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Mientras la Iglesia discute en Roma, la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico en la Argentina tiene confirmados 40 casos. Creen que hay por lo menos 100 curas abusadores en el país.

Fabián Schunk fue una de las víctimas del cura Ilarraz. Después fue uno de sus denunciantes y hoy es referente de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de Argentina, donde las denuncias y las historias de abusos se multiplican.

Schunk estuvo doce años en el seminario de Paraná, donde Ilarraz esperaba hasta la medianoche para abusar de los chicos que tenía a su cargo: “De noche un gurí lloraba y creías que extrañaba, pero lo habían abusado”. Luego, fue sacerdote, ejerció unos años y dejó sus hábitos. Se casó y su esposa fue quien lo ayudó a denunciar al sacerdote de la capital entrerriana.

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-¿El momento histórico, el contexto, están habilitando a que se hable más, a que haya más denuncias?

-Ha habido una evolución en materia de derechos en el sentido amplio. Hoy la sociedad ya no tolera ciertas cuestiones que antes permitía. Empezó con Grassi. Ahí se desmitificó que había gente intocable. Y se desenmascaró el encubrimiento de la Iglesia. También se rompió con la barrera de la prescripción. Y ayudó mucho todas las denuncias que hubo en los Estados Unidos. En Argentina todavía nos falta mucho. El Estado no debe permitirle a la Iglesia que juzgue estos delitos, porque los tribunales eclesiásticos en vez de condenar a los curas abusadores, callan a las víctimas.

-¿Qué opina de la cumbre que está sucediendo en el Vaticano?

-Creo que más que una cumbre contra la pedofilia es una cumbre de encubridores, porque si nos remitimos a lo que ha estado pasando en Argentina, tenemos que decir que todos los que han sido señalados, denunciados y condenados y hasta los que tienen condena firme por abusadores y encubridores siguen siendo sacerdotes, siguen teniendo cargos, siguen siendo trasladados de un lugar a otro. Para nosotros esta cumbre no alberga ninguna esperanza. Además, el Papa le pidió a los obispos y cardenales del mundo que iban a asistir a esta cumbre que tuvieran reuniones previas con las víctimas de su país. Aquí en Argentina no tenemos conocimiento que hayan tenido reuniones con víctimas. No sé cuál es la opinión, la voz que llevan de la Argentina al Vaticano, seguramente no es la voz de las víctimas.

-¿Hay alguna acción de la Iglesia para prevenir o reparar estos abusos?

-Las víctimas que han sido abusadas por sacerdotes fueron abandonadas y siguen siendo abandonadas. Las iglesias, los obispados, no se han hecho cargo del acompañamiento psicológico que esto conlleva, son víctimas de una iglesia que los abusa y los oculta.

-¿Tienen alguna idea aproximada de la cantidad de personas que pudieron haber sido abusadas por curas en Argentina?

-Desde el día en que el obispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, en una reunión de sacerdotes queriendo desmerecer el abuso de Ilarraz dijo "no son unos cincuenta como dicen los medios, sino que a lo sumo serán unos catorce, quince", a mí no me gusta hablar de números, porque una víctima es tan grave como cincuenta.
"Si el Papa quisiera realmente cambiar las cosas, ya hubiera echado a todos"
Mailin llora. Todavía llora. Tiene 31 años. El cura la abusó mucho tiempo atrás. Se acuerda escenas, algunas claras, otras borrosas. Hay días que le aparecen situaciones nuevas, cualquier cosa las trae a su cabeza. Aún no sanó. Se pregunta si llegará el día en que eso ocurra.

No está sola. En la mesa del bar está Julieta Añazco, abusada por otro cura. Y Gabriel Cuesta, por otro más. En una mesa cercana hay dos compañeras, abusadas también, aunque no por curas. Todos forman parte de la Campaña Contra la Prescripción de los Delitos de Violencia Sexual, que busca equipararlos con la tortura. Pero también está la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de Argentina, con un centenar en todo el país. Sólo en la red llevan 40 casos de curas abusadores.

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Gabriel Vesta, Julieta Añazco (de verde) y Mailin Gobo Agrandar imagen
Gabriel Vesta, Julieta Añazco (de verde) y Mailin Gobo
Unos y otros desconfían de lo que está ocurriendo por estos días en la cumbre sobre abusos sexuales de la Iglesia en el Vaticano. “Si Francisco quisiera realmente cambiar las cosas ya hubiera echado a todos los curas abusadores que ya fueron condenados. Dan algunos ejemplos: Jorge Grassi, condenado a 15 años de prisión por abuso sexual agravado y corrupción de menores de la Fundación Felices los Niños en 2009; Justo José Ilarraz condenado a 25 años de prisión por abuso y corrupción de menores contra siete chicos en el seminario Nuestra Señora del Oráculo de Paraná, entre 1985 y 1993; Christian Federico Von Wernich, condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad; Juan Diego Escobar Gaviria, condenado a 25 años de prisión por abuso sexual y corrupción de menores contra al menos cuatro niños de su parroquia.

Durante mucho tiempo Mailin no pudo bañarse sin las ojotas puestas. Le recordaban cuando en los campamentos el cura Carlos José le metía la mano bajo la malla para tocarla. Tampoco le gustan los besos, que le toquen el cuello ni las caricias. Todo eso le hacía Carlos José cuando ella iba a confesarse. Los abusos fueron en el colegio San José Obrero, de Caseros. No sabe cuándo empezaron. Tal vez en el jardín de infantes.

