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“Gofión” o “gofiona” son sutiles descalificaciones hacia algunos habitantes de las islas Canarias, por su inclinación al gofio, la harina de maíz u otros cereales tostados, una tradición que, como hemos señalado en este espacio, heredamos los entrerrianos.

Por Daniel Tirso Fiorotto

Como respuesta saludable a ese apodo gentilicio un tanto burlesco (no ofensivo), hace medio siglo un grupo de artistas canarios convirtió en fuerza propia el adjetivo peyorativo y se bautizó “Los Gofiones”, para interpretar temas del folclore lugareño. Desde entonces recorren escenarios con instrumentistas de primera y delicadas voces en su coro.

Días atrás escuchábamos canciones de Los Gofiones cuando de pronto apareció un chamamé con acordeón y todo, para nuestra sorpresa. Resultó ser una bella interpretación de Oración del remanso de Jorge Fandermole. Se diría que conocen las costas del Paraná, las islas, que han tratado a nuestros isleros y pescadores, mujeres y hombres de la costa, por la autenticidad de su versión del “Criiisto de las reeedes…”.

En una columna anterior señalamos la relación canario-oriental y oriental-entrerriana a través del gofio, que se ha consumido por décadas aquí, y damos fe, por lo menos en el Departamento Gualeguaychú, a raíz de la intensa inmigración uruguaya en nuestro suelo, y con ella las costumbres de los canarios que fundaron Montevideo.

Entrerrianos en Uruguay, orientales en Entre Ríos, ha habido un mutuo intercambio y hoy subrayamos esa relación A-B, B-C, y por tanto A-C, en esto de Canarias-Uruguay-Entre Ríos, que como vemos es un ida y vuelta gracias al santafesino Fandermole.
También discriminación
“Y aunque haiga gente atrofiada/ verán que yo no me atrofio/ mientras pueda comer gofio/ con tuita la canariada”, dice el poeta Abel Soria en su Himno al gofio. Con canariada se refiere al grupo de inmigrantes canarios con sus familias en el Uruguay, con una connotación de identidad y apego a los dos terruños.

Como no todas pueden ser flores, reconocemos que en el sur entrerriano hemos escuchado “canariada” también como un sustantivo que equivale a arreglo sencillo, ligero, del tipo “lo atamos con alambre”. Eso obedece obviamente a los esfuerzos y el ingenio de inmigrantes austeros, canarios, para salir adelante en el éxodo con lo que tenían a mano, sin las herramientas adecuadas. Tenemos entonces que canariada es un conjunto de canarios y a la vez una reparación de ocasión, que arraiga también aunque en este caso con un uso probablemente muy localizado.

El archipiélago de las Canarias queda frente al Sahara, bien en África. Más al norte están las Azores, de donde nos llegó la chamarrita. Eso nos hace a los entrerrianos deudores de la Macaronesia. Así se llama el grupo de archipiélagos que incluye a Canarias y Azores. Macaronesia, también conocidas como islas de los Bienaventurados, o islas Afortunadas.

Una de las perlitas de nuestras chamarritas es la introducción del canto de los pájaros en los escenarios, a través de Rubén Cuestas. Y bien: en las islas Canarias se cultiva el único idioma chiflado del mundo llamado Silbo Gomero. Es decir, al gofio y las murgas y las luchas ambientales comunes, y tantos rasgos que por ahí ignoramos y nos emparentan, sumamos esta coincidencia tan curiosa, de sentirnos expresados por el silbido.

Ese silbido que está en los entrerrianos de a pie, como está en los artistas que comienzan una canción o la concluyen con una melodía chiflada. O ya en la imitación de las aves.

En La Gomera, los pagos del artista Juan Mesa, los pobladores se entienden y se han entendido por siglos a distancia, pronunciando palabras al modo en que Rubén Cuestas traduce los trinos. Sin receta única, suelen ubicar los dedos entre los labios de modo muy eficaz y artístico y soplar una variedad de sonidos. La Unesco declaró a esa lengua canaria Patrimonio inmaterial de la humanidad. Nada hay que agregar ya, para gozar y abonar la hermandad de entrerrianos, orientales y canarios.
El Silfateo
Por años nos preguntamos por qué el ser humano no usaba el silbido para comunicarse, cuando se encuentran tantos sonidos graves y agudos para establecer un vocabulario completo y no requiere el uso de las cuerdas vocales.

Bueno: ignorábamos que desde hace siglos los habitantes de la isla La Gomera se entienden chiflando. En otras islas usaban lo mismo pero la tradición se perdió.

Hay allí vecinos como Isidro Ortiz Mendoza que con más de 80 años de edad siguen enseñando a los niños y las niñas el lenguaje hecho con los labios y los dedos de la mano, que usaron los tatarabuelos y las tatarabuelas, en tiempos en que faltaban caminos y vehículos en esos escarpados. Isidro, llamado el silbador de Chipude, tiene escrito un método de lectoescritura del silbo, El Silfateo. Y dice que los guanches usaban esa manera de conversar antes del desembarco europeo hace 600 años. ¿Nació en Canarias, o los pueblos lo importaron de África? No sabemos.

Isidro muestra en su libro cómo los distintos modos de silbar sustituyen vocales y consonantes, para hablar en cualquier idioma. No hay un código, dicen los expertos, apenas una reproducción de la fonética, pero lo que parece tan sencillo resulta de una utilidad extraordinaria a distancia, una suerte de celular sin antenas, en un radio de dos o tres kilómetros.
Sabor propio
Entrerrianos, panzaverdes, tagüés, litoraleños. Somos eso, y claro, un poco guanches, gomeros (de las Canarias), númidas, imazighen (plural de amazigh, del norte de África); todo eso nos hermana. Y también un poco angoleños, congoleños, guineanos, o de culturas más del sur, e incluso del oriente africano, llegadas bajo el rigor de las cadenas de los esclavistas. Como somos charrúas, guaraníes, chanás, criollos, orientales, gauchos.

Algunos autores hacen derivar la voz “gaucho” de “guanche”, lo cual nos ata decididamente a las Canarias desde que el gaucho pasó a ser considerado un prototipo del cono sur del continente, argentino, oriental, brasileño (gaúcho), paraguayo, en fin; llamado huaso en chile.

Otros estudiosos no descartan su cuna en la voz “guanche” y tampoco la afirman, aunque consideran otras versiones. La academia española dice “de origen incierto”. Se piensa también en el quechua “huajchu”, el aymara “wuajcha”, sin padres, huérfano, vagabundo; para otros viene del portugués “gauderio” (ocioso), o del latín “gaudeo” (alegre), o de “gaudeus” (regocijo, y por ahí libertinaje, entre los católicos)… Algunos vinculan el término gaucho con el guaraní “kaú”, borracho; el mudéjar “haush”, vagabundo; el caló “gacho”, hombre de campo. Los lingüistas enumeran varios orígenes posibles, hacen ver la similitud de gaucho y gaúcho, la metátesis (cambio de lugar de los sonidos) entre gaucho y huaso (guaso), pero digamos que “gaucho” aparece tarde en los registros, en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando hacía ya cuatro décadas que las familias canarias habían desembarcado en Montevideo y sufrían no pocas penurias en este continente. Por eso no descartemos su cuna en el guanche.

A los primigenios habitantes del Abya yala (América), y las visitas de Europa, África y particularmente Canarias, se les sumaron luego los masivos aportes de familias italianas, rusas, ruso alemanas, españolas, portuguesas, polacas, suizas, francesas, árabes, entre tantas, a fines del siglo 19, y hoy chinas y de otros países asiáticos, y de los vecinos nuestros en grandes oleadas. “Gringo y canario”, dice una milonga en homenaje a las y los larroqueños, para sintetizar el tejido social, junto al silbo y a los silencios del chaná.

