Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
No fue magia. Para llegar a ser director de marketing de uno de los hoteles más exclusivos de Buenos Aires, hacer televisión, estar trabajando en su unipersonal y lanzar un libro contando Una vida cinco estrellas, Gabriel Oliveri se construyó pieza a pieza, como un Lego, cuenta la periodista de La Nación, Flavia Fernández, en un reportaje a fondo publicado este sábado.

No sabía hacia dónde iba, pero todo estaba perfectamente planeado: salir algún día del pueblo, acumular tantas anécdotas como naranjas (nació y vivió hasta su adolescencia en Concordia, Entre Ríos, la capital del citrus) y escribir su vida. Por alguna razón -desde que pudo gambetear la depresión y un intento de suicidio a los 15 años-, él supo que su destino, más allá del lujo y la posible purpurina, sería inspirar otras vidas. "Soy un motivador natural, como una licuadora sin tapa. La gente cae y después sale transformada. No me considero un gurú ni mucho menos, solo me preocupo por dar buenos consejos y ayudar a crecer. Me da mucha felicidad generar entusiasmo”.

-¿Qué pasó en tu adolescencia?

-Soy el menor de tres hermanos, dos varones y una mujer; descendiente de italianos por parte de padre y de españoles por mamá. Carmen, como la ópera de Bizet. Española de pura cepa, ella. Fueron obreros de la naranja y también tuvieron un almacén de ramos generales. Trabajaron día y noche. Yo crecí en ese contexto. Era un nene fantasioso, con grandes miedos. ¿Cómo explicar lo que te pasa si ni vos mismo lo sabés, si tu cabeza y tus vivencias no alcanzan para darles respuestas a tus miedos?

-Te sentías diferente...

-Me sentía cercano a la sensibilidad y el mundo de las niñas. Así fue siempre hasta que a los 15 decidí morir. ¡Pero fallé! Estaba todo tan mal que hasta fracasé con el suicidio. Recuerdo que llamé a la psicóloga del pueblo y le expliqué todo. Le adelanté que no tenía un peso para pagarle, pero que no quería vivir más. Y ella me propuso un pacto. Vos no tenés una buena razón para vivir hoy, me dijo. Pero te propongo que busquemos la razón por la cual no querés vivir más. Cuando lo sepas, decidís. Y me convenció.

-¿Encontraste la razón?

-Era irme del pueblo. Salir de Concordia, mi discordia. Así le decía. Pero la culpa, por supuesto, no era del lugar. En el pueblo que hubiese nacido me habría pasado lo mismo. La realidad es que era un tema que te gustaran los chicos. ¡Y yo creía que era el único! Por eso fue tan fuerte desembarcar en Buenos Aires. Aún hoy me veo llegando por primera vez al boliche Bunker. Corrí la cortina de terciopelo y vi mil personas bailando "La isla bonita". ¡Ay, Dios, estaban acá!, me dije. Por eso creo que el sabio consejo es moverse hasta encontrar el lugar. Para dar con un sol o con una luna que nos cobije.

-¿Cómo fueron los primeros tiempos en Buenos Aires? Maletero, ¿no?

-Primero estuve pupilo en una residencia muy elegante, que significó un gran esfuerzo para mis padres, carta de recomendación del obispo incluida. Era un caserón y yo me sentía en la serie Dinastía. Fueron varios años ahí. Estudiaba abogacía. Me hice cosmopolita, tuve amigos de todos los colores, trabajé en la nunciatura y como coordinador general de la residencia. Gracias a eso los domingos podía colarme en el Teatro Colón y darme los primeros gustos de mi vida. Pero un día llamaron diciendo que había muerto mi padre. Volví al pueblo por mamá, después abandoné la carrera y me mudé a una pensión de mala muerte. Lo de maletero, sí, vino después. Antes de eso conocí el hambre, la incertidumbre. Comía una vez por día y gracias a la generosidad de Mecha, una amiga uruguaya.

- ¿Cuándo comenzaste a presentir la suerte?

