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Mario Lange tiene 50 años y es de Entre Ríos. Vendió su empresa y hace cinco años que recorre el país para intervenir plazas, escuelas, puentes y edificios públicos para que se vean más alegres. Y lo hace de una manera inclusiva: convoca a chicos y artistas locales.

Mario Lange llega al anfiteatro poco después de las 8 de la mañana con litros de pintura para colorear paredes con la ayuda de cualquier persona que quiera sumarse. Y, pese a que no vislumbra con exactitud qué pintará en esos muros y gradas ni cuántos llegarán, cuenta con una certeza: habrá dejado allí más que el sello de sus vivos colores y sus dibujos. Habrá dejado una auténtica revolución.

El de Libertador San Martín, un municipio entrerriano a 50 kilómetros de Paraná, es el mural número 1.293 que el artista de 50 años se apresta a intervenir en la Argentina. Esa tarea la comenzó casi 5 años atrás y, de distintas maneras, transforma las realidades de quienes participan. Se trata de un arte inclusivo que motiva a artistas locales “dormidos”, estimula la creatividad de niños y grandes, y brinda un momento de paz a cualquiera que se acerque.

“El arte iguala”, dice Mario mientras me mira con ojos penetrantes luego de sorber un mate, apenas llegado a Libertador San Martín.

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En Junín, chicos de distintas escuelas lo ayudaron a pintar una bandera que rodeó la plaza Agrandar imagen
En Junín, chicos de distintas escuelas lo ayudaron a pintar una bandera que rodeó la plaza
La cita para los vecinos es a las 9. Mario luce relajado, como quien está por hacer algo que ha hecho muchas veces, pero con la pasión de quien acaba de encontrar su vocación. Viste un delantal teñido de múltiples colores, vestigios de cientos de horas de revolución. Lleva un gorro con una M que alude a su nombre y unos jeans –también llenos de colores– que hacen juego con esa personalidad jovial y esa sonrisa que exhibe casi a cada rato, y con la que recibe a quienes llegan.

Con el correr de la jornada desfilarán hombres, mujeres y –muchos– niños por ese anfiteatro que, para el final del día, lucirá renovado, con flores y una enorme bandera argentina estampada en su centro.

Hay un orden en el ambiente. Apenas llega, Mario comienza a dibujar sobre las paredes, las cuales viste siempre con la impronta propia del paisaje local.

A medida que se acercan las personas, prepara los colores y les asigna a cada una –sean artistas experimentados o niños de primaria– un rincón a completar. Y su entusiasmo, mezclado con calma, contagia.
La gestación de la revolución
Mario nació en Strobel, un pueblo de Entre Ríos, donde creció en una pobreza extrema con 4 hermanos, un padre alcohólico y una madre sorda. En su infancia aprendió la disciplina. Primero al cumplir con sus obligaciones escolares, y luego al cazar cuises, liebres y pescar en el Paraná el alimento diario.

En su adolescencia, mudado a Villa Mercedes, San Luis, arraigó ese espíritu de sacrificio como atleta: se dedicó a las carreras de medio fondo e integró el seleccionado argentino. Cuando terminó el colegio debió abandonar el atletismo para trabajar como albañil.

Recién a los 40 años, y con una empresa constructora que lo había hecho prosperar económicamente, llegó de casualidad al mundo del arte. Comenzó a pintar cuadros y se dio cuenta de que era lo suyo. Pronto, el éxito en la venta de sus obras lo ayudó a volcar su profesión hacia su nueva actividad.

Corría 2015 y la empleada doméstica de Mario le contó sobre la escuela a la que iba su hijo, quien tiene una discapacidad. Aquel colegio Montessori era un lugar triste. Tras visitarlo junto a su esposa, Mario convocó a 4 amigas y, durante un fin de semana largo, se dedicaron a cambiarle la cara al sitio: llenaron las paredes de animales en escala real y de colores alegres. Una jirafa lila, un elefante rosado, un entorno selvático.

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El mural en la escuela Montessori fue el primero de su obra Agrandar imagen
El mural en la escuela Montessori fue el primero de su obra
Mario fue impulsado por las sonrisas que vio en los chicos el lunes siguiente: “Noté que había sido impresionante y quise replicarlo”, recuerda.

Al poco tiempo lo llamaron desde el gobierno sanluiseño. Le dijeron que él no era artista y le prohibieron que interviniera de esa manera murales. Mario mantuvo la calma. Y, con tono apacible, profetizó exactamente lo contrario: “Voy a hacerles una revolución de arte que no van a olvidar en sus vidas”.
"El arte es para todos"
Desde ese día, Mario lleva una bandera: el arte es para todos. Un pensamiento que se afianzó mientras trabajaba en su segundo mural. Un chico le preguntó si también podía pintar. Mario le dio una brocha y desde entonces sus murales comenzaron a contar con la colaboración de cualquiera que se acercara.

“Gracias a experiencias colaborativas mucha gente se da cuenta de que puede pintar. Mario tiene una forma de trabajar que da seguridad a las personas. Y así, la gente se desinhibe y pinta sin miedo”, analiza Sonia Vila, una artista de Río Tercero de extensa trayectoria en la Argentina y en el exterior. Ella pintó con Mario 8 veces en 2019.

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La artista Sonia Vila pintó varios murales junto a Mario Lange Agrandar imagen
La artista Sonia Vila pintó varios murales junto a Mario Lange
Las redes sociales y el boca en boca ayudaron a divulgar su actividad. “Todos querían un mural”, cuenta. Ese 2015 pintó 182 escuelas, siempre con dinero de su bolsillo. Cada día pintaba una escuela por la mañana y una por la tarde. Y lo hacía con ayuda: 50, 100, 500 y hasta miles de personas comenzaron a acercarse.