Es más conocida la inmigración de alemanes del Volga o de italianos, por caso, que la corriente de africanos del norte: los canarios entrerrianos, que dan al pago un sabor propio.

Como veremos, las coincidencias siguen entre las islas Canarias y nuestra provincia que lleva la condición de isla en sus genes, como ha dicho el poeta: “Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre”.
Himno al gofio
¿Por qué el gofio enharina tres continentes? Es que los canarios con cuna en África consumían el gofio de trigo, cebada o lentejas, y modificaron su alimento predilecto tras la invasión europea, que fue iniciada por los normandos en las canarias hacia el año 1400 y consumada por los castellanos hacia 1500, en la época en que Europa llegaba también con sus carabelas al Abya yala, de Colón en adelante.

Además de metales preciosos y personas secuestradas aquí, los viajeros europeos cargaban espigas de maíz, desconocidas entonces en aquellas latitudes. Los guanches y sus herederos culturales se encariñaron así con el gofio de millo, gofio de maíz, una harina gruesa que ingresó a Entre Ríos después, con los canarios llegados desde Uruguay como esquiladores, deschaladores, jinetes, y en tantos oficios. Esas mujeres, esos hombres, no perdieron sus modos, que son nuestros modos. “Mucho gusto, Juan Labala, uruguayo y capador de potrillos, a sus órdenes”, era la presentación de un paisano en los pagos de Pehuajó, según leemos en el libro Desde Las Flores.

¿Cuántos nietos de canarios habitan hoy Entre Ríos? Muchos. Y se habla poco del gofio como no se habla de tantas cosas comunes, obvias. Si hicimos pororó y quedó maíz tostado sin reventar, entonces sobreviene el gofio, fija. Por mencionar un modo usual.

El maíz ha sido por décadas el centro de la economía en nuestros pagos. Un día le preguntamos al popular Bocha Saavedra en Larroque sobre los oficios de su familia, cuando él era gurisito, y nos contó que eran deschaladores de maíz. Estamos hablando, claro, de tiempos cercanos. Pero no era difícil acceder al maíz, tostarlo un poco, molerlo de modo más o menos artesanal, a veces con dos platos de hierro que reemplazaron a las piedras de la molienda de los guanches, de las que se encuentran piezas milenarias en las islas Canarias.

Es bien conocido en el Departamento Canelones de Uruguay (Departamento canario) el Himno al gofio. “Cuando Tata Dios pobló/ los distintos continentes/ hizo razas diferentes/ que a su antojo modeló./ Y a cada pueblo le dio/ los recursos necesarios,/ pa Italia sancochos varios,/ pa los griegos uva’ y nueces,/ arroz pa los japoneses/ y gofio pa los canarios”, dice la primera décima de la milonga.

Canelones, dicen algunos allí, deviene de “canariones” (habitantes de la Gran Canaria), aunque es más probable que el nombre se deba a unos arroyos de allí donde abundan especies llamadas canelón, comunes en los montes del Uruguay y Entre Ríos, de usos medicinales. En guaraní una variedad de canelón se llama capororoca, voz que se relaciona con el pororó, por la respuesta crepitante de sus ramas al fuego.

Qué más decir. Que si Uruguay es la novena isla de las Canarias, como han dicho, Entre Ríos bien podría ser la décima, por lo menos en el aroma, las ondas. Pero apuntemos que esa relación de los panzaverdes con los orientales también nos susurra una especial sintonía con canarios cubanos y venezolanos y qué lindo si nos diéramos a recuperar esa melodía común.
Ni a las gallinas
El canario Juan Mesa, cantante, compositor, con cuna en La Gomera, ejecuta el timple canario (una pequeña guitarrita de cinco cuerdas que suena como un charango), y toca como nadie la chácara, o castañuela canaria. Le hemos escuchado con ella la obra Chácaras baifas (cariñosas), un bellísimo tema bien gomero de Canarias.

