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Fotos: Rubén Comán.
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El año que acaba de finalizar será memorable para Liebig. De acuerdo a datos del censo realizado el 29 de septiembre, el pueblo cuenta con 2.098 habitantes, cantidad más que suficiente para adquirir el rango de municipio. Mientras el actual presidente de la Junta de Gobierno espera la llegada del decreto correspondiente, Norma Cardoso -actual vecina de Colón, oriunda de Liebig- rememora para El Entre Ríos algunos recuerdos de los años ‘50. La fábrica, la escuela, el fútbol y el cine de los fines de semana, los lugares y personajes emblemáticos.

“Mi niñez fue una época esplendorosa de Liebig. Existía confraternidad y armonía entre los vecinos; no era notoria la diferencia entre chalet y pueblo, todos sabían que había que trabajar. No había asistente social para mandar los niños a la escuela, sino que iban todos a la N° 16. Para muchos terminar 6° grado -o luego estudiar unos años en Colón- era el paso para entrar a la fábrica. Muchos profesionales que han salido de Liebig que iban a la Escuela Normal de Colón, se reunían en una piedra frente a la capilla (creo que aún sigue estando); era el punto de cita obligado para esperar el colectivo”, dice.

“Estaba la hilera grande que comenzaba en la Policía, en la cual había un cocodrilo embalsamado y terminaba en la farmacia. La farmacéutica era Violeta Zelich, hermana del Dr. Zelich. Anterior a la farmacia estaba el consultorio, donde atendieron el Dr. Esteva padre y el Dr. Dellacasa; algunos días iba el dentista, el Dr. Ansaldi. Si uno tenía una emergencia acudía a la enfermería de la fábrica, uno de los enfermeros fue don Martí (papá del poeta Jorge Enrique Martí). También recuerdo a Juanita Sosa. Una vez me lastimé y otra me fracturé el brazo, entonces el enfermero salió un rato para atenderme”, agrega.

También menciona los corralones donde estaban los vendedores y las casas donde la gente venía a la zafra, conocidas por ellos como “piezas”.
“Muchos iban a comer a la cocina, un galpón grande con mesas y bancos de madera al que también concurrían personas que trabajan en la fábrica pero no vivían en Liebig. A una cuadra estaba la Cuna, un lugar donde las mamás de Colón dejaban sus bebés a dormir mientras trabajaban en la fábrica. Así nació la guardería de la Medalla Milagrosa en Colón, ya que al Dr. Esteva le preocupaba que los llevaran hasta allá”, cuenta como anécdota.

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Norma estima que en aquel momento Liebig contaba con alrededor de mil habitantes, a los que se sumaban a diario quienes llegaban al pueblo para cumplir su jornada laboral. “Cuando tocaban el silbato desde las chimeneas de las calderas, los que vivían en El Brillante, El Colorado y Pueblo Unido, salían corriendo, cruzaban el puentecito de La Picada y llegaban a su casa. Por eso El Brillante nace como una continuación de Pueblo Liebig y lleva ese nombre porque la gente llevaba los flejes (pedazos de lata que sobraban) para hacer los techos de su casa. Al ser de aluminio brillaban y así surgió El Brillante”.

Una de las mayores diversiones del fin de semana eran los partidos de fútbol. “Liebig siempre ganaba, porque cuando los ingleses se enteraban que alguno jugaba bien, le decían que venga a jugar a Liebig que ellos le daban trabajo. Tenía muy buen equipo. Pablo ‘El Polaco’ Smietano era arquero del equipo”.

Sobre el Club Liebig, menciona: “Es de 1904, uno de los más antiguos de la Argentina. Tenía cancha de básquet, una terraza para hacer bailes, un salón hermoso de pinotea, dos canchas de pelota paleta, cancha de bochas y de fútbol, vestuarios y baños”.

“Los domingos era el fútbol; si era en otro lugar, se acompañaba en colectivo o algún auto. Luego había cine. Pasaban dos películas, pero ni me acuerdo cuales porque era el lugar de reunión, se charlaba, se compraban caramelos, chocolates”, dice recordando los fines de semana vividos en el pueblo.

También el momento de las compras era una ceremonia que no se olvida. “Cuando la gente cobraba la quincena, las mujeres salían un rato del trabajo o al terminar la jornada laboral y estaban los vendedores que tendían una lona. El resto de la gente del pueblo compraba también”.

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Entre los personajes más pintorescos estaba la docente María Isabel Mir, directora de la escuela de Liebig. “Solo con verla ya te portabas bien”, dice Norma. Y agrega: “La escuela era un lugar donde se festejaba mucho el 25 de Mayo y el 9 de Julio, con chocolate y bollos. A veces se hacía algún desfile por el frente”.

También recuerda a la Sra. Cristina Bodean de Musser. “Tenía una casa cerca del almacén de Vivas. Le encantaba el teatro y en algún momento del año hacia una velada artística en el club; podía ser un desfile de época o un fogón folclórico. Ensayábamos en su casa y luego hacíamos la velada. Era una fiesta”.

La capilla del pueblo data de 1950. “Tengo fotos de una misa en la cancha del Club Liebig. Los ingleses practicaban la religión anglicana, pero como vinieron muchos italianos, cuando se conseguía sacerdote se celebraba una misa. No era sencillo, porque en esa época no estaba el puente que está sobre el Perucho, así que Liebig estaba muy aislado”.

Al respecto, agrega que “alrededor del año ’47-’48 se conformó la comisión pro-templo, en la cual estaba la abuela de Fabián Berger, una tía mía, Titina Cardoso, José Luis Rodríguez Anselmi y su esposa. Esa comisión hizo mucho por el pueblo. Con la colaboración de la fábrica se hizo la capilla. Eric Evans, uno de los últimos gerentes que tuvo la fábrica, donó el vitraux de atrás. Era un hombre muy bueno; solía ir a las kermeses del club”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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