A raíz de la divulgación de su obra, Mario vendió su empresa y comenzó a manejar cada día por las rutas del país para intervenir escuelas, hospitales, plazas y otros espacios públicos, casi siempre por invitaciones y nunca a cambio de dinero.

Mientras tanto, su arte (principalmente esculturas de caballos y cuadros) le daba el sustento para vivir. Al mismo tiempo, el gobierno provincial, que antes le había prohibido pintar, lo convocó para ponerle su impronta a la Casa de Gobierno, a puentes, a autopistas.

Durante la semana, Mario recorre la Argentina. Los fines de semana, recibe gente en el atelier que tiene en Estancia Grande, un extenso pueblo de apenas 300 habitantes a 38 kilómetros de la ciudad de San Luis.

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Así quedó el puente de una autopista de San Luis Agrandar imagen
Así quedó el puente de una autopista de San Luis
Desde que comenzó con la revolución, según sus cuentas, lleva pintado alrededor de un mural por cada día hábil. Ha pintado en 18 provincias argentinas y para 2020 tiene un plan más ambicioso: completar, en una cruzada de 75 días apoyada por la fábrica de pinturas Uxell, los 24 distritos del país.

El recorrido, que le demandará 14.886 kilómetros, comenzará el 20 de abril en Diamante (localidad entrerriana pegada a su natal Strobel) y terminará el 3 de junio en la Capital Federal.
El efecto contagio de la revolución
A su paso por distintos lugares, Mario “despierta”, motiva y asesora a artistas locales que necesitan un envión para desplegar su creatividad. “Hay gente que no se anima a pintar hasta verme. Cuando voy a un lugar, se arma una movida de prensa, de gente. Yo no me quedo en ese pueblo o ciudad, pero queda un artista dormido ahí”.

En el anfiteatro de Libertador San Martín, las pruebas no se demoran: apenas pasadas las 9, Agustina, quien llegó en su auto desde Gualeguay (a casi 200 km) y sigue el trabajo de Lange, lo saluda y se pone a pintar. Minutos más tarde me contará que está en la búsqueda de poder vivir del arte. “Me encanta el arte colectivo. Y participar de esto es una motivación para dedicarme al arte”, asegura mientras le pone color a un pétalo.

“Aprendí mucho de él. Es muy cooperador. Tiene una técnica muy eficiente para organizar gente. Y su obra, al ser tan expansiva y colectiva, se mantiene en el tiempo”, opina Vila.

Sonia, además, asegura que el paso de Lange por Río Tercero “despertó el interés, hizo que luego escuelas de arte fueran a pintar murales en la ciudad”.

Al mismo tiempo, Mario advierte que “llama la atención que la gente cuida las obras, porque ellos también las hacen”. Y recuerda: “Cuando pintamos el puente de Strobel, hace 3 años, me dijeron que iban a rayarlo, pero sigue impecable”.

Mario hace que todos se sientan partícipes y se identifiquen con la obra. “A veces, dentro de mi estética, voy agregando dibujos que me pide la gente”.
Una obra que se hizo junto a 11 mil niños
Miro a esos dos niños, uno con la camiseta de River y otro con los colores de Boca, pintar juntos la bandera argentina. Acaso una metáfora perfecta de la “revolución del arte”.

La quietud de los más chicos me asombra. Incluso pese a que un día antes Mario me contara que el arte logra calmar aun a quienes todos creen incontrolables.

“Me ha pasado en muchas escuelas que las maestras me dicen: ‘Acá no se va a poder pintar con los chicos, son terribles’. Y después son los más terribles los que pintan tranquilos. Suelen ser los más creativos, pero la escuela no le da espacio a su creatividad”, explica.

Para Mario, “muchos chicos se aburren, se sienten marginados y entonces hacen revuelo”. El remedio, cree, es el arte, que “les abre la cabeza”.

En Junín, para recibir la antorcha olímpica en la previa de los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018, Mario pintó con más de 11 mil niños. Pensaron que sería un caos, pero, ordenadamente, en 3 horas juntos pintaron una bandera argentina con distintos tonos de celeste que rodeó una plaza de dos manzanas.

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La obra alrededor de una plaza de Junín se pintó en 3 horas Agrandar imagen
La obra alrededor de una plaza de Junín se pintó en 3 horas
“Eso es lo impresionante de la revolución. Son obras monumentales, por la cantidad de chicos”, analiza.

Mario admite que empatiza con los niños. “Será porque tengo algo infantil en mi personalidad o por los colores que uso”, teoriza.

Además de fomentar la creatividad, Mario quiere “que el que no puede estudiar sepa que puede vivir del arte”. Aunque advierte: “Les enseño que hay que esforzarse. Yo me levanto cada día a las 6 y pinto aunque haga 40 grados”. Y dice que, a quien no se aboque por el arte, al menos le dará “un momento de mucha paz”.

Aunque alrededor de un 70% de quienes pintan con Mario son niños, también suelen participar personas discapacitadas y adultos mayores. De hecho, una de las experiencias más increíbles que Mario atesora es la de pintar un mural en el centro de salud mental de Diamante. “Todos parecían sin ninguna discapacidad, pese a que algunos llevaban hasta 30 años de encierro. No te dabas cuenta quién tenía dificultades mentales y quién no”.

Mario también me cuenta del chico autista que visita semanalmente su taller: “Su madre me dice que nunca habla, pero conmigo siempre lo hace. No me hubiese dado cuenta de que es autista si ella no me lo hubiese contado”. Aquella es una prueba más del efecto terapéutico que vio en la pintura. Y que lo motiva a seguir con la revolución.

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