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Ramón trabajando en la década de 1960.
Ramón trabajando en la década de 1960.
Ramón trabajando en la década de 1960.
Aplicado, meticuloso y comprometido, la vida del popular Ramón Besson (76) fue marcada por su oficio de linotipista y posteriormente cobrador de El Entre Ríos, convirtiéndose en la memoria de numerosos acontecimientos registrados a lo largo de varias décadas de este periódico, que se encuentra celebrando 135 años de trayectoria.

“En realidad empecé trabajando como cadete en el estudio del doctor (Ricardo) Maxit cuando todavía vivía su padre. En 1960 él me mandó al diario a aprender el oficio de linotipista, cosa que me llevó varios meses, hasta que al año siguiente quedé efectivo cuando se fue Benedini. Me largué para probar y me costó bastante tomarle la mano, pero duré 36 años en el puesto”, comienza relatando sobre sus comienzos.

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Aprendiendo su oficio de Bedenini. Agrandar imagen
Aprendiendo su oficio de Bedenini.
Por ese entonces, la sede del periódico estaba “en un edificio antiguo de 12 de Abril 121, que el patio daba al Plaza Hotel. Al diario lo repartía el correo, que estaba un poquito para abajo, más o menos al 90 de la calle. También iban muchos ejemplares a las colonias con nombre y dirección, porque había varios corresponsales dando vueltas. No había canillitas en esa época. Después, en el ’80 nos mudamos al edificio La Honradez de Sourigues 27, donde antes funcionaba la Cigarrería Torrieri y después una librería. Ahí pasé los fríos de mi vida, porque era un salón inmenso de grande y la linotipo no llegaba a calefaccionar todo”.

Como para varias generaciones de colonenses desde 1883 en que se fundó, recuerda que en su familia “toda la vida se leyó El Entre Ríos. Para mi abuelo tener el diario era sagrado, lo mismo para mi viejo que lo pagaba a pesar de yo trabajar ahí. Y ahora yo soy un fiel lector y guardo algunos ejemplares, como el del centenario. Antes el diario era sagrado, porque a la gente le gustaba mucho leer sociales, que es algo que se fue perdiendo”.
El oficio de linotipista
“Manejaba una máquina que hacía toda la composición del diario con la escritura y las columnas. Tenía una caldera donde fundía el plomo hirviendo con antimonio y estaño como composición, entonces así se tipiaba a medida que los tipos iban cayendo para formar barritas, con 90 teclas. A pesar de haber tenido solo la escuela primaria, prácticamente no tenía errores de ortografía”, explica Ramón.

Una vez tipiados los textos, “se pasaba al taller, donde se armaba la plancha con todo el material y hacían los titulares a mano tipo por tipo, entonces después cuando estaba lista la plana, la impresora empezaba a trabajar. Era un diario chico, pero llegó a salir de unas cuantas páginas muchas veces, aparte de cuando hicimos suplementos por los 75 años de Villa Elisa o el del centenario del diario, que costaba pero quedaban espectaculares”.

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Besson recorriendo el archivo de El Entre Ríos. Agrandar imagen
Besson recorriendo el archivo de El Entre Ríos.
Tras un tiempo de arduo trabajo individual, cuenta que “cuando entró René (Pierotti) le enseñé el oficio, entonces nos organizamos por turnos. Eran, más o menos, dos días de trabajo para hacer todas las páginas. En esa época dos por tres había problemas de corriente: cuando la luz estaba baja, el plomo no se llegaba a calentar lo suficiente y la linotipo no marchaba, por eso se demoraba más”.

En cuanto a la rutina de trabajo, “entraba a las 7 de la mañana y el administrador y redactor de esa época, (Luis) Olivera, ya me iba pasando todo lo que había que tipiar. Él estaba todo el día en el diario y siempre escribía a mano, en papel. Después entró, como en el ’67, Armando Cergneux, que era jefe del Correo y empezó haciendo textos de deportes a modo de colaboración, hasta que después quedó al frente cuando el otro hombre se tuvo que retirar. El redactor se encargaba de todo el material, que había que salir a buscarlo por el pueblo y los clubes”.

Entre los gajes de su oficio de linotipista, revela que “problemas técnicos hemos pasado montones, a veces teniendo que trabajar de noche para poder terminar por falta de corriente durante el día. Si no estábamos engrasados, estábamos entintados. Con los años, se fue solucionando cuando se compraron otras cosas para estabilizar la corriente. Cuando había problemas mecánicos había que llamar a técnicos de otros lugares de la provincia que vengan a arreglar, porque cerca no había ninguno. Y después muchas veces sufríamos la escasez de papel, que no se conseguía, entonces había que salir a buscar por otros diarios y adaptar el tamaño para imprimir y que la máquina lo tome”.
Historias y anécdotas
“Debo agradecer a la empresa lo que hizo por mí, el darme laburo tantos años. Además, a muchos otros laburos los conseguí a partir del diario, que le debo todo porque me ha abierto muchos caminos y he conocido mucha gente valiosa”, evalúa Ramón en el mes aniversario de El Entre Ríos.

Durante sus 36 años de trabajo, “siempre hubo una convivencia excelente entre nosotros, porque era un equipo en el que trabajábamos todos parejo y nadie nos tenía que mandar, ya que cada uno cumplía su función y no se metía con el otro. Tirábamos siempre para adelante, porque el objetivo era tratar de llegar por todos los medios a entregar el diario a horario. Pasó unas pocas veces que no lográbamos salir, entonces se lo hacía en la imprenta de Rodríguez Landini, que funcionaba frente al correo”. Como ejemplo de convivencia, menciona que “hacíamos unos asaditos cada aniversario y también en noviembre, porque varios cumplíamos años ese mes: la señora (Graciela Marcó de Maxit, la directora), (Hugo) Pérez, Ilda (Williman, de la administración) y yo. Además, recuerdo que para el centenario del diario se hizo un almuerzo en Club Campito, que vinieron los Saenz Valiente de La Calle (Concepción del Uruguay) y los Etchevehere de El Diario (Paraná)”.

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El equipo de trabajo en los antiguos talleres de impresión. Agrandar imagen
El equipo de trabajo en los antiguos talleres de impresión.
Por su oficio de linotipista, rememora que “en todos estos años integré el Sindicato Gráfico de la provincia, entonces viajaba mucho a Paraná y conocí a mucha gente de todos los diarios de Entre Ríos. Era delegado de obra social por recomendación del doctor, hasta el día que me jubilé. Yo era el encargado de entregar las órdenes y las planillas de sueldos. La parte sindical funcionaba que era una maravilla”.

Actualmente, “sigo vinculado con las cobranzas, que las empecé hace muchos años cuando el administrador me dio un toco de boletas para que saliera a cobrar en las horas libres. Nadie me quería pagar: todos me decían que eran amigos del doctor. Pero después de un tiempo puse al día la suscripción en Colón, San José, Villa Elisa y Pueblo Liebig, menos en San Salvador. En aquella época la gente supuestamente debía ir a pagar a la administración, pero nunca iba nadie, salvo la gente del campo que era la más cumplidora”.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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