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Aunque ya muerto, el colombiano Pablo Escobar, de justificada mala fama por circunstancias archiconocidas; entre tantos malos recuerdos, ha dejado una marca a la que puede considerarse como una pintoresca, aunque molesta, huella de su paso por la vida.

Es que como tantas personas obscenamente ricas, y enfermos de desmesura, él como buen caribeño no tenía límites al momento de mostrar en cosas banales -también en otras que no lo eran nada- su poder en satisfacer sus caprichos, aún los más extravagantes. No es de extrañar entonces que se le ocurriera contar con un zoológico propio, aunque claro está de otro nivel que el sindicalista y periodista Balcedo, cuya maestría a la hora de? hacerse de plata ajena no deja de asombrar, más allá de lo censurable que sea.

De allí que Escobar, importara a Colombia cuatro hipopótamos del África, los que quedaron en libertad de ir a cualquier parte, cuando su imperio criminal se derrumbara, ya antes de su muerte.?Entonces, esos animalejos, ya en libertad, se supone han llegado a un número impreciso de ejemplares, pero de cualquier forma superior a la media centena. Número creciente de ellos, consecuencia de la incuria irresponsable de funcionarios colombianos que no fueron capaces de darse cuenta de las consecuencias perversas del presente africano -no griego- buscado y recibido. Así es como, en la actualidad, se los ve en algunas zonas de ese país paseándose "como Pancho por su casa", sin que nadie, en principio, se anime a colocarle el equivalente al cascabel, del que se habla en referencia a los gatos.

Lo dicho hasta aquí me lleva a traer a la memoria que en? los palmares de Colón, circula una leyenda -que es rural y no urbana- que habla de que fue un estanciero de ancestros alemanes, quien habría tenido la ocurrencia de importar jabalíes para cazarlos, a caballo y con lanza. Que serían los lejanos tatarabuelos de los que hoy se pueden ver -y cazar- en esa zona. Y, que según otra leyenda, Conrado Command, un pintoresco personaje que supo vivir en Colonia Hoker, tuvo la ocurrencia de cruzarlos con cerdos -vulgarmente conocidos como chanchos- y dejarlos reproducir, hasta el punto que sus vecinos los habrían considerado un azote.

Concluyo preguntándome: ¿todo lo exótico es una plaga? ¿Todo lo autóctono no lo es? Preguntas que se las traen y que obligan a pensar. Con grandes posibilidades de que la respuesta tenga que ser matizada.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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