Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Rubén Comán/EER (archivo).
Rubén Comán/EER (archivo).
Rubén Comán/EER (archivo).
Se ha vuelto noticia que en la ciudad de Buenos Aires existe una ley sancionada y promulgada hace más de siete años que conforma un Régimen Integral del Arbolado Urbano, que no se ha reglamentado todavía, a pesar del tiempo transcurrido desde su promulgación.

Es importante remarcarlo, ya que ello sirve para dar una idea de la atención que en general se presta a los árboles a largo y a lo ancho del país.

Una circunstancia que, trasladada a Colón, marca el desinterés que nuestra ciudad (y no solo ella) muestra hacia los árboles. A lo largo de sucesivas administraciones municipales, por décadas, el único interés que han mostrado es profundizar el problema en la materia, y la normativa vigente que se sabe -y no solo se supone-es letra muerta, a pesar de que su incumplimiento en materia penal se considera un delito, el que no es otro que el incumplimiento de los deberes públicos. Mientras tanto, no nos parece en la ocasión de interés preguntarnos acerca de cuál es de sus deberes el que nuestros funcionarios y empleados municipales dejan de cumplir, sino cuál de ellos es el que cumplen.

Pero operativa o no la ley, a ella recurrió un juez capitalino para fundar la admisión de un recurso de amparo interpuesto por una vecina, que no reclamaba ni más ni menos que la suspensión por tiempo indefinido de las operaciones de poda de los árboles que pertenecen al patrimonio público de esa ciudad.

Y las prescripciones que el juez indicado consideraba incumplidas, son aquellas que cabe considerar como letra muerta tanto aquí como en la mayoría de las localidades del país, con contadas y encomiables excepciones como es el caso envidiable de nuestra vecina Villa Elisa.

La primera de esas prescripciones tiene que ver con contar con personal técnico afectado a las tareas de evaluación, plantación, poda, trasplante o tala, o cualquier otra intervención sobre el arbolado público, que deberá estar habilitado para la realización de las mismas mediante capacitaciones y evaluaciones sobre cada labor. Indicación que resulta de toda obviedad, pero aunque cuesta lograr que se cumpla ya que son muchos los que opinan "que quién no sabe acerca de árboles y su cuidado", como si ello no se tratara de una técnica, sino de una suerte de ciencia infusa; a lo que se agrega el hecho que, en esa dependencia municipal es más fácil acomodar amigos y parientes sin aparentes graves consecuencias. Algo que obviamente constituye un grave error, ya que tanto nuestro ecosistema, incluyendo el aspecto edilicio y la calidad de vida de todos los vecinos, tiene en el arbolado un factor benéfico obviamente coadyuvante de una manera decisiva para lograr su acabada plenitud.

Pero la verdad es que existe la falsa creencia que plantar o podar árboles es una cosa que "cualquiera puede hacer", sin pretender ni hablar de exigir una prueba de "capacitación" traducida no en uno de esos papeles que no son por lo general nada, sino en un interrogatorio acerca de habilidades seguidas de pruebas prácticas de ella. Al fin y al cabo si para quedar habilitado para conducir un automóvil se debe pasar por una fatigosa ordalía, ¿por qué no ocurre una cosa parecida con quien se va a encargar de una tarea delicada como es el ocuparse del arbolado urbano? Aunque no se puede olvidar que la "capacitación", de la que ahora tanto se habla y tan poco se la tiene en cuenta al momento de efectuar designaciones sin concurso previo, no es sino el camino que debe cumplirse para alcanzar la "idoneidad", la que constituye una exigencia constitucional, que debería acreditarse para acceder a todo cargo público. Y a ese respecto es por eso que la norma porteña no reglamentada exige que las autoridades competentes instrumenten las medidas a fin de certificar la capacidad del personal para la evaluación técnica de los árboles.

En otra de sus disposiciones, la ley a la que hacemos referencia utiliza la sofisticada expresión "intervención" para designar a las sucesivas operaciones de plantación, cuidado del ejemplar arbóreo plantado y en especial su sanidad, como también eventuales agresiones de personas mal educadas que puedan sufrir, y por último en lo que respecta a la poda y a la extracción proceder también de acuerdo a las reglas del arte.

Es por eso que arbolar, no es quedarse pensando en la posibilidad de plantar; cuidar es no olvidarse de regar, combatir las hormigas, colocar tutores y protecciones espinosas; podar no es mutilar dejando tan solo troncos desnudos mal adornados de muñones; proceder a extraer árboles secos no es lo mismo que talar. Una enumeración que aparecería como superflua si habitualmente en tantas ocasiones y lugares no se viera actuar precisamente haciendo lo contrario de lo que se debiera hacer. Para decirlo de una manera gráfica, utilizando un símil con las intervenciones médicas: una falta de cuidados en el recién nacido a la que siguen acciones que más que operaciones quirúrgicas se muestran como verdaderas prácticas de chambones carniceros, que incluyen muertes impiadosas o lesiones y enfermedades con graves secuelas producto de ignorancia o negligencia de profesionales de la salud.

De esa manera se explica que en la mayor parte de nuestras ciudades no existan arboles varias veces centenarios, y que ocuparse de legislar acerca de árboles históricos o que deben ser protegidos, es una cuestión que termina en el olvido, cuando quedan atrás recurrentes brotes de supuesto entusiasmo.

¿Qué es lo que ha pasado? Se dice de una época en la que se celebraba el Día del Árbol, e inclusive hasta se daba el caso que, como dando fe de la conmemoración, no solo se plantaba uno, sino una verdadera ristra de ellos, cada uno con un padrino que se encargaba de su cuidado.

Hoy en día lo común es que nuestras calles den la impresión de maxilares humanos desdentados en menor medida, hasta el extremo de los completamente desdentados.

Y a quienes se mudan a una flamante casa pocas veces se les ocurre poblar las veredas de árboles que irán creciendo a lo largo del paso de las vidas; y en el caso de entregas de viviendas de barrios de las llamadas viviendas sociales, se da la enormidad que a ninguna de las autoridades del organismo competente se les haya ocurrido adoptar una directiva, por la cual ninguno de esos barrios pueda no ya construirse, sino habilitarse sin su correspondiente arbolado. Es que a una vivienda desnuda de árboles, tanto sobre la calle como en su fondo, no le debería ni cuadrar siquiera el nombre eufemístico de "solución habitacional".

¿Dónde está la autoridad de aplicación de las pautas en materia de arbolado urbano? Nos parece positivo, como se ha hecho en nuestra ciudad, la designación de una Comisión de Arbolado, como manera de abrir a la participación popular esa problemática. Pero no podemos olvidar que el primer Perón ya decía que la mejor manera de darle largas a la solución de un problema era. . . nombrar una comisión para que del mismo se ocupe.

Mientras tanto, ¿dónde están el presidente municipal, su secretario de Obras y Servicios Públicos, el director de Parques y Paseos, nuestros concejales, las asociaciones ambientalistas y, por qué no decirlo, cada uno de nosotros mismos a la hora de ocuparse de los árboles?

Y lo más grave de lo que da cuenta esta retahíla de rezongos, es que son la demostración de una indeseada involución cultural.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario