender pan a la mañana siguiente. Es con esos pesos que compra la harina para el comedor. El fin de semana de Pascuas vendió roscas y, con la ganancia, adquirió al por mayor 10 bolsas de 50 kilos. Así llenó, un poco, los estómagos de 360 familias hoy, que la semana pasada fueron 300 y la semana que viene vaya a saber cuántas serán.

La postal del barrio 30 de Agosto se repite en los asentamientos más humildes de la Ciudad y del conurbano bonaerense. Allí, el "enemigo invisible" como bautizó Alberto Fernández al coronavirus, es un monstruo mucho más temible. "Quedarse en casa" es hacinarse con tres o cuatro familias; es trastocar una vida social que tiene como escenario a la calle o el pasillo. "Cerrar el barrio" es perderse la changa. "Prorrogar la cuarentena" es profundizar el hambre.

El diario pudo realizar una recorrida que partió en la villa 1-11-14 (Bajo Flores, Capital Federal) y terminó en Villa Fiorito (Lomas de Zamora) junto a Fernando "Chino" Navarro, secretario de Relaciones Políticas y Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete. Referente histórico del Movimiento Evita y con oficina en la Casa Rosada, Navarro visita asentamientos a diario para testificar el pulso de la cuarentena en el cordón más crítico del país. Su termómetro llega a oídos del Presidente. Es el lugar donde la parálisis hoy provoca hambruna y un eventual contagio sería una catástrofe.

Este medio pudo corroborar que en esos barrios, donde viven muchas personas por metro cuadrado, la cuarentena tiene un alto nivel de acatamiento. No hay calles atestadas de gente, ni juego en los potreros como hace un mes atrás. En pasillos angostos, las filas para hacer compras o para recibir alimentos se hacen con metro y medio de distancia. Y casi todos llevan tapabocas, confeccionados de forma casera o comprados en puestos donde se lee "hay barbijos".

Hugo y Nicola ganan un peso extra en los años impares, cuando hacen pintadas con los nombres de los candidatos de turno en las paredes del barrio. Con la llegada del coronavirus se reconvirtieron en agentes de desinfección. Recolectan 5 litros de lavandina de los vecinos, lo mezclan con agua en un bidón de 200 litros y rocían todos los pasillos del barrio con una hidrolavadora y un generador. La Gendarmería quiso obligarlos a hacer cuarentena, pero intercedió el padre Juan, de la parroquia Santa María Madre del Pueblo, y los uniformados "exceptuaron" su actividad. Con el "Buji", el mecánico del barrio, armaron un dispositivo con partes de una moto y un triciclo para circular con mayor facilidad.

"Acá desde que se registró la muerte se asustaron más por el coronavirus. Hasta entonces el problema era el dengue. Ahora, si hay síntomas, no se saben bien qué puede ser", dice a LA NACION Tamara Violi, de la Agrupación Seamos Libres, que brinda ayuda en la 1-11-14. Ella misma se está recuperando de un cuadro de dengue hemorrágico. Con "la muerte" se refiere al caso de Andrea Gómez, trabajadora de limpieza del Congreso, que se contagió Covid-19 de sus hijos.

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En la 1-11-14, el 9 de abril, un vecino registró en video que miles de personas se aglutinaron en la calle Bolívar y el pasillo conocido como "calle San Juan" para la feria de comida, que en épocas normales se arma todos los jueves y sábados. Son los días en los que los comerciantes salen de sus locales, para armar puestos en la calle. "Es cierto que pasó eso ¿sabés por qué? en esos días el kilo de banana que siempre está a $95 se vende a $70. La gente necesita estirar lo poco que tiene en el bolsillo", explicó Violi que aseguró que la escena no se volvió a repetir. "En los merenderos cada vez piden más cupos. Estamos dando un poquito menos a cada uno. Tener un «no» de respuesta duele muchísimo", agrega.

Según datos oficiales, el Ministerio de Desarrollo Social asistía con alimentos hasta febrero de este año a 8 millones de personas. Hoy están atendiendo a 11 millones de personas. Casi un 40% más. Un cuarto de los habitantes de la Argentina.

