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Colón celebra el aniversario de su fundación

Según la cuenta cronológica van ciento cincuenta y tres años de la fecha en que nuestra ciudad fuera fundada. No es la ocasión de efectuar una relación histórica del paso de nuestros días desde ese momento inicial (por nuestra parte podemos, al respecto, contar con el no siempre bien valorado esfuerzo que significa la investigación y redacción de la serie de biografías de "los hombres que gobernaron a Colón", de la que es autora la profesora Lorena Muñoz, cuya publicación está en vías de culminar y pensamos posteriormente editar) ni tampoco de volver sobre interesantes entredichos acerca de si el 12 de Abril de 1863 fue la fecha precisa de nuestra formación, lo que por otra parte no reviste un interés que vaya más allá de esa obsesión por la precisión en las fechas, a la que nos tienen acostumbrados los historiadores.

Al fin y al cabo ni Paraná –ni tampoco El Brillante- cuentan con una fecha de su fundación formal, porque no la tuvieron, pero es saludable que tengan instituidos, aunque de una manera entre corajuda y vergonzante, lo que no es otra cosa que el Día de la Ciudad.

El de hoy es el nuestro. Y sería mucho más valioso que así lo asumamos y así lo celebremos. Algo que significa volvernos más conscientes de nuestras raíces -se debe tener en cuenta que una gran parte de nuestros vecinos o no han nacido aquí, o no lo han hecho sus padres- adquiriendo todos un conocimiento acabado de la forma como nos fuimos recomponiendo ante los cambios que muchas veces tuvimos que enfrentar.

Ciudad puerto primero, ciudad burocrática después, como cabecera del Departamento, ciudad volcada al turismo ahora. Todo ello acompañado de una larga, minuciosa y a la vez profunda reflexión acerca de lo que podemos hacer los colonenses, nativos o por adopción, para decidir nuestro futuro por nosotros mismos y no contentarnos que sea un azaroso cúmulo de circunstancias que nos ayudan y a la vez nos golpean desde afuera, el que nos lo imponga.

De allí que sin ánimo alguno de crítica, sino tal solo señalando un estado de ánimo, es que se tiene la impresión de que cabe ver en la conmemoración de la jornada la ausencia de un seminario, o de cualquier reunión, sea el nombre que se le quiera dar, cuyo objeto sea "reflexionar sobre nosotros mismos".

Una reflexión que indague sobre lo que la comunidad espera de nosotros para convertirse en un todo más integrado y capaz de asegurar a los que aquí vivimos –y no solo a los turistas- una mejor calidad de vida. Señal de una falencia de la que, en mayor o menor medida, todos somos responsables.

Es que el convertir al 12 de abril en el Día de la Ciudad se volvería, si abordamos su conmemoración de esa manera, en la ocasión de una celebración no solo gozosa sino también agradecida. Que no solo fuera una muestra de nuestra contenteza de vivir aquí, sino del compromiso de conformar un hogar todavía más acogedor para nuestros hijos y nietos.

Cierto es que aprovechamos cada vez más la fortuna que significa vivir a la vera de uno de los ríos más grandes de la tierra, a lo que se añade el hecho de su especial belleza.

Pero no puede dejar de advertirse que no lo cuidamos en la forma debida -en el caso que lo cuidemos de alguna forma- así como también hemos dejado que desde el punto de vista edilicio se asista a una pérdida de calidad –existen coloneses que ya no viven aquí, y que cuando vuelven se sorprenden, incluso de una mala manera, que se transforma en tristeza y hasta desagrado, al comprobar en lo que se ha "reconvertido" (resultaría inapropiado hablar de "remozamiento") la calle 12 de Abril en su sector histórico- y ni hablar de lo que sucede desde el punto de vista urbanístico, donde el estado de situación caótica al que se ha llegado, viene a ser la demostración clara de criterios que atienden sobre todo a lo que es dable designar como el negocio inmobiliario.

Así es como si en la década del cincuenta del siglo pasado se asistió a la explosión de una actividad minera inadecuadamente invasiva que llegó a hacerse presente dentro del radio urbano y que sembrara nuestro Ejido y las colonias periféricas de grandes "cavas" luego abandonadas, ahora se asiste a una política de parecidas consecuencias en lo que concierne al el uso de la tierra con destino habitacional.

Y para mencionar lo que muchos pueden llegar a considerar como una obsesión nuestra, atender al arbolado público, respecto al cual existe, no solo por parte de la administración local sino de grandes sectores de la población (resulta así curioso que ninguno de los grupos ambientalistas se ocupe del tema), un desinterés palpable y hasta suicida, por cuanto significa no otra cosa que renegar de nuestros fundadores el concebir a Colón como "una ciudad sin árboles".

Un enfoque, el así formulado, en el que no debe verse nada que signifique menoscabo alguno a la conmemoración de la decisión formal que se encuentra en nuestro origen, ni dejar de lado el agradecimiento a quienes la adoptaron y la hicieron crecer, comenzando por Justo José de Urquiza, ni a la gratitud en el recuerdo, que sería hasta un acto de reparación, para los que constituyeron el primer núcleo de vecinos.

Expresado todo lo cual, ello debiera servirnos para que advirtamos hasta qué punto, aturdidos y hasta cierto punto al menos hipnotizados por ese verdadero borbollón de todo que representan para nosotros los días de estío, que a pesar de todas las condiciones que a nuestra región ha adornado la naturaleza, a nuestra ciudad le puede caber sino un destino fallido, uno muy alejado del que tendría por sus oportunidades desaprovechadas.

Habrá quien diga que todo lo expresado es consecuencia de una ausencia de dirigentes. Por nuestra parte no lo creemos así, máxime si se parte del hecho que todos sin excepción podemos considerarnos que estamos ejerciendo esa función, si nos comportamos como ciudadanos responsables, y como tales capaces de mirar más allá de los intereses propios, y transformar en tales los de la comunidad en su conjunto.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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