Alicia Ferretti tiene 60 años, es costurera y por decimonoveno año consecutivo tiene en sus manos el armado de gran parte de las antorchas con las que los egresados de las escuelas secundarias de Colón quemarán el muñeco representativo del invierno que ellos mismos construyeron, una tradición que lleva décadas en Colón y que simboliza para los estudiantes el fin de una etapa inolvidable.
“Mi hijo mayor le pidió al hermano que le hiciera la antorcha porque él no la quería hacer. Pensé que así como el mío habría otros y me quedó rondando la idea. Cuando fue la promoción de mi hija, en 2005, me decidí a hacer 15 o 20 para probar, pero no di abasto y terminé comprando en un chatarrero”, cuenta a El Entre Ríos mientras prepara las 305 que le encargó la Promoción 2024. A partir del año siguiente, se organizó para tener siempre latas en stock. Decidida a hacer crecer su nuevo emprendimiento, “hacia carteles que pegaba en cada escuela y en el lugar donde hacían el muñeco”. Así, un año llegó a hacer 500 antorchas entre los egresados de Colón y San José.
“Cada curso o promoción tiene sus colores y yo los hago lo más aproximado que puedo y en el orden de su buzo. Hay cursos que repiten los colores o tiene tonos muy similares, entonces quizá les pinto una rayita más para que se distingan”. A la vez, fue descubriendo secretos para garantizar la seguridad de los chicos y que las antorchas permanezcan encendidas hasta el final del recorrido. “La caña la pongo verde para que demore más en quemarse”, menciona.
Cada una se entrega con la mecha y el combustible incluidos, “lista para encender”. Este año tiene un costo de $2.000. “Al poner el valor siempre pienso en que los chicos la puedan comprar”.
Como suele pasar que algunos chicos no las retiran a tiempo, la tarde-noche del 20 de septiembre, antes de ir a la Parroquia Santos Justo y Pasto donde se realiza la bendición, Alicia coloca en la entrada de su casa un balde con las antorchas y un cartel que dice: “Si necesitás tu antorcha llevala y si querés dejá el dinero adentro del balde”. Al regresar “no queda una sola antorcha y está todo el dinero. Ni sé quiénes las retiran, pero podrían hacerlo sin dejar el dinero”, dice destacando el gesto.
“Ese momento en que encienden sus antorchas con los colores que los identifican y salen, es tan hermoso; siempre termino llorando. Pienso que ese trabajo lo hice yo, aunque no me conocen ni saben cómo es mi nombre. Ahora hay otras personas también que las preparan, pero yo fui pionera y muchos me recuerdan como ‘la señora de las antorchas’”.