Autor de canciones sentidas y con fundamento, Mesa escribió el popular blues Gofio de millo y grabó un video de lo más simpático en el que aparece bailando y comiendo gofio con leche en un tazón floreado. “Cada mañana yo despierto con ganas y fuerza de luchar. Me voy a la lata del gofio, ni Sansón me puede derrotar… Gofio, yo quiero gofio de millo, gomero y sabroso… No sé por qué hay tanta mentira, comiendo millo inglés o de Argentina, transgénicos y llenos de pesticidas. Mejor que ni lo den a las gallinas. ¡A las gallinas! Cuando el gomero ha cultivado millo más sabroso que en otros lados. Con las piñas (mazorcas) dorando en los tejados, alimento del pobre, lujo preciado. Lujo preciado”.

Y bien: Juan Mesa entona en una canción las inquietudes de asambleas vecinales de Canarias, que generan conciencia, y luchan contra herbicidas e insecticidas como ocurre aquí. Tema que bien podríamos remediar un día con esa típica Lucha canaria, otra singularidad de las islas.
El apellido habla
Algunas conexiones entrerriano-canarias saltan a la vista, otras permanecen un tanto ocultas cuando han pasado en algunos casos tres siglos de los viajes al Abya yala. Algo queda en el apellido pero los apellidos canarios se confunden con otros españoles. Y sabemos que así como los guanches fueron rebautizados en su mayoría con apellidos de la península, también ocurrió con guaraníes, charrúas, chanás, minuanes, africanos de distintas latitudes. De modo que una familia con ascendencia guaraní-guanche bien puede llamarse González Bustos.

Es probable que muchos de esos apellidos se encuentren en Irazusta, Larroque, Gualeguaychú y alrededores y algunos de ellos (decimos solo algunos) tengan origen en aquel archipiélago africano: González, Hernández, Rodríguez, Álvarez, Ocampo, Lezcano, Suárez, Espinosa, Ramírez, Reinoso, Benítez, Díaz, García, Cáceres, Aguilar, Betancurt (y sus variantes), Bravo, Sandoval, Gutiérrez, Ponce de León, Corvalán, Barreto, Alfonso, Correa, Esquivel, López, Machado, Olivera, Tavares, Sánchez, Martínez, Rivero, Vera, Herrera, Fernández, Pérez, Castro, Tejeda, Cabrera, Latorre, Gómez, Romero, Núñez, Silva.

Ciertos apellidos pertenecieron a mercaderes y esclavistas, que los dejaron en sus víctimas.

Si muchos de ellos han venido del Uruguay, es más probable aún esa conexión con las Canarias. Y si algunos recuerdan la tradición del gofio, ahí nos acercamos un poco más, pero no estará todo dicho, porque sabemos de campesinos entrerrianos con ascendencia gringa amantes del gofio durante todo el siglo XX en el Departamento Gualeguaychú.
Por envidia, vido
A Ramona Mónica Garay viuda de García la entrevistamos con 102 años de edad en Larroque. Había vivido en las islas del Delta y en zonas rurales. Ella sentía entonces que lo de “canarios” no era muy halagador, por lo que se deduce de sus respuestas.

Les decían canarios, pero además usaba ella una modalidad del verbo ver que se perdió hace muchos años, muchísimos, conservando una “d” intervocálica. En vez de decir “vio”, decía “vido”. Ni siquiera vío, sino anterior. Lo que llamamos un arcaísmo. Eso ha ocurrido en zonas campesinas nuestras y en las Canarias, y nuestra lúcida vecina Ramona Garay era ambas cosas, islera (isleña), campesina, y expresión de los llamados aquí “canarios”, como ella misma lo reconocía. Guardamos ese “vido” que le escuchamos repetir en cada frase, una muletilla, como un verdadero tesoro. “A nosotros nos conocían por canarios, de mote. Pero es por envidia vido, por envidia”. Volveremos sobre esta identidad antigua y viva, admirable, en una próxima edición.
Fuente: Uno - Daniel Tirso Fiorotto

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