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La Ley Sáenz Peña o Ley 8.871 fue sancionada por el Congreso de la Nación Argentina el 10 de febrero de 1912 y estableció el voto universal, secreto y obligatorio para los ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados, mayores de 18 años de edad, habitantes de la nación y que estuvieran inscriptos en el padrón electoral. El voto femenino sería aprobado más de 30 años después, en 1949.

La primera aplicación de la ley fue en abril de 1912, en Santa Fe y Buenos Aires y la imagen corresponde a uno de dichos comicios.

Haciendo abstracción de vestimentas y formalidades, la imagen, en su esencia, repite la escena de la que fuimos protagonistas los argentinos el pasado domingo. La mesa y las autoridades de la elección sentados alrededor de la misma, la presencia de las fuerzas de seguridad y el momento en que un votante introduce su boleta en la urna, colocada en el centro de la mesa.

Una imagen que se ha repetido a través de toda nuestra vida institucional por más de un siglo. Sería demasiado larga y quedaría siempre incompleta la enumeración de cuanto han cambiado y se han simplificado incontables actos de nuestra vida cotidiana. Sin embargo el voto, uno de nuestros más preciados derechos y deber a la vez fue realizado de la misma manera y el subsiguiente escrutinio, a pesar del apoyo de la tecnología, siguió los consabidos pasos del proceso. El primer recuento de votos en cada mesa, el acta subsiguiente, el telegrama que confirma el resultado y luego el traslado de cada urna. Para que se confirmen cada uno de los pasos y, en el caso de las recientes elecciones, tener acceso a los primeros resultados cuando el día se acababa. Seis horas después del cierre de los comicios.

Antes de un mes volveremos a sufragar. ¿Será la última vez que usaremos el mismo método reemplazado ya en algunos distritos del país y en casi todo el mundo?
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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