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Enrique de Montecaseros / Foto de Santiago Salinas
Enrique de Montecaseros / Foto de Santiago Salinas
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Acaban de avisarme que ha fallecido Enrique de Monte Caseros. O sea, Enrique Reyero. Es decir, un enorme baluarte de la cultura de su ciudad natal, donde fundó el Coro de Santa Cecilia, y de Concordia, adonde llegó siendo muy joven, para conducir durante décadas el Coro Estable.

“Quiero decirles con mucha tristeza que acaba de fallecer el fundador del Coro Santa Cecilia, el tío Enrique. Fue mucho lo que dio por nuestro querido coro. Que en paz descanses Tío querido, y allá en el cielo está formándose tu querido coro”, publicó su sobrina Ana Luz, pasadas las 11 de este martes.

Su fe lo había llevado a abrazar la vocación religiosa en la congregación de frailes Capuchinos, de la que se apartó luego, aunque sin que por ello dejara de pertenecer siempre a la Iglesia, a la que sirvió de otra manera, en especial, arrimando a niños y jóvenes a la música y a los valores que supo transmitir incansablemente, con gestos y palabras.

Con bastante frecuencia, llamaba al teléfono fijo de mi casa para preguntar por cada uno de mis hijos, que pasaron por las filas del coro. Y, de paso, una y otra vez me agradecía, entre risas y anécdotas, aquella nota titulada “Enrique, el que pactó con Dios”.

Se trata de un texto de octubre de 2013, que escribí bajo el impacto que me provocó haber presenciado la interpretación del Cántico di Frate Sole, por los coros juvenil y estable, con los músicos de la Sinfónica, en el Odeón.

Enrique por entonces tenía alrededor de 82 años, pero la vejez no había alterado en nada su vitalidad. Su partida se produce hoy 25 de Mayo, cuando se codeaba con las 9 décadas, tras haber sufrido, al parecer, un ACV que quebrantó su salud.

En 2014, Enrique escribió unos versos al cumplirse 30 años del nacimiento del Coro Santa Cecilia, en su ciudad natal. El mensaje, leído hoy, parece escrito en “clave de despedida”:

Volveré a mis alturas para mirar a los ojos que ven sobre las cumbres.
Entraré en mi silencio para sentir el torrente latir acompasado.

Extenderé mis manos para abarcar la nobleza latente en otras manos.
Levantaré mi voz para vibrar acorde al sentimiento de otras voces.

Me elevaré a la cima de un Dios hecho garganta del universo, palpitar sonoro.

Ambición sublime de entrañar el Arte: eso es el coro; canto y corazón; sangre y sonido. Corazón Coral…enlazando ensueños, junto a otras manos, atrapando sueños; parpadear de ojos escalando cumbres.


Este martes soleado de otoño, en que la Argentina celebra su cumpleaños, la noticia de la muerte de Enrique removerá recuerdos y emociones de cientos y cientos de personas que lo conocieron y que supieron descubrir, detrás de ese temperamento fuerte y enérgico, un corazón sensible y tierno, de padre, de educador.

No faltará quien lo recuerde, por ejemplo, repitiendo aquel verso de Atahualpa Yupanqui, en “La Añera”: “tira el caballo adelante y el alma tira pa’trás”.

Su trayectoria incluye haber dirigido el Coro Estable ante Juan Pablo II, una de las tantas ocasiones en las que llevó la cultura concordiense mucho más allá de sus límites geográficos.
El Coro Estable de Concordia canta a Juan Pablo II, 1995
Pensando que a Enrique le gustaría que lo homenajeáramos recordando aquel “pacto con Dios” que supimos descubrir en él, reproducimos a continuación la columna completa del año 2013, donde queda resumida su obra en favor de Concordia, ciudad de la que supo ser Director de Cultura. Sus huellas se evidencian en realidades como los coros estables, juvenil, el grupo vocal de la Asociación de Ciegos de Concordia, el coro del Monasterio de las Carmelitas, El Cántico di Frate Sole, La Suite Sacra, aquel LP con la obra El Origen de mi Canto, de Rubén Fracalosi, etc.

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Enrique, el que pactó con Dios
Hace rato que te observo y tengo la sospecha de que tenés un pacto con Dios. Estoy investigando el asunto, Enrique de Monte Caseros. He dado con algunos indicios que refuerzan la hipótesis.

Algunos dicen que la música rejuvenece, que hace bien a la salud, y que es por eso que te mantienes tan vital, tan extraordinariamente vivo.

Pero no, Enrique; no me alcanza esa explicación. Vos sos uno de esos casos que aparecen en las películas, historias de tipos a los que Dios les confía una tarea especial y por eso les concede una inacabable juventud. Te imagino poniéndote de acuerdo con "el de arriba", representado por Morgan Freeman, por ejemplo... Y hasta me parece verla a la Chicha poniéndole música a la escena desde su piano.

Sí, Enrique, basta de ocultarlo, tienes un pacto trascendente. Por eso es que no parás de hacer proyectos, que te atrevés a impulsar un encuentro magistral como el del viernes último en El Odeón, a sala llena, con El Cántico di Frate Sole, con los coros juvenil y estable, con los músicos de la Sinfónica. ¡Sublime!