-Hay un poema de Almafuerte que dice: "No te des por vencido ni aun vencido/no te sientas esclavo, ni aún esclavo/trémulo de pavor, piénsate bravo/ y arremete feroz, ya malherido". Fueron días, meses buscando trabajo en una de las peores épocas del país. Pero aprendí que siempre hay que quedarse y preguntarse: ¿por qué yo no? Trabajé como cajero de un supermercado, hasta que pasé por Suipacha y Santa Fe y vi un hotel que se estaba terminando. Hablé con el gerente, que me dijo que no tenía nada para mí, pero vi que estaba libre el puesto de maletero. Lo pedí y me quedé. Tuve suerte. El recepcionista jefe era un finlandés memorable, hijo de Josephine Baker. Nos hicimos amigos. Y todo fue tomando color. Pasé de maletero a gerente de ventas.

-Y ahí empezó la carrera meteórica.

-Podría decirse que sí. Yo estaba convencido de que no había techo. Puede que no tengas estudios o experiencia. Pero hay algo que es tuyo y que hace toda la diferencia en lo que emprendés, y es la voluntad, las buenas ideas. Para mí no existían los francos y me maté 20 años estudiando inglés, marketing. Cuando veía un mango lo invertía en estudio.

-Y ahora, con mil anécdotas, los amigos famosos, con los cuentos de Madonna, Bono, la Deneuve, Anna Wintour o Mick Jagger, ¿cómo es esta vida?

-De lo más normal porque juego, yo no me creo nada. Y soy anti-cool. Me refiero a que dentro de la vida social hay que hacer determinadas cosas para agradar o pertenecer. Y yo me resisto. A mí no me va eso de tener que vestirte de tal manera o vacacionar en tal lugar para encajar. Nunca me interesó formar parte del gueto. Y mucho menos ser de la corte de nadie. Ser libre es todo lo contrario.

-El libro es una autobiografía de autoayuda. ¿Cuál sería el consejo, el hit de la carta?

-Mirá, en casa siempre se leyeron biografías. Considero que son como libros de recetas de cocina. Recetas de vida, si querés. A mí la autoayuda presentada como fórmula no me interesa. Lo que me parece motivador es la experiencia contada. Tengo once cuadernos con mis vivencias. Estoy convencido de que es uno quien arma su destino. Nadie nace siendo una estrella, cantante, director de hotel o periodista.

-¿Qué te desespera?

-La queja. Los que dicen ”no tengo edad para esto o aquello". O peor, los que empiezan con el "me hubiese gustado...". ¡Por favor! Si te gusta, hacelo. Inténtalo ya. Yo estoy estudiando teatro porque voy a hacer mi unipersonal y sueño con hacer cine. Lo mío es puro presente y acción.

-¿Te sigue doliendo el pasado?

-Nada. Si lo logré. Yo no conservo enojos ni melancolía. Igual siempre digo que el futuro te genera ansiedad y el pasado, tristeza. Hay que vivir el momento porque nunca vas a ser tan joven como hoy.

-¿Cuál es tu lugar en el mundo?

-La Habana. Fue amor a primera vista. Es un gran museo al aire libre. Amo la arquitectura y la gente. La capacidad de lucha que tienen. La dignidad y esa belleza de nunca vivir en la queja. Tienen esa sonrisa permanente. Es un país donde yo me imagino terminar mis días.

-Algunos te dirán que sos contradictorio...

-Pero no me importa nada. Me encanta Nueva York y también La Habana. La mirada ajena no me interesa. Yo amo mi trabajo, los restaurantes divinos que tenemos, el glamour del día a día, pero soy feliz yendo a ver teatro under sentado en sillas de plástico, cosa que hago a menudo.

-¿Cuánto tardás en detectar a alguien que se acerca por conveniencia?

-A esta altura, instantes. Lo que pasa es que yo estoy abierto a todo tipo de gente. Me fascina el ser humano. Me encanta entrar en el corazón de las personas, pero a veces la gente solo quiere entrar a mi mailing, ja ja ja. Por suerte cada vez pasa menos.

-¿Cuál es tu don?

-El haber aprendido a ser feliz. La paso siempre muy bien sin ser estúpido.

-¿Y qué sería pasarla bien siendo estúpido?

-Vivir sin tener conciencia de los zarpazos que puede dar la vida. Porque una cosa es ser optimista, alegre, motivador, agradecido. Y otra es vivir en el aire. Yo tengo mi pareja, mi madre, mis cosas. Me suceden imprevistos, por supuesto. Pero eso no implica que el mundo no me fascine.
Fuente: La Nación - Flavia Fernández

Enviá tu comentario