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La responsable de la novedosa iniciativa es la arquitecta Adriana Ortea, radicada hace 20 años en este pintoresco pueblo del Departamento Colón, en la provincia de Entre Ríos. Especialista en patrimonio industrial, inauguró el año pasado un espacio cultural en el cual próximamente se podrá realizar un dinámico recorrido digital para ver cómo era antaño.

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Para explicar su proyecto y contar a los oyentes algo sobre la historia arquitectónica y patrimonial de Liebig, la arquitecta visitó el programa Turismo 12 (sábados a las 11 y a las 17 por Radio 12 FM 89.1 - www.radiodoce.com, la emisora de El Entre Ríos en Colón).

-Contale a quien no conoce Liebig algo de la historia del pueblo desde su arquitectura.

-Lo que define a Pueblo Liebig es su identidad urbana, un pueblo industrial o mejor dicho de la producción y el trabajo, porque una industria tiene otras características que la fábrica no llegó a tener.

Tiene la particularidad de ser un lugar donde se instala una empresa para estar cerca de su materia prima (en este caso las vacas), que tiene un dueño y que en todo su territorio construye también las viviendas para los empleados y el equipamiento necesario para formar un pueblo (el almacén, la biblioteca, la escuela, el club), una serie de servicios que todo pueblo tiene, pero en este caso eran provistos por la misma empresa.

La fábrica empezó en 1905 y hasta 1930 no estaba el puente sobre el Perucho, así que la gente debía atravesarlo en balsa porque el territorio de Liebig estaba aislado entre dos arroyos: el Perucho y el Caraballo.

-La fábrica cerró y el pueblo quedó. Lo que vemos hoy, ¿es muy diferente a aquello?

-En cuanto a la estructura urbana con que fue pensado de forma funcional a la fábrica, no. Se sigue leyendo claramente; esto era la fábrica en un punto pegado al río y dos barrios separados por la manga donde cruzaban las vacas: de un lado un pueblito obrero con los corralones y sus zaguanes, y del otro lado lo que se conoce como los chalets, que en ninguno de los planos de los ingleses se utiliza ese término, así que chalets es una palabra que sale de la gente, pero eran las viviendas de los empleados con mayor jerarquía, que no todos eran ingleses.

-¿Se mezclaron los barrios al no estar más la fábrica?

-Sí, la división no está tan marcada. En realidad, muchos vecinos no sentían que la manga dividía. Había diferencias como en todo empleo, pero al menos en los últimos tiempos no estaba esa división marcada. Creo que los dueños de la fábrica hay algo que hicieron muy bien, que fue que el trabajador se puso la camiseta de la empresa y al mismo tiempo formó la idea de comunidad, un tema muy difícil y poco visto hoy en día; interesante para estudiarlo sociológicamente. Creo que hoy tenemos ciudades donde no tenemos comunidad.

-¿En Pueblo Liebig sigue existiendo esa noción de comunidad?

-No, creo que se perdió. Pero en Liebig lo entiendo más, porque lo que aglutinaba y motivaba era el trabajo, ir todos los días a la fábrica donde tenían una relación entre compañeros o jefe y obrero, con las mismas personas con las cuales uno tenía relación de vecinos.

El fútbol es un elemento aglutinador, por eso las tierras las compraron en 1903: la primera producción de la fábrica salió en 1905 y el fútbol comenzó en 1904. Quiere decir que instalaron el fútbol como deporte donde aprendían a jugar en equipo, lo que implicaba después trabajar en equipo en la fábrica. Esto se volcó a la comunidad, el hecho de que no solo compartían el trabajo, sino ir al cine, al teatro, bailar en el club.

-¿Con qué espacios verdes cuenta el pueblo?

-Es una pregunta difícil. Yo sé que la mayoría tiene la idea de espacio verde desde el punto de vista de la ciudad. En ese sentido podemos decir que son solo dos: uno es la plaza que está al lado de la capilla y otro una plaza que se armó en un lote, más pegado a la parte nueva donde están las casitas y barrios sociales.

En la parte que iba a ser la extensión de Liebig hacia el Perucho Verne, el agrimensor destinó dos plazas, pero con el tiempo se ocuparon una con un barrio de viviendas y otra con la planta de incubación de Las Camelias.

En Liebig uno ve mucho espacio verde con un concepto rural, lotes que en la medida que tengan propietarios y se subdividan, serán factibles de ser construidos.

Por eso, cuando me preguntabas por las diferencias entre lo que proyectó la empresa en 1900 y ahora, hay mucho que está igual. Se respeta la estructura urbana, lo que sí desde que se fueron los ingleses hay muchas cosas que se perdieron, se vaciaron. Hoy hay más espacios en blanco de lo que supo haber cuando estaba la fábrica a pleno. Esto es algo de lo que podremos visibilizar con la reconstrucción 3D.

-¿Qué pasa con el turismo en relación a esto? Me refiero a cuáles son sus principales atractivos.

-Desde mi mirada, que es arquitectónica y patrimonial, no me cabe duda de que lo primero que tenemos para mostrar y contar es esta historia de pueblo industrial, donde se visualiza una diferencia en el trazado de calles y demás, respondiendo a una lógica distinta, un modelo económico y empresarial. Tenemos otros pueblos en el país con estas características, pero Liebig fue el primero en ser declarado patrimonio nacional como pueblo industrial.

