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Es raro que la piel de los brazos de Juan Martín del Potro esté sin marcas, cuenta Xavier Prieto Astigarraga, el periodista de La Nación que cubre el US Open. Si el tandilense debió de pellizcarse demasiadas veces en estos días impensados, de sorpresas positivas y de felicidad inconmensurable por estar de regreso donde parecía que nunca volvería a estar. Está en el tenis, al que miraba demasiado de lejos en sus horas más oscuras, sin saber si se despediría de él definitivamente, y está en la elite, asombrosamente en la elite. A esta altura, el puesto 142 del ranking mundial aparece ridículo para un tipo que luego de dos años y medio de nada entre cinco, que volvió hace poco después de casi once meses de postoperatorio y reposo, abofeteó en la cancha a varias estrellas de este deporte.

Es cierto que anoche quedó en el camino en el Abierto de Estados Unidos, por la derrota ante Stan Wawrinka por 7-6 (7-5), 4-6, 6-3 y 6-2 en el último de los cuartos de final. Lógica pura, si se considera que el suizo es el tercer tenista del planeta. Pero la semana formidable que había tenido Del Potro en Nueva York, por no hablar de la de ensueño que había gozado en Río de Janeiro en forma de medalla plateada olímpica, hace sentir esta derrota como un golpe fuerte. No puede serlo si se vuelve a la realidad, si se considera de dónde viene Juan Martín y hacia dónde pretende ir en lo que queda de este año. Quirófanos, desesperanza y tristeza del pasado lo conducen al modesto, o no tanto, objetivo de concluir sano esta temporada. Las grandes aspiraciones son materia para 2017 y más allá, siempre que se alcance la primera meta.

El argentino se lleva de Nueva York más respeto de sus colegas, más cariño de los aficionados, más momentos conmovedores para su corazón y más salud en su muñeca izquierda. Un balance demasiado positivo en comparación con lo que vino a vivir en la ciudad extranjera y el torneo que más le gustan y que mejores recuerdos le provocan. Flushing Meadows 2016 le aportó también más madurez en eso de no dejarse encandilar por resultados impactantes pero efímeros y de disfrutar las vivencias que permanecen. Este Del Potro que padeció como pocos deportistas es cada día un poco más completo, ya no sólo como tenista -su juego va adquiriendo otras facetas sin perder las virtudes viejas- sino también como persona. Sabe manejar situaciones anímicas que antes lo habrían desbordado o hecho equivocarse de foco.

Por supuesto que habría sido entusiasmante seguir avanzando acá, volver a una semifinal de Grand Slam luego de tres años (Wimbledon 2013, la última) y tratar de aprovechar que la valla por saltar para acceder a la ¡final! era Kei Nishikoiri, el número 7 del ranking, y no Andy Murray, el número 2 (ver aparte). Al japonés Del Potro lo tiene mal en el historial (4-0), no como al escocés (2-6). Pero eso refiere a un futuro ya imposible.

Lo posible, y bastante inmediato, también tiene que ver con Murray, y también con una semifinal. La de la semana próxima por la Copa Davis tendrá a Delpo en un papel más protagónico que el que cumplió en el triunfo sobre Italia en Pesaro, donde ganó el punto de dobles. El campeón olímpico ya anunció que jugará los tres partidos posibles en Glasgow, y del otro lado el subcampeón se prepara como para hacer lo propio, aunque la decisión correrá por cuenta del capitán, Daniel Orsanic. Ése es el próximo desafío en este 2016 que para Juan Martín siempre debió ser el mero año del regreso, pero que está haciendo mucho más ruido que el previsible.

No hay que perder de vista que el tandilense reapareció en febrero ocupando la ubicación 1045 del ranking. Las dos victorias iniciales en Delray Beach permitieron entusiasmarse con un camino bastante breve de retorno a la elite, que por cierto está dándose, y más corto que los de ocasiones anteriores. Del Potro, todo un imán en los torneos, recibió invitaciones para no tener que pasar por engorrosas clasificaciones. Y a medida que fue volteando pesos pesados, esas invitaciones se hicieron más factibles, como la que le permitió estar deslumbrando acá, como la que ya recibió para el Masters 1000 de Shanghai y el ATP 250 de Estocolmo.

Un impacto en Wimbledon (victoria en cuatro sets sobre el propio Wawrinka), unos Juegos Olímpicos poco menos que increíbles y un Abierto de Estados Unidos emocionante dan brillo y confianza a un retorno inimaginado. El tandilense pasará aquí sus próximos días antes de viajar a Glasgow para otro reto grande, el de conseguir, contra el campeón vigente, el pase a la final por el trofeo que coquetea con la Argentina y se le negó siempre. Ganar en tierra británica sería otro logro cinematográfico. Pero la película de Del Potro 2016 aún no terminó.
Fuente: La Nación

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