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A estar a lo que señalan fuentes de diverso origen, “Quebracho”, nacido hace de esto mas de veinte años como un “movimiento patriótico revolucionario”, está terminando por convertirse en una de las fuerzas de choque preferidas del kirchnerismo. Lo que vendría a significar que, dentro de un conjunto de grupos piqueteros de lealtades volátiles, se habría transformado en lo que podríamos llamar la “militancia beligerantemente belicosa” a diferencia de La Cámpora, que vendría a ser la “militancia intelectual, conchavada y aplaudidora”.

En abono de la evaluación de esa circunstancia se trae a colación el hecho que a los militantes de “Quebracho” se los ha visto promover y participar por tres veces en los últimos días en movilizaciones de un agresivo e intolerante respaldo a posiciones que, de una manera más compuesta y apenas más medida habría puesto de manifiesto a través de disimiles canales nuestra presidente.

El primero de esos hechos de pública notoriedad fue la presencia de sus miembros, con su habitual uniforme en el que predominan torsos desnudos, caras tapadas y una suerte de garrote en una de sus manos, no ya solo frente sino en el espacio público interior de una estación de servicio de la empresa Shell ubicada en las cercanías del Congreso de la Nación. Portaban pancartas con la consiga de que “a los 90 no volvemos”, como una manera de hacer responsable de una inflación desestabilizadora a la empresa, en la medida que habría contribuido por primeriar a las otras del sector en el incremento del precio de las naftas y el gasoil.

Después, se los vio acompañando a la presidenta, al hacer suyas las manifestaciones de apoyo con la que ella se había pronunciado respecto a la peculiar situación que se vive en Venezuela, donde se ve a Nicolás Maduro desestabilizándose todos los días a sí mismo, o lo que es lo mismo convertido en el más eficaz promotor de la caída de su gobierno.

Una situación que abriría la posibilidad de aludir a sus ribetes risibles, si entre sus efectos colaterales no se encontraran tantas víctimas –algunas de ellas mortales- y un desabastecimiento creciente de los componentes básicos de la olla más humilde, que puede, entre otras cosas, desembocar en una hambruna. De allí que coherente con esa línea se los vio marchar a la embajada de Venezuela en Buenos Aires para esta vez “apostrofar al imperio”, aunque sin llegar a manifestar su disposición para dar la vida por quien ocupa un lugar destacado entre las expresiones presidenciales del realismo mágico exhibidas en nuestro continente.

De allí que no deba extrañar tampoco su participación en la campaña oficial de “Precios Cuidados”, en las que un creciente número de voluntarios informales han respondido a la consigna de “mirar para cuidar” con una diligencia tal que en algunos puestos de venta vuelven harto dificultoso a las amas de casas moverse entre las góndolas, dado el hecho que por su número no les resultaba difícil acercarse a ellas, con lo que se agregaba una dificultad más a la de quienes muchas veces se esforzaban por buscar, sin encontrarlos, los artículos categorizado como de “precios cuidados”.

Un acompañamiento que en este último caso que se tradujo en un escrache contra Alfredo Coto, un supermercadista con el que el gobierno desde los tiempos de Guillermo Moreno viene manteniendo una relación evidentemente ciclotímica –resultaría exagerado elevarla a la categoría de una de “amor/odio”- ocasión en la que se procura en los cánticos hacer rimar, en alusión directa a Alfredo su apellido con las palabras “ladrón” e “inflación”.

De cualquier manera como circunstancia positiva debe destacarse que en todos esos casos no se registraron incidentes, gracias a la presencia previa en el lugar de las movilizaciones de policías federales, con un objetivo que no queda del todo claro, ya que no se explica inequívocamente si era para proteger a los movilizados o a quienes eventualmente se permitieran discrepar con ellos.

Circunstancia que abre el interrogante acerca de si se ha asistido a una atenuación en el estilo que hasta este momento caracterizaba a esta agrupación sedicente revolucionaria, ya que no se puede olvidar que uno de sus actos iniciales hace de esto casi siete años consistió en incendiar a un local del exgobernador neuquino Jorge Sobisch, vapuleado poco después en las urnas, y que como consecuencia de ello el líder quebrachense Fernando Esteche está actualmente en prisión por haber sido juzgado y condenando.

Toda esta parrafada, no es sino el introito a una corta expresión de deseos, que tiene que ver con varias inquietudes que aparecen como razonables.

La primera de las cuales sería con erradicar los “encapuchados” de las calles, dado que la presencia en ellas de personas vestidas de esa forma debería considerarse una contravención, fuera de los corsos carnavalescos.

La segunda, la de avanzar con tacto pero de una manera decidida a acabar con los cortes de calle, un comportamiento antisocial que independientemente de las razones muchas veces válidas de quienes los hacen suyo, tiene que dar paso a otras formas de expresar la protesta que no resulten extorsivas.

De donde debe quedar claro que no se trata ni de desconocer el derecho de peticionar, o de expresar públicamente las ideas ni de manifestar, sino de encauzarlo de manera que no alcancen la categoría inadmisible de derechos absolutos, y como tales por encima de toda regulación razonable.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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