El recorrido patrimonial sumado a la historia de lo que se producía allí, creo que es lo que identifica al pueblo como tal y lo primero a mostrar a quien viene a la zona. Después, tenemos que pasar a lo que es específicamente turístico, que son los servicios que se van a brindar a los turistas. Tenemos algunas hosterías y casas que se alquilan, locales gastronómicos, un centro de interpretación, un museo y yo abrí un espacio cultural.

-Las sucesivas crecidas del río Uruguay, ¿han modificado al pueblo desde lo arquitectónico y en la dinámica propia de sus habitantes?

-Si hablamos del pueblo industrial creado por la compañía, las inundaciones no le afectaban. En este momento afectan la estructura del Club de Pescadores; habría que replantearse por qué se han construido esas viviendas en terrenos que todos sabemos que son inundables.

-Hablemos de la reconstrucción digital que estás realizando a partir de obtener un premio nacional.

-En 2016, el Ministerio de Cultura convocó a un concurso de innovación tecnológica para ser aplicado en museos o patrimonios y el mío fue uno de los 32 proyectos premiados.

Yo había tomado contacto con profesionales españoles de la arqueología que estaban aplicando innovaciones tecnológicas en ruinas romanas, un destino turístico por excelencia. La nueva tecnología permite recorrer el sitio con una tablet o celular, desde el mismo espacio, viéndolo exactamente como era. Esto tiene la ventaja de que no todos comprendemos un lugar al mirar una maqueta o una foto. Es un golazo de la tecnología que permite llegar a muchas más personas, y sobre todo es una mejor manera de comunicar ese patrimonio.

Comenzamos el año pasado, una vez que tuvimos los fondos en mano para pagar los servicios de quienes trabajarían en el proyecto presentado.

Lo que me propuse fue reconstruir esas capas invisibles que tenemos en el pueblo, porque por ejemplo pude acceder a unos planos del saladero anterior, donde viendo la estructura descubrí que Liebig no empezó de cero, sino que respetó lo que estaba construido y a partir de allí comenzó a crecer. Entendí que ese es el devenir de la historia, ir sumando.

Más o menos entre 1905 y 1930 se construyó casi todo lo que vemos. Hoy la tecnología nos permite dibujarlo todo de nuevo. Fue un gran desafío porque era encontrar cosas en lo que no estaba viendo. Además, el 3D no es lo mismo que una foto; esto tiene volumen y se puede recorrer.

Ya tenemos el pueblo reconstruido y estamos armando un video dinámico con recorridos que por momentos son aéreos. Subiremos desde el río viendo la fábrica desde donde se llegaba; luego la costanera, que está transformada y se perdieron muchos edificios; y después el pueblo, poniendo en evidencia las tipologías de las viviendas como eran en aquel momento. Este video lo podremos ver en mi espacio cultural; haré la inauguración, probablemente en diciembre, y será complemento de la exposición que inauguramos el año pasado. Como un video es transportable, además hay un trabajo que se puede hacer con las escuelas de la zona para mostrarles lo que era el pueblo e invitarlos a conocerlo ahora.

-¿Quiénes son los profesionales que integraron el equipo de trabajo?

-La museóloga Patricia Ceci, los ingenieros Christian Cristofano, Javier Tibi de la empresa Virtual Learning y Andrés Shakespear de Cinequannon.

-¿Cómo es el espacio cultural que se inauguró el año pasado?

-Es una antigua sodería, conocida como Sodería Arlettaz. Es un galpón con aspecto semi industrial en el que armé una exposición temporal que se llama “Construir Liebig”, realizada con planos, fotografías (históricas y actuales) y algunos objetos que hacen al lugar (tejas, mosaicos, ladrillos). Es un recorrido por diez paneles gráficos que cuentan cómo se construyó Liebig: el río, el territorio, las estancias, el saladero, la fábrica y cinco historias de diferentes personas, una fue el ingeniero Federico Meyer, de origen alemán, quien relevó el saladero y construyó la fábrica; otra es la del agrimensor Anderson, que mensura Liebig en los años ’70, quien me donó sus libretas de apuntes; y otras historias de gente que vivió en el pueblo en distintas épocas.

Es interesante plantearse que el patrimonio y la cultura son una industria, tanto como lo es el turismo, ya que involucra a distintos sectores y disciplinas generando trabajo. Creo que esto de las reconstrucciones 3D en la zona es algo que podría aplicarse por ejemplo en el Molino Forclaz, para verlo moverse.

-¿Cuándo se puede visitar?

-Combinamos una visita por mail a marcaliebig@gmail.com. Por el momento la entrada es sin costo.

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Soltería, capilla y plaza. Agrandar imagen
Soltería, capilla y plaza.

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Esquina del almacén y la hilera. Agrandar imagen
Esquina del almacén y la hilera.

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Calle de los chalets y la biblioteca. Agrandar imagen
Calle de los chalets y la biblioteca.
Fuente: El Entre Ríos y Radio 12

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