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Cada día que pasa, se producen escuálidas aunque siempre inquietantes novedades en torno a la tragedia que ha significado para todos nosotros el hundimiento de un submarino de la Armada Nacional. Crisis que generó una segunda eclosión, luego de la primera que fuera el saber de lo acontecido, cuando quedó confirmado algo que ya se presentía -aunque siempre quedara en pie la esperanza de un milagro- y se dio formalmente por cierta la suerte corrida por el grupo de cuarenta y cuatro compatriotas.

Hasta aquí la relación escueta de los hechos a que nos referiremos de aquí en más, en un análisis que trata de abstraernos de la compasión que nos provoca ese verdadero mazazo y la solidaridad y el acompañamiento que se debe brindar a los familiares de la tripulación del submarino perdido. Pero de cualquier manera, en lo que sigue, siempre estará presente como telón de fondo la tragedia, cuyos efectos resultan difíciles de asimilar y superar.

Resulta casi obvio, pero no por ello se hace menos necesaria su caracterización, que nos enfrentamos con lo que no es sino un duelo de naturaleza traumática, cuyos rasgos y secuelas se ven potencializados por el hecho que el cuadro no hace referencia a una víctima aislada, sino que incluye en nuestro caso a muchas, ya que como una muletilla aparece una y otra vez el número "cuarenta y cuatro". Todo ello unido al lugar en que se produjo - una suerte de gragea sumergida en el fondo de la nada- y la imposibilidad, al menos por ahora insuperable, de poder hacerse de los cuerpos y velarlos, lo que vuelve todo de una complejidad mucho mayor.

Y respecto a ese estado de cosas la elaboración del duelo- a pesar de ser comprensibles y respetables las reacciones tanto de los familiares de los tripulantes del submarino, como las de quienes se han solidarizado con ellos marchando juntos por avenidas y calles marplatenses (lo que evidentemente no podía considerarse un reclamo sino una muestra de impotencia y de dolor) se suman elementos que lo dificultan aún más.

Así la atmosfera de crispación y sensibilidad emocional a flor de piel, sospecha y encono que vienen de atrás en nuestra sociedad, y que no contribuyen evidentemente a hacer más fáciles las cosas sino precisamente a lo contrario.

Todo lo cual lleva a que los esfuerzos de contención de otros marinos y sus familias, como de equipos de acompañamiento y terapia psicológica, el proceso de elaboración de este duelo colectivo no haya sido el mejor. Y es dentro de ese marco que debe reconocerse que el comportamiento de los medios de comunicación ha sido por lo general de contenido respeto, con contadísimas excepciones en las que se ha notado la existencia de un cuidado que no fue mayor por causa de conocidas deformaciones profesionales.

En tanto, pese a que se han escuchado voces disonantes, en nuestro concepto no pueden encontrarse en este caso por parte de las más altas autoridades gubernamentales "errores en la comunicación", que se han dado en otras ocasiones y en los que en la actualidad se suele incurrir esporádicamente. Precisamente por eso, aparecen como cuestionables las críticas de periodistas –como es el caso de Jorge Lanata- a la postergación del mensaje que referido a un hecho que duele tanto, iba a dirigir el presidente Macri a la Nación.

Es que aunque resulta indudable, ante las manifestaciones de impotente enojo que en forma pública dan cuenta algunos de los familiares de los submarinistas, es que no se dan las condiciones adecuadas para hacerlo, revistiendo el acontecimiento del solemne recogimiento que el mensaje exige.

Cabría decir, en principio, lo mismo en referencia a la Armada, y más precisamente en lo que hace a su vocero, en las reiteradas ruedas de prensa que motivan la situación que se vive. Y si formulamos un reparo al aludir a un "en principio", es porque existe en la población -algo que han destacado encuestas de opinión- la impresión que "los mandos navales saben más de lo que cuentan" respecto a lo sucedido. De donde se hace necesario aventar todo sospecha de que ello ocurra, dando a conocer toda la información disponible sobre el accidente aunque parezca de nimia significación, o aunque la misma ya sea conocida por haberse transmitido en comunicados que con otra forma daban cuenta del mismo contenido. Juicio que no debiera quedar, al menos todavía, por un aparente ocultamiento de llamadas telefónicas satelitales efectuadas desde el submarino.

De cualquier manera, y no solo en lo que respecta a las etapas que según los psicólogos deben cumplirse en la elaboración sana del duelo, lo peor, en el sentido de lo más grave, está por venir. Es que en un momento dado y dentro del contexto de establecer la causa de lo ocurrido se va a avanzar, irremisiblemente, sobre el estado de mantenimiento del submarino, y en el caso de ser defectuoso las causas que lo llevaron a ese estado. Al mismo tiempo no olvidar que la cuestión se inserta en una cuestión más compleja cual es el estado de todas las categorías de armamentos y accesorios disponibles –aquí cabría escribir lo opuesto- por nuestras fuerzas armadas.

No hay que olvidar que el avance en esa dirección se lleva a cabo en un ambiente en que la negligencia, la ineptitud y la corrupción, que vienen marcando en forma endémica nuestros gobiernos y nuestra sociedad, colocan a todo y a todos en una suerte de "estado de sospecha". A lo que se agrega que se debe estar alerta de manera que la manipulación política de lo ocurrido y el ámbito más amplio en el que ella se ubica, no contamine el abordaje serio y en profundidad de la cuestión. Y que al respecto afirmar que no está demás curarse en salud, considerando las reacciones que prácticamente han pasado desapercibidas –pero de cualquier pueden avivarse en llamas- que provocó la participación de naves inglesas en las tareas marítimas a que ha dado lugar la desaparición del submarino.

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