Me juego a que "el Barba" lo hace de interesado. Vos le convenís Enrique. Porque, disimuladamente, le arrimas gente. Porque sin necesidad de mencionar la palabra Dios, sin pronunciar homilía alguna, sin apelar a refinados discursos teológicos, por el sólo hecho de poner a las almas a vibrar en contacto con la belleza de la música, las acercas a Él.

Porque hasta el más ateo se conmueve, hasta el más indiferente siente que se "eleva", percibe tal vez una caricia del Altísimo, tiene deseos de ser más bueno, escuchando al coro interpretando el himno de San Francisco, o Va Pensiero, o Gracias por la Música.

En una hermosa carta dirigida a vos y al Estable de Concordia, el violinista Juan Carlos Cavallaro lo expresa de manera aún más bella y profunda: "El Maestro Enrique, en la cena, citó la siguiente frase: 'Entre gente que canta siéntate con toda confianza'. La misma pertenece a Shakespeare en El Mercader de Venecia, con el siguiente remate: 'Los villanos no tienen canciones'. A ello me gustaría agregar una sentencia de Confucio: 'Las palabras pueden mentir, los hombres simular, solamente la música es incapaz de engañar'."

El Quijote de Cervantes sostiene que "la música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu". ¡Cuántos ánimos descompuestos habrás sanado con esa quijotada de mantener vivos los coros, inclusive yendo a buscar hasta su casa a algún integrante que se alejaba sin explicación!

Enrique, yo sé que sueles decirle a los del juvenil, en tono de broma y como para despertarlos, que las nuevas generaciones vienen falladas... De a ratos me da que pensar que tal vez sea así nomás. Por comparación, digo. Es que mirándote a vos, con las ganas de un pibe de 20, hasta los chicos parecen viejos.

No tengo dudas que, como todos, tienes tus defectos, pero incluso eso juega a favor de tu misión. Tus impulsos, tus enojos cuando algo no sale como deseas, tus impaciencias, los retos, son inseparables de tu contagiosa pasión. Si te podáramos los unos, amputaríamos lo otro.

Pero convengamos que lo tuyo no sólo es la música, sino algo tal vez más profundo: eso de lograr que seres humanos, cada uno de ellos distinto el uno del otro, sin perder su identidad singular, logren unirse para construir algo bello.

Porque he aquí una de tus principales enseñanzas: Toda persona vale, y más aún si es capaz de aportar y pertenecer a una obra colectiva. Tus coros hablan de eso.

De eso habla tu pasión por la polifonía, expresada en esa Suite Sacra para coro popular y coro polifónico a cuatro voces que dedicaste a tu madre, en la que se distingue el diálogo entre coros y se reafirma la premisa de que el pueblo no sea espectador de la misa cantada sino protagonista.

"El coro -ha escrito también Cavallaro- es una conjunción armónica donde realmente se aprecia y practica el amor a la música, por cuanto en forma amateur, todos colaboran solidarios y consustanciados con la fuerza espiritual que emerge de ese maravilloso arte, quitan horas a su descanso para dedicarse a cultivar la voz, énfasis para superar los escollos de toda índole que se presentan en forma previa a una actuación y lo mejor de sí para que (como ha ocurrido en este caso en El Odeón) el Concierto y sus connotaciones sociales culminen exitosamente".

A veces, Enrique, cuando te preguntan cómo andas, recurres a la metáfora de Atahualpa: "tira el caballo adelante y el alma tira pa'tras". Tal vez sea una pista que nos das de que también a vos te cuesta seguir, que hay sacrificio, esfuerzo. Eso no hace mella. Todo lo contrario. Prueba que has sabido domar tu voluntad para jamás estancarte, para jamás dormirte sobre los laureles.

No escribo estas líneas con intenciones biográficas. Tómalo más bien como una carta de agradecimiento. Es una forma de decirte gracias por lo que has hecho por mis hijos Francisco, Cecilia y Florencia, a los que has "educado", a los que les has dado lo que yo no puedo darles.

Gracias por tanto aporte a la cultura de Concordia y de Entre Ríos, por los coros estables, juvenil, el grupo vocal de la Asociación de Ciegos de Concordia, el coro del Monasterio de las Carmelitas, El Cántico di Frate Sole, por la Suite Sacra, aquel LP con la obra El Origen de mi Canto, de Rubén Fracalosi, etc.

Creo que hasta tus detractores -que los tenés, por supuesto, como los tienen todos los que viven con intensidad, arriesgando, acertando y equivocándose- deben reconocer tu obra.

Por último, yo sé que eso de llamarte Enrique de Monte Caseros sirve para hacer memoria de que las personas no nacen en cualquier parte, que tienen su raíz en el pago donde su madre los parió, en la familia en la que por designio divino les tocó asomar al mundo; en tu caso, familia numerosa, tengo entendido. Nada que cuestionar entonces porque te llamas "Enrique de Monte Caseros". Sólo que me gustaría saber si nos das permiso para nombrarte también como Enrique de la Concordia. O, mejor todavía, Enrique de la Concordia de Monte Caseros.

Es que en tus raíces, Enrique, se han fusionado la tierra correntina y la entrerrianía, hasta hacerse una sola cosa. Gracias a esas dos vertientes, creciste hasta dar frutos de pentagrama; frutos de milagrosa unidad y de fe; frutos universales, como universal es la música que amas y nos ayudas a amar.

Gracias, Enrique.
Fuente: El Entre Ríos

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