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Sabido es que Entre Ríos le ha “donado” muchos de sus hijos a la capital argentina. Es frecuente encontrarse con entrerrianos -por lo general bien conceptuados, aunque hay excepciones, claro-, que se radicaron en la “gran ciudad” hace décadas, al punto de que pocos saben de sus orígenes pueblerinos. Algunos -como es el caso de quien motiva esta nota-, fueron protagonistas, personas especiales, que merecen ser conocidas y reconocidas.

El martes último, Alberto Manguel, quien fuera director de la Biblioteca Nacional entre 2016 y 2018, publicó un escrito en el diario La Nación, para despedir a Héctor Sigales, a quien no dudó en considerar “la memoria viva de la Biblioteca Nacional”.

Sigales entró a trabajar en el viejo edificio de la calle México en tiempos de Borges e incluso vivió allí. Antes, había trabajado hasta de lustrador de muebles. Murió el 1° de abril último.

¿Quién fue Héctor Sigales? Veamos.
Dice Manguel, sobre Sigales:
Hay personas que sin proponérselo, acaban convirtiéndose en el símbolo de la institución en la que trabajan. Héctor Sigales fue, para muchos, la memoria viva de la Biblioteca Nacional. Pasados los treinta años, y después de una azarosa carrera en la que tuvo un sinnúmero de empleos, primero en varias fábricas y luego como lustrador de muebles, entró a trabajar en el edificio de la calle México. La Biblioteca Nacional estaba en aquel entonces bajo la dirección de Borges, y Sigales recordaba la cortesía con la que Borges ciego respondía al saludo cotidiano. Hasta su jubilación en 2017 fue quien más tiempo trabajó en la Biblioteca. Hasta vivió en ella: antes de que la Biblioteca se mudase a la nueva sede de Recoleta, durante un periodo de dificultades económicas, vivió con toda su familia en las habitaciones de la terraza del edificio donde ahora funciona el Centro de Estudios sobre Borges.

Sigales nació el 18 de julio de 1941 en Rosario del Tala, en Entre Ríos. A los catorce años, para ayudar a su familia, emigró a Buenos Aires, donde tuvo que abandonar los estudios para cumplir con los horarios de trabajo. Sus amigos lo recuerdan como un hombre simpático y algo travieso, a quien le gustaban las bromas, las cenas con vino abundante, y el fútbol. A diferencia de sus padres, fanáticos de Boca Juniors, Sigales fue toda su vida fanático de River. Era devoto de Eva Perón y se emocionaba hasta las lágrimas hablando ella. No creía que ningún político actual fuese merecedor de su legado. Nunca se mostró intolerante de las opiniones ajenas. Creía en el diálogo y el respeto mutuo. Héctor Sigales murió en Buenos Aires el 1 de abril, apaciblemente, rodeado de sus hijos.

Su extraordinaria memoria le permitía recordar hasta los más mínimos detalles de su largo empleo. Cuando alguien necesitaba encontrar algún volumen inhallable o algún legajo olvidado, Sigales podía decir con exactitud dónde se encontraba el objeto extraviado. Su memoria le permitía recorrer los anaqueles y depósitos de la Biblioteca en su encarnación anterior con más destreza que los erráticos bibliotecarios del Babel de Borges. Sus compañeros admiten que Sigales fue quien más conoció el archivo bibliográfico de la institución. Trabajó con casi todos y ayudó a casi todos a encontrar algo en algún momento. También fue jefe de diversas áreas y delegado de algún sindicato. Antes de su jubilación, el Centro de Radiodifusión de la Biblioteca grabó algunos de los recuerdos de Sigales, que ahora forman parte de los archivos sonoros.

Su hijo Juan Martín, quien trabaja en el Departamento de Prensa y Comunicación de la BN, cuenta que jamás, hasta los últimos días, dejó de preguntar por la Biblioteca y por sus compañeros. Jamás se olvidó de esa parte de su vida que fue tal vez, la más importante. Borges, en un breve texto incluido en El Hacedor, pregunta: “¿Qué morirá conmigo cuando yo muera?” Con Sigales desaparece para siempre un testigo esencial de la Biblioteca Nacional: no de sus prestigiosas colecciones ni de su identidad visible, sino de algunos detalles secretos, tal vez triviales, de su vida cotidiana, de su alma.
Fuente: La Nación

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