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No son los famosísimos, aunque ahora cada vez menos citados, consejos del Viejo Vizcacha. Pero de cualquier manera las contundentes reflexiones que trasmitió José “Pepe” Mujica, a días de finalizar el mandato presidencial, algo que ocurrirá en el día de hoy, recogidas por un periodista de nuestro país que lo entrevistó, parecen hermanadas por un sabor parecido. Es que si bien no se trata de consejos, de cualquier manera todas ellas son, nada más ni nada menos, filosos puntos de vista sobre la realidad circundante, a los que no debería echarse en saco roto.

Dado su contenido, tan alejado de las rigideces dogmáticas de las ideologías fundamentalistas, hasta cabría preguntarse como un hombre así pudo llegar a ser una de las cabezas dirigentes de un movimiento subversivo. Movimiento al que se veía como la expresión de una izquierda extrema con cierto tufillo anarquista, y que nunca le hizo asco al uso de la violencia; cuando su figura casi postrera viene a ser la de un bonachón y sonriente abuelo, que no deja de serlo al emitir casi como al pasar tajantes definiciones, más propias de un agudo realista escéptico.

Es así como cabría esperar de su boca una condena terminante al sistema capitalista, que ahora como nunca está puesto en cuestión, aun por aquellos pueblos que de él usufructúan. Pero don Pepe ha optado por destacar su costado positivo al decir que “el capitalismo nos regaló cuarenta años más de vida promedio en el último siglo y a pesar de ser contradictorio y fundamentalmente egoísta, lleva adentro un motor formidable, que ha desarrollado ciencia, tecnología”.

Después de lo cual , al ocuparse de los empresarios de su país, da cuenta de la necesidad de tratarlos dando muestras de un manera atinadamente compleja. Es cuando explica que” si les meto la mano demasiado en el bolsillo al que tiene que invertir, no invierte y al final tengo menos para repartir” De allí que en lo que se muestra como una velada crítica al castrismo cubano- la que en realidad no es tan velada-,agrega:.”mirá el resultado humano y práctico que han tenido los experimentos apurados, “definitivos” del socialismo: al final tuvieron menos para repartir”.

Menos complaciente es con el socialismo en cuyas fuentes él ha abrevado, ya que después de señalar su principal defecto –“lo peor del socialismo es la burocracia”- vuelve a hablar del capitalismo, respecto al cual dice no ignorar los problemas que el mismo ha tenido, tiene y tendrá por los daños colaterales que provoca su existencia en el mundo global, pero a continuación señala que siempre hay algo que aprender, hasta del adversario, ya que de lo que se trata es de aprender de la inteligencia, no de la estupidez”.

Al ocuparse de la democracia de la que se ha dicho que es la menos mala de las formas de gobierno –o puesto en inverso, que es el mejor de los gobiernos posibles- y del Estado al que sin decirlo advierte el peligro de que se transforme en lo que el mexicano Octavio Paz denominaba un ogro filantrópico, señala que “la democracia se nos fue amortiguando; caímos en clientelismo; en utilizar al Estado para colocar mucha gente, demasiada gente, y así le fuimos quitando competitividad.” Viene en seguida a reiterar lo que todos sabemos, aunque sean muchos los que se resisten a aceptarlo, al advertir que por un “proteccionismo” hacia la gente que trabaja, creamos una categoría de funcionarios, prácticamente intocables, que tienen su porvenir asegurado; entrando en el Estado, dentro de cuarenta años se jubila y nadie los toca, haga lo que haga. El Estado perdió vigor, y obviamente los sindicalistas defienden esas ‘conquistas’, con lo que se transformaron en defensores del statu quo que maniata al Estado”.

Merecen reparos, en cambio, las reflexiones que le provoca el Mercosur: Es que para él “la integración precisa un liderazgo, y ese liderazgo se llama Brasil, pero la Argentina tendría que acompañar, y no acompaña un carajo, más bien lo contrario, es como si la Argentina se hubiera retrotraído a una visión de 1960”. Se nos ocurre, mirando las cosas muy de afuera y de lejos, que más que la existencia de un mayor o menor liderazgo, la falla reside en el hecho de que nos hemos equivocado a la hora de empeñarnos en lograr una mayor integración entre los países que lo componen, dado lo cual el mismo ha venido a funcionar como una desvencijada asociación de libre (¿?) comercio, con el agravante de que en la práctica nuestro país y el Brasil se han sentido siempre socios de primera, comportándose como tales frente a Uruguay y el Paraguay.Todo ello sin olvidar el sapo grande que los países que integran ese comunidad se tragaron al incorporar a su seno a Venezuela, país que en lugar de impulsar el faraónico ducto de combustibles que desde el Caribeibaa llegara nuestro país, ha servido por sobre todo para exportarnos corrupción,como si por otra parte ya de ella no tuviéramos bastante…

A su vez, al referirse a la relación de nuestro país con Brasil y el Uruguay, apela para ilustrarla a una anécdota que no tiene nada de graciosa.

Es cuando se confiesa con el entrevistado diciéndole “te voy a hacer una confesión: me dijo una vez la presidenta de Brasil: ¡Ay, Pepe, con Argentina hay que tener paciencia estratégica...!”. Brasil les ha bancado de todo a los argentinos, de todo (...)Dilma y Lula en esto piensan igual”. Se trata de una postura que significa poco menos que decir que a los locos hay que correrlos para el lado que disparan. En lo que no es otra cosa que una salida del paso, para ocultar una grave realidad que a la vez resulta totalmente condenable y que para todos debería ser motivo de una profunda preocupación: es que con nuestro persistente y por otra parte injustificado maltrato hacia nuestros vecinos se ha logrado un deterioro en las estrechas relaciones que históricamente mantenían no solo los gobiernos sino ambos pueblos, tanto por su proximidad, como por el hecho que en los orígenes fuimos una sola cosa, y que como consecuencia de las torpezas de quienes ahora aquí mandan, puede llevar, de no producirse un cambio radical en nuestra política exterior, a producir una fractura irreversible.

La austeridad y la condena al rencor. En ambos casos sus reflexiones a pesar de ser en realidad intimistas y de carácter personalísimo, tienen una dimensión universal. Es así como aludiendo a su vida austera señala que “dicen por ahí que soy un presidente pobre, pero en realidad soy sobrio en mi forma de vivir. Vivo con poco, liviano de equipaje, deliberadamente, es una opción. ¿Para qué? Para tener tiempo libre y gastarlo en esas cosas que a mí me motivan. Si me dedico a acumular plata, después tengo que andar desesperado tapando agujeros”. Y en lo que respecta a los rencores conservados hasta la eternidad confiesa que ““Yo no odio. Yo fui a ver los calabozos donde estuve preso. Me saqué una foto con los coroneles de ahora y todo. Pero lo pasado, pisado…”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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