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“Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía”, le hace decir Shakespeare a uno de sus personajes.

Qué bien nos vendría, para curarnos de la soberbia, tener siempre alguien cerca que nos recuerde, que nos repita al oído: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Osvaldo, que en tu periodismo”… O, también, “hay más cosas en el cielo y la tierra, Fulano/a, que en tu política, tu culto, tu ideología, tu ciencia, tu arte, tu empresa, tu oficio, o, simplemente, en tu metro cuadrado”…

Cada vez que algún acontecimiento cuantitativamente importante captura nuestra atención, se refuerza esa ilusión -esa ficción- de que solo existe lo que estamos mirando. Por ejemplo, ¿quién no se sintió tentado a pensar que Concordia en su totalidad se había fusionado con el recital de La Renga, que por esas horas nada más estaba sucediendo, que esas 50.000 personas absorbían a la ciudad en su conjunto?

Obvio, no fue así. Mientras estaba La Renga, pasaron otras mil cosas, en su mayoría imperceptibles para el sistema informativo: nacimientos, muertes, luchas, encuentros, rupturas, accidentes, discursos, amores, traiciones, etc. Y, yendo a un ejemplo concreto, por esas mismas horas, un grupo de misioneros venían desde Buenos Aires, no al Campo de los Deportes donde se desarrollaba el recital sino a uno de los barrios más postergados de la ciudad, el José Hernández, a visitar a las familias, intentado abrazarlas por cuarta vez, desde un afecto desinteresado.

“¡Qué rápido pasa, estuvo lindísimo!”, me escribe Miguel el lunes temprano y me manda una catarata de fotos. ¿Es uno de los que fue al “banquete” en la costanera? No. Miguel Inchauste pertenece al grupo de misioneros, que en coordinación con la Parroquia Nuestra Señora del Valle, practican esa especialísima “economía” del dar y, a la vez, paradójicamente, recibir siempre mucho más.

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Valga la coincidencia: también ellos vivieron un “banquete”, sí, pero con las madres y los chicos del barrio, haciendo juntos el pan. Son madres que en las estadísticas del INDEC engrosan el 55,6 % de pobres. Son niños cuantificados en ese lacerante casi 70 % de pobreza infantil medida por el mismo organismo oficial. Pero, para los misioneros, son “rostros” concretos a los que han aprendido a identificar y a llamar por sus nombres.

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“Fuimos el sábado con la logística llevando madres y chicos desde José Hernández a San Miguel y ahí los chicos se pusieron a hacer un cine con sus pochoclos, mientras las madres cocinaban. ¡No sabes qué emocionante! Las madres que hacen costura fueron las que diseñaron y armaron los delantales y las cofias para las cocineras de ese día”, relata Miguel.

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“Estaban muy emocionadas las madres, a punto que terminaron de hornear los panes y no se querían ir. Entonces Alfonso, que es el panadero, les propuso hacer tortas fritas y se quedaron ahí haciendo tortas fritas. ¡Fue un regalo!”.

“También hicimos la bandera del amor, con las manitos de los chicos del barrio, con la participación de todos, porque después las costureras también fueron ensamblándola”, contó Miguel. Y concluyó su relato: “Fue un regalo de Dios hermoso”.

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Los misioneros, que por cuarta vez vinieron al barrio, estuvieron acompañados de sacerdotes y religiosas de las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José.

La alegría que emana de ellos surge del encuentro con las personas, con quienes han ido construyendo un vínculo. Es una alegría mezclada con el dolor que provoca mirar a la cara tantas privaciones que condicionan a la mayoría de los vecinos de esa zona de Concordia. “Hay una miseria que llega a los bordes salvajes. Para la gente que vive ahí, cada día es una aventura de vida, a diferencia de mí, que me acabo de pegar una ducha y tomar una taza de café caliente. Esa gente posiblemente no durmió, porque se pasó la noche apoyada junto a la puerta para que no entre a saquear alguno que necesita algo para después comprar droga. Y muchos no saben qué le darán de comer a los hijos en el desayuno o en el almuerzo. Pero aún en toda esa oscuridad -nos ha dicho Miguel Inchausti - se pueden compartir sonrisas, surgen sonrisas”.

En esta economía del “dar”, en contacto directo con los más postergados de Concordia, es obvio que no sólo están estos misioneros. Hay un ejército casi invisible de personas -de las que muy poco decimos en los medios-, parroquias, iglesias evangélicas, organizaciones no gubernamentales -como la recientemente presentada IPI (Integrar para Incluir)-, que salen al rescate de los excluidos, aplicando sus manos a una tarea urgente, como es urgente el hambre, el frío, el analfabetismo, el abandono escolar.

“Y ahora solo un camino he de caminar / Cualquier camino que tenga corazón / Atravesando todo su largo sin aliento”, canta La Renga en “Hablando de la libertad”. Justamente eso, elegir un “camino que tenga corazón” es lo que hacen estos misioneros y tantos voluntarios, que pasan desapercibidos para las multitudes, porque no les importa que los perciban, como tampoco les importa ser noticia.
Fuente: El Entre Ríos

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