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Por poco no tiene la categoría de leyenda urbana, aunque en realidad es poco más que una anécdota; hasta incierta por añadidura. Es que se relata el caso de alguien que luego de pasados muchos años se encontró con un viejo amigo, al que según se añade para salpimentar la cosa, lo creía muerto. Y que luego de los explicables intercambios de expresiones de jubilosa sorpresa, que incluían repetidos abrazos en los que los fuertes apretones se mezclaban con sonoros cacheteos en las respectivas espaldas, comenzó el diálogo con las consabidas preguntas.

Así fue como quien había visto como que resucitara su amigo le hizo las consabidas preguntas referidas a saber "qué ha sido de tu vida" y "cómo van tus cosas". La respuesta a las dos, que en realidad eran una sola, apareció en un primer momento como incomprensible para quien había efectuado la pregunta, ya que lo que escuchó es "que ahora nuevamente las cosas me van bien, pero atravesé una etapa peliaguda hasta que me desmunicipalicé".

La explicación subsiguiente puso las cosas en claro: es que lo que quería significar con esa palabreja, era que al desarrollar sus actividades "se había llenado de empleados", y que le costó mucho tomar la decisión –y ejecutarla- de poner fin a esa situación.

Esa leyenda –o si se prefiere esa anécdota- viene con una moraleja por yapa, o mejor dicho con dos. La primera tiene que ver con el nombre adecuado para denominar a la manera paulatina –ese "gradualismo" que a la mayoría enoja, a algunos por considerarlo demasiado acelerado y a otros por lo inverso- con la que el actual gobierno intenta poner "la casa en orden", para decirlo con palabras de Alfonsín, sin que provoque esa sensación en la que el rechazo se une al espanto que provoca la palabra ajuste. Ya que todos sabemos la importancia de, al momento de tener que ocuparse de cosas que pueden llegar a doler, o que dicho sin vueltas, duelen, utilizar las maneras y por sobre todos las palabras adecuadas. De donde cabría afirmar que aludir al "gradualismo" es un buen intento, pero que en esa indicación se nota una ausencia fundamental, referida "a dónde se apunta y sobre todo se quiere llegar".

A todo lo cual debe agregarse el hecho que al intentar su "desmunicipalización" la actual administración nacional tiene que comenzar, como según parece lo ha advertido, por frenar y recular en lo que hace a la profundización en la que peligrosamente se avanzaba, precisamente respecto a lo que se debe corregir.

No se trata del caso de la creación de la Dirección de movilidad en bicicleta, dentro del ámbito del Ministerio de Transporte de la Nación, iniciativa por la que se ha imputado al gobierno "caer en el ridículo" –y que en apariencia lo es- ya que nos parece prudente esperar, si se tienen en cuenta los resultados que tuvo una iniciativa más focalizada aunque de este tipo, en la ciudad de Buenos Aires.

Pero lo que sí se está desnudando es la necesidad de remediar. Tiene que ver con esto no solo la reducción en el número de ministerios –señal positiva de que se ha tomado conciencia de su inconveniente expansión- sino de la necesidad de podar el "arbóreo organigrama" de cada uno de los ministerios, en los cuales cada Secretaría, implica la existencia de por lo menos una Subsecretaría, a la vez que en su ámbito se da la existencia de Direcciones Nacionales, de por lo menos otras tantas Direcciones Generales, o simples Direcciones sin olvidar a las Coordinaciones.

Para hacernos una idea, según una reciente información, la anunciada fusión de las Secretarías de Agricultura Familiar y Coordinación y Desarrollo Territorial, en una denominada Agroindustria, reestructura con su "achique" 30 direcciones nacionales, seis direcciones generales, 63 direcciones y 70 coordinaciones. Y se debe tener en cuenta que en el mismo ministerio, aparte de las Secretarías fusionadas, existen 15 Subsecretarias más (¡¡!!).

A ello debe agregarse todavía la necesidad de fijar pautas generales con el objeto de precisar la mejor forma de orientar la inversión. En estas mismas columnas hubo épocas, que ya pueden considerarse pretéritas, en que machaconamente se insistía en que "no es cierto que al gobierno le falten recursos, sino que los aplica mal".

Dicho simplemente el "gastar mal", traducido no solo en despilfarro y en "lo que me llevo", ha sido una constante. Hasta que dejamos de hablar de ello, ahogados como quedamos con el chorro de dinero que nos llegaba como consecuencia, entre otras, de las "rentas extraordinarias" – la expresión no es nuestra sino de la señora Fernández o Kirchner- que hizo que la palabra "despilfarro" desapareciera del lenguaje oficial. Y así nos fue, según estrecheces que están no solo a la vista, sino que nos golpean y a muchos muy fuerte.

No está obviamente en nuestras manos -ni aun en el carácter de meros "opinólogos"- la posibilidad de siquiera esbozar pautas que fijen criterios de prioridad en materia de inversión. Pero ello no quita que obras con tufillo a faraónicas, ya anunciadas e inclusive en licitación, deberían dejarse de lado. Al mismo tiempo que conviene seguir lamentándonos para que eso nos sirva de lección, y por sobre todo de lección aprendida: la ya irreversible construcción con capitales chinos y empresas constructoras –entre otras de ese origen- de dos centrales hidroeléctricas casi cayéndose sobre el Estrecho de Magallanes, y de la decisión de construir una planta de energía nuclear poco menos que en el área metropolitana.

Una planta que se amontona con otras más, en momentos en que el mundo avanza en dirección contraria por razones conocidas y sensatas y que mientras casi no se construyen nuevas, día a día aumenta el número de las que se desactivan.

Una digresión para terminar: algo aparte es el caso de los edificios públicos ya existentes y que se debe evitar que al volverse ruinosos den una impresión de "tapera", que si bien en la actualidad no desentonan con nuestro lastimoso Estado, deben, su reparación y mantenimiento, acompañarlo en su reconstrucción.

Escrito todo lo anterior con los debidos pedidos de disculpas a las municipalidades y munícipes que así lo merecen.

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