La cartera de Daniel Arroyo distribuye alimentos secos a organizaciones sociales, religiosas y ONG, una ayuda que pretendió incrementarse por el coronavirus pero que se vio interrumpida por el escándalo de los sobreprecios. También hace transferencias de dinero a merenderos y comedores certificados, gira fondos a través de la tarjeta alimentaria y entrega subsidios a municipios. A esa ayuda se le suman los fondos que baja la provincia y los intendentes.

Pero, hoy la ayuda estatal no cubre la necesidad de comida que hay, ante la falta de ingresos por trabajos o changas. "El comedor que pedía mil bolsas de comida hoy pide 3000", señalan en la 1-11-14. En 30 de Agosto lo miden en cantidad de harina, de 14 a 35 kilos diarios. En Villa Fiorito hablan de bolsones de alimentos: se repartieron puerta a puerta 500 y "harían falta 3000".

"Hoy la demanda de comida es tan alta que siempre vamos de atrás. Hay un enorme esfuerzo de la Nación, la provincia y los municipios pero no damos abasto. Ahí es donde aparece la agrupación social, el cura y el pastor del barrio. Hoy es muy importante sumar fuerzas y articular entre el Estado, los movimientos sociales y las iglesias", señala "Chino" Navarro.

Su propuesta no es sencilla, porque muchas veces el Gobierno y los intendentes quieren hacer una entrega directa sin intermediarios en los territorios. Esa desinteligencia política en lugares que, en la práctica, ya están articulados por referentes que viven en los barrios, genera serios problemas de logística.

Del otro lado del Riachuelo, en el barrio 30 de Agosto, la mayoría de los vecinos viven del movimiento de La Salada. Hay talleristas, puesteros, carreros, remiseros. Los bolsillos dependen de esa feria elefantiásica que hoy está cerrada. "Cada día es más desesperante. La gente quiere trabajar. Algunos que nunca pedían comida ahora, con vergüenza, tienen que pedir", señala Norma, esposa de Altamirano. Con la garrafa de gas a $350 pesos, muchos vecinos, relata, comenzaron a cocinar a leña dentro de casillas donde cohabitan familias.

Los habitantes de las 480 casas del barrio comparten un grupo de WhatsApp donde intercambian noticias del coronavirus y hacen concientización. "Impactó mucho en el grupo esa imagen de Tecnópolis... con todas las camas. Pensamos que si están armando eso es porque viene algo serio", comenta un vecino.

En los barrios hay temor y la cuarentena, en términos generales, se respeta. "Se ve un alto grado de conciencia social en los barrios, la medida se acata. Estas calles siempre están repletas de gente", comenta Navarro en la recorrida. "¿Soportarían en estos lugares otra prórroga de cuarentena?", le pregunta LA NACION. "No se sabe cuánto va a durar, esto se construye día a día", responde.

Cae el sol y la recorrida de Navarro termina en La Cava, Villa Fiorito, en el rancho del pastor villero Leonardo. Allí días atrás los vecinos enviaron una carta a Fernández para pedir comida. En ese asentamiento el hambre se vive en el lodazal de las calles y la contaminación del agua. La misiva fue recibida por el jefe de asesores del Presidente, Juan Manuel Olmos, que prometió enviar un funcionario.

"Ya sabemos que lo importante es que la gente no se muera. Sabemos que si alguien se enfermara de coronavirus aquí sería terrible. Pero acá la cuarentena es insalubre, no hay agua potable. No pueden salir a cartonear o cirujear y hay mucho hambre ", dice Leonardo. Una veintena de referentes del barrio fue formando una ronda en el rancho para hablarle al enviado del Presidente.

En eso aparece el comisario del barrio y se sienta. "Hay un poco más de gente en la calle, hoy hubo un par de robos. Tratan de quedarse en la casa pero hay angustia, impotencia, miedo", dice el policía. La cuarentena es tan crítica que puso del mismo lado a uniformados y vecinos, toda una rareza.

Navarro deja la promesa de que llegarán más alimentos y una campaña de vacunación contra la gripe. Ya es de noche. Todos se saludan con los codos y se internan en el barrio, otra vez, a esperar.
Fuente: La Nación

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