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El estudiante Francisco Devoto
El estudiante Francisco Devoto
El estudiante Francisco Devoto
Francisco Devoto es alumno del Bachillerato Humanista Moderno de Concordia, abanderado de la bandera de Entre Ríos.

El martes último, cuando ya el país vivía con angustia la desaparición del Submarino ARA San Juan, el joven pronunció un encendido discurso en el acto por la Soberanía Nacional.

Tanto el contenido como el estilo impactaron en quienes lo escucharon. Lejos de quedarse en un mero recuerdo de lo sucedido, Devoto reflexionó sobre el presente, primero al aludir a la "estrepitosa indiferencia" con la que solemos aceptar las "injusticias" y después al hacer una especial mención, ya en el cierre de su mensaje, a los tripulantes del submarino.

Aquí, el texto completo de su discurso:

Dulce et decorum est pro patria mori. (Dulce y honorable es morir por la patria)

"Allá los tenéis, considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar sin más título que la fuerza, las aguas de un río que recorre el territorio de nuestra Nación ¡Pero tremola en el Paraná el pabellón celeste y blanco, y debemos morir todos antes que ver bajar la bandera de donde flamea!"

Eso dijo en solemne bravura e hidalguía patria el general Mansilla después de haber dispuesto las soberanas cadenas a los invasores, a quienes ya se podía avistar desde las costas de Obligado.

Comenzaron los gauchos y criollos, ya bien encomendados al Altísimo, a disparar los cañones de la defensa con las inmortales estrofas del himno aún resonando en sus oídos.

La muerte gloriosa por la que claman los últimos versos de la canción patria se hizo presente, estaba allí, llamando con fuerza indómita e inapelable al deber nacional de resistencia y autodeterminación que llamamos soberanía.

Aquel 20 de Noviembre de 1845, un convoy bélico-comercial conformado por la alianza imperialista más grande del mundo de aquel entonces: la Alianza Anglo francesa decidió establecerse sin previo aviso y con admirable osadía en las aguas de la Confederación Argentina, cursando las aguas del rio Paraná e imponiendo un bloqueo en el puerto de Buenos Aires; queriendo con esto, situar una ruta de libre comercio que favorecería y alimentaría la voraz riqueza de los dos poderes más grandes del planeta.

Esperábanse los foráneos una fácil empresa en tierra que ellos consideraban no soberana, y que sería nada más que otra factoría de sus atropellos ¡Qué equivocados estaban!

Se dispuso la defensa en las costas del Paraná por orden del histórico "Restaurador" Juan Manuel de Rosas, quién nombró al general Lucio Mansilla como encargado de tan magna responsabilidad.

Mansilla ordenó tender tres cadenas de hierro costa a costa, por lo largo del caudaloso río, para imposibilitar así el paso del invasor. Dotado austeramente de unas pocas baterías de cañón, hizo uso de la gallardía de dos mil hombres libres poco diestros en armas, pero deseosos de defender ese mundo suyo que fue y es la Patria. Trescientos argentinos tiñeron las costas de rojo en nombre de sus costumbres, sus tradiciones, su bandera. Ninguno fue muerto por dogmas o ideologías, ni por la realización de ningún programa político; todos ofrendaron sus vidas por la resistencia nacional; por esa voluntad de fuego de no querer más que ser libres bajo el fulgor del sol entre celeste y blanco.

Los colonialistas lograron cortar las cadenas; pero las bajas sufridas y lo que se les avecinaría luego, haría que no se pudiese hablar de rentabilidad en su travesía.

Poco a poco, los constantes ataques y boicots de las poblaciones costeras que se unieron a la batalla, animadas por las historias del heroico esfuerzo de soldados argentinos que se hicieron escuchar en la mismísima Londres, consiguieron que medio año después, en revancha por lo sucedido en Obligado, una abatida y humillada flota extranjera tenga que abdicar de su misión tras la Batalla de Quebracho, en donde flameó victoriosa nuestra bandera del cielo. Quienes habían venido, esperando prepotentemente mediante el avallasamiento y el uso de la fuerza, obtener un cuantioso dividendo, se fueron heridos mortales en su orgullo y arrogancia.

Recordamos este 20 de noviembre especialmente, pero hoy y siempre el deber y la obligación, que es causa común con quienes dieron su vida al servicio de la nación, en Obligado, en Malvinas, y en cualquier situación que haya convocado y/o que siga convocando a la causa más noble de todas, el defender la soberanía. Soberanía que no es más que el mate, el futbol, el dulce de leche, el folklore, el tango, el asado, el apasionamiento fácil y el griterío que son parte de esa idiosincrasia nuestra que destaca por testaruda y arrogante. Esa que nos hace mofarnos de todo, especialmente de nuestro país, pero que a la vez nos lleva a inflar el pecho con orgullo y grandeza al decir en tierras ajenas: "Yo soy argentino".

Parece reducción al absurdo explicar que quien lucha por la Patria, lucha por todo lo que es, por todo lo que conoce, por todo lo que ama. Pero créanme, es muy necesario. La nación que alguna vez supo libertar medio continente descansa casi abatida en nuestros brazos por los errores y las injusticias que parecemos aceptar con estrepitosa indiferencia.

Tal vez haga falta entender que todo reside en darse cuenta de que lo que mueve las pesadas ruedas de la historia son las voluntades y convicciones nobles y férreas amalgamadas en la sangre de los mártires, que hicieron frente a la amarga muerte enarbolando las banderas de sus ideales.

Seamos eternamente "lux luceat" y juremos ante el Omnipotente, adherir a las causas más puras y sacras que existen en la tierra; la Verdad y la Patria ¡Que viva la soberana independencia argentina!

Especial mención en dedicatoria a los héroes defensores de la soberanía, tripulantes del ARA San Juan. Dios quiera, sean encontrados pronto y con vida.
Fuente: El Entre Ríos

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