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Las vacaciones del maestro

Pocos días más y se desarrollarán en las escuelas provinciales los programas de fin de curso, para celebrar la feliz terminación de las tareas y sellar en un acto emotivo, de solidaridad y afecto la amistad de niños y maestros. Tocante ceremonia de la familia escolar, que, en muchos casos provoca en los más sensibles, esas escenas de llanto y de anticipada nostalgia, reflejando el amor incubado durante la labor común de un año y que explota inocentemente en el instante de la separación.

Esta vez los maestros rematarán su tarea bajo la desalentadora influencia provocada por la pobreza. Se alejarán de las aulas entristecidos por pensamientos que enturbian la alegría optimista del descanso inminente.

El cuadro está cargado de tintes sombríos que no predisponen a trazar en la vida espiritual esos caminos de luz y de esperanza para un recorrido de reposo y júbilo que premie la función de maternidad de los maestros durante los meses de constante esfuerzo y de sacrificio. Más allá de noviembre, las fiestas tradicionales proyectan en el ámbito una irradiación de luces y sonidos bajo la mágica sugestión del Nacimiento.

¿Cuántas maestras en la media luz de su pobreza, durante un día de aleluya estrepitosa se verán rodeadas por familiares que ahogan su alegría en un recogimiento atenazante! Madre, esposa o hija, no podrá este año la maestra ofrecer a los propios en las noches tradicionales esa viva emoción que anticipa el mantel blanco, abierto como un cáliz, para celebrar el advenimiento prodigioso. Los insistentes reclamos de los acreedores han producido una postración moral que no predispone al regocijo. La economía hogareña quebrantada y oprimida se resiste a los gastos superfluos de la conmemoración tradicional que los ascendientes celebraron durante la infancia y juventud del maestro actual.
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Aquel grupo lo forman los jóvenes mayores de la escuela, hombrecitos de pantalones largos, seriecitos, estirados, pulcros. Ya no volverán a las aulas de la escuela. . Salen sugestionados por la sabiduría del maestro. Envidian su posición eminente de autoridad frente a los niños de aquella autoridad que pone en la psicología del docente, el sello especialísimo que señaló Lugones...... Y como los niños de la escuela, en cambio, no entienden las tragedias económicas que dislocan el pensamiento de los mayores se quedarán con la ilusión momentánea de su anhelo……..la madre habrá callado prudentemente .

Gran ministerio es la función docente ¡Pero momentáneamente será mejor para su hijo la humilde posición social en cualquier orden, que el honor eminente de ser un obrero de la nacionalidad, bajo la indiferencia de un gobierno y de una sociedad que dignifican laudatoriamente su obra, pero rebajan su vida al nivel indecoroso de una miseria vergonzante.

Extraído de la edición del jueves 30 de noviembre de 1939 de “El Entre Ríos”.

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