A los 12 años su mamá encontró su diario íntimo. “Quiero que Jesús me lleve al cielo”, había escrito. Su mamá la llevó a una psicóloga. Fue a varios terapeutas. Le salieron quistes por todos lados. “Te habla el cuerpo”, le dijo uno. De adolescente, empezó a alcoholizarse, a tener relaciones violentas. A los 20 un terapeuta logró que las escenas volvieran a su cabeza. Mailín le contó a sus padres, que fueron a enfrentar al cura: “Yo no hice nada, ella era cariñosa conmigo”, contestó Carlos José. Sus padres lo denunciaron en el Obispado de San Martín. No pasó nada. A los 27 años, Mailín tuvo una hija y las imágenes volvieron a su cabeza. Esta vez fue ella misma a denunciarlo a la comisaría de la Mujer de Tres de Febrero. El caso llegó a una fiscalía, donde había más denuncias contra Carlos José, quien fue detenido. Ahora está en la alcaldía de José León Suárez. La causa fue elevada a juicio.
"Si tu papá es un héroe a esa edad, un cura es Dios"
Los abusos a Gabriel Cuesta fueron entre 1972 y 1976. Empezaron cuando tenía 9 años, en la escuela San Rafael, de Villa Devoto, y participaba en el Grupo de Acción Católica. El cura Abelardo Silva se hizo amigo de su familia, y lo tenía como uno de sus "preferidos". Empezó dándole besos, luego a pedirle que lo masturbara y siguió, cada vez más. De un campamento volvió con un calzoncillo con caca, del susto. "Me puso en un lugar de sumisión, yo era muy chiquito. Si tu papá es un héroe a esa edad, un cura es Dios". A sus 15 años, a Silva lo mandaron al Chaco. Gabriel le contó a otro cura sobre los abusos. Le dijo que estaba bien, que se olvidara del asunto.

Gabriel se hizo cura: "Fue como un síndrome de Estocolmo, era un cautivo". Estuvo un año como monje de clausura en Entre Ríos, después en Morón, Castelar, Haedo. Dice que en esa época quien lo manoseaba cada vez que podía era monseñor Laguna. Años después, cuando ya había dejado los hábitos, Gabriel lo denunció. A Silva también. El cardenal Poli le recomendó callarse: "El que va a quedar mal, como hombre, sos vos". Hoy los dos están muertos. "Fue un proceso largo. Primero tenés que reconocerte como víctima, después hablás y sos un sobreviviente. Ahora soy un militante", resume Gabriel, que pasó dos años en una depresión profunda de la que salió con tratamiento psiquiátrico.
El grave problema de la prescripción
Julieta Añazco fue abusada por el cura Héctor Giménez en los campamentos de verano a los que iba cuando tenía 10, 11 y 12 años. Pudo denunciarlo 30 años después, cuando lo vio dando misa y todo volvió a su memoria. Era 2013. En la Fiscalía N° 6 de La Plata descubrió que Giménez tenía denuncias de tres varones y cinco mujeres que habían sido abusados de niños. Lo condenaron a ocho años, pero la Cámara de Apelaciones de La Plata lo excarceló por “dignidad eclesiástica”. Ahora vive en un hogar de ancianos. "Me pone muy mal saber que a ese hogar van muchos nenes a visitar a sus abuelos, y él está ahí", dice Julieta que, a los 46 años, sigue "sanando" y "militando". Ahora exige, como sus compañeros, que estas causas no prescriban.

La Red de Sobrevivientes lleva adelante 40 casos de curas abusadores. "Es la punta del iceberg, son muchos más. Es un rompecabezas, en el país hay 24 poderes judiciales, y están los curas que han sido denunciados sólo en sede canónica -explica el abogado Carlos Lombardi-. Y el proceso canónico es dañino para las víctimas, no les permite participar en la demanda ni nombrar abogado defensor. El Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas le recomendó a la Santa Sede que modifique sus normas jurídicas, pero el Papa sigue manteniendo el secreto pontificio. Lo aconsejable es hacer la denuncia en la justicia ordinaria. El problema es que en general la respuesta es que el delito prescribió".

"No hay una base de datos confiable sobre la cantidad de curas abusadores en Argentina, pero hay más de cien denunciados -dice a Clarín Julián Maradeo, autor del libro La Trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica-. Y a diferencia de lo que pasa en Estados Unidos, Chile o España, en Argentina la jerarquía católica sólo responde después de que hay un escándalo público. Esto pasa porque ni la justicia ordinaria ni los gobiernos le ordenan a las diócesis abrir sus archivos. No hay un correlato entre los dichos altisonantes del Papa Francisco con hechos".

Liliana Rodríguez es psicóloga de la Red de Sobrevivientes: "El encubrimiento que hace la Iglesia no ayuda a que la gente hable. El que no haya una depuración de abusadores tira para atrás y no permite hablar. Hablar es fundamental. Es tal el dolor psíquico de una persona que fue abusada que intenta correr esa parte de su historia, pero es imposible, porque siempre reaparece en síntomas, se enferman, tienen angustias incontrolables, sueños, pesadillas. Hablar sana. Y la gran diferencia que tenemos es que les creemos a las víctimas, que es el primer paso para que puedan confiar y sanar".
Fuente: Clarín

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