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Se quebró apenas arrancó a contar su historia. Los espectadores seguramente también. No era un llanto de tristeza sino de orgullo, del estalle de emociones que genera recordar cómo logró salir adelante de la indigencia con un objetivo tan loable como reciclar residuos y dar trabajo al mismo tiempo. “Mi idea fue reciclarle la vida a millones de personas”, dijo Ricardo “Coco” Niz, oriundo de Entre Ríos, quien se mudó a la Ciudad de Buenos Aires intentando dejar atrás su infancia sin familia, cuenta la periodista Camila Dolabjian, para La Nación.

La ciudad fue dura. Vivió en la indigencia durante años, parando en los costados de las vías del tren. No se rindió y, en 2001, en uno de los peores momentos de la economía argentina, fundó la cooperativa El Correcamino. Hoy recupera 50.000 toneladas de residuos y emplea a 53 familias. Su proyecto no tiene sueños, tiene objetivos. Empuja el carro todos los días para dignificar el trabajo, abrirle el camino a personas vulneradas para que encuentren una salida distinta a la pobreza y, mientras, como si fuera “de paso”, le mejora la vida a miles de vecinos de su Ciudad haciendo su aporte a la gestión de residuos y al ambiente.

Cuenta su historia con firmeza y convicción, y explica sus motivos. “Tomé una decisión. O te convertís en un antisocial o creamos una opción. Soy un rebelde que no quería cortar calle ni ser un contrapeso para la comunidad. En el sistema no había un lugar para mí ni para millones de argentinos. Decidí crearlo”, contó Niz, en diálogo con José Del Rio, secretario general de Redacción del diario La Nación.

La cooperativa invita a trabajar, no exige trabajar. Niz puso como ejemplo a los expresidiarios. Explicó que no tienen posibilidad de insertarse en el mercado con claridad: “Los crucifican sus antecedentes”. La cooperativa que creó es una alternativa para permitirles salir adelante, darles una segunda oportunidad. Espera que se creen más.

“La cooperativa es eso. Es un antibiótico laboral. Trabajando uno se cura”, dijo. En la escuela lo iban a buscar políticos y policías para robar, contó. Buscaban mano de obra mendiga y barata para asaltar a comerciantes y camiones transportadores. Él resistió y buscó un plan B. “Zafó” del destino de muchos: la delincuencia y un penal.

Cuando Coco se enteró de que su cooperativa tenía que pagar el Impuesto a las Ganancias, se puso contento. En ese momento se dio cuenta que había dejado atrás la informalidad y la marginalidad contra la que luchó. “Los indigentes podemos convertirnos en contribuyentes, cuidando el medio ambiente, de la mano de la gente”, aseguró, e invitó a otros a fundar cooperativas similares, pacíficas e integradoras.

Parafraseándolo, quiso “enamorar” a la comunidad con un proyecto. Transparencia, trabajo, dignidad y su grano de arena (o varios) al cuidado del ambiente. Cuenta que se sintió apoyado y por eso logró su objetivo. “Me invitaron a un evento empresarial. Y el cartonero estaba ahí, con el chalequito en el medio. No tenía ni idea, pero tenía interés en aprender. Y esta gente que fue solidaria me dio el mejor alimento que es despertar tus neuronas dormidas. Y nunca más corté la calle. Me resisto a estar colgado del estado”, contó.

“No tengo sueños, casi no duermo. Si dormiría, no haría nada. Tengo objetivos claros: quiero construir un cooperativismo productivo en la argentina”, cerró, con la misma emoción del comienzo.
Fuente: La Nación

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