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El cartel que da la bienvenida a los clientes.
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Han pasado poco más de 3 horas desde que entró en vigencia el artículo 11º del Decreto Nº 1182/2020, es decir la disposición que impide hacer actividades deportivas, recreativas, running, ciclismo, etcétera, más allá de las 18. El papel firmado por el intendente Alfredo Francolini lo dice y la Costanera de Concordia lo sabe.

Pocos viernes de noviembre por la noche habrán estado tan vacíos como este del 13 de noviembre. Epidemiológicamente hablando, es una jornada difícil: el último informe del Ministerio de Salud de Entre Ríos reportó 80 nuevos positivos (75 de ellos en la ciudad de Concordia).

Hay quietud, sobre todo desde la rotonda de calle Mitre hacia el sur. Un puñado de locales gastronómicos permanecen abierto y otros tantos están cerrados.

En el restaurant ubicado antes de llegar a avenida Carriego hay 3, tal vez 4 mesas ocupadas. Es un éxito, a juzgar por los otros que están semivacíos. Visualizarlo es sencillo porque tampoco abundan vehículos estacionados. La panacea del conductor que busca lugar, pienso, mientras sigo por la avenida de los Pueblos Originarios detrás de 3 vehículos.

Las cintas en el mangrullo frente al mirador de Arenitas Blancas son otra señal de época, como el vacío perpetuo de veredas y lugares de estacionamiento. En la costanera baja sobra espacio, falta agua en el río (en pleno estiaje) y gente en los innumerables senderos y bancos públicos. Un cuarteto marcha de a pie, uno de ellos es un niño. Privilegiados visitantes de la soledad.

Ir más allá de la rotonda de la plazoleta “Almirante Brown” es una aventura innecesaria. Demasiado silencio. Tomar hacia la derecha es ver luz al final del camino. Más precisamente a la izquierda, justo en la esquina de Maciel e Isidoro Blastein está un histórico club de la costanera: el Concordia Tenis Club. Sus canchas ya están a oscuras, pero hay luz en la vieja edificación de la sede social.

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A la izquierda de la fotografía está la cancha del Club Libertad, a la derecha las vías del ferrocarril. Agrandar imagen
A la izquierda de la fotografía está la cancha del Club Libertad, a la derecha las vías del ferrocarril.
¡Hay autos! Son 10, quizás 12. Superada la puerta de acceso me dirijo por el camino de acceso, viendo a varios sentados, algunos niños. Dos pequeñas irán y vendrán casi toda la noche. Asomará otro enano que, a juzgar por el hombre que lo acompaña cual andador a poca distancia, está dando sus primeros pasos solos.

Me dirijo hacia la barra. “Hola, busco a…”, alcanzo a pronunciar y una de las mozas me reta con seguridad: “ponete el barbijo, por favor”. Claro, es regla básica: si vas a circular entre mesas o rumbo al baño, hay que usar barbijo. En un segundo, vuelve a mí aquella frase del pizarrón en el otro local cervecero de la misma firma: “Sin barbijo, no hay cerveza”. Contradicción, tal vez, pero otra señal de época pandémica.

Ahora sí, “hola Santiago, ¿cómo estás?”, le digo y el propietario de cervecería “Popelka” interrumpe la charla con dos clientes y me invita a pasar a una mesa del interior. Santiago Popelka: ¿Cómo sostener abierto un emprendimiento gastronómico, en tiempos donde el distanciamiento social es una de las claves para frenar la ola de contagios? ¿Cómo convive con la impuesta frase que los señala: “claro, no se puede ir a trotar a la costanera a las 18:30 pero podés ir a las 22 a tomar una birra en un bar”? ¿En qué momento económico los encuentra? ¿Puede animarse a invertir cuando las ventas están, en promedio, en un 25% de las que tenía un año atrás?
Mano a mano con el ingeniero agrónomo que puso una cervecería
-¿Cómo viene el negocio en tiempos de pandemia: estuvieron cerrados, luego reabrieron y vino toda la adaptación a los protocolos? ¿Cómo es eso?
-Gracias a Dios, acá en Concordia estuvimos cerrados 2 meses, a diferencias de otros lugares como Buenos Aires que estuvieron mucho más tiempo.
Al principio, nos costó con los protocolos porque a la gente le cuesta adaptarse. Lleva un tiempo pero es como todo, luego lo asimila, lo incorpora.
El primer mes no fue bien porque la gente quería empezar a salir. Extrañaba todo lo que no tenía. Estuvo bien. Después fue bajando y, este último tiempo que empezaron los casos, la gente se autoaisla. Se guarda. En estas últimas 3 semanas, fue una contracción terrible.
No es tanto el cambio horario, ya que muchos me preguntaban si importaba el cambio horario, sino que la gente no sale. No hay movimiento. Acá en la costanera no se ven autos, siendo un día de calor y viernes.
-¿Si trazás una comparación en el local del centro, de espacio cerrado, y este de la costanera, más abierto, qué decís? ¿La gente elije más uno u otro?
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-Sí, la gente elije más el aire libre. Ellos mismos te llevan. Allá pusimos extractores eólicos, hay ventilación pero la gente busca el aire libre. Igual, ahora estamos en el punto de inflexión donde el centro empieza a caer y empieza a moverse la costanera.

-¿Quizás este año acá tuvieron concurrencia más rápido que otros años?
-Sí, una por el COVID-19 y otra que empezó a hacer calor más temprano, además de que estamos en una seca extrema. El año pasado el calor empezó en diciembre, había llovido mucho y el clima condiciona mucho la temporada.

-¿En este último tiempo, has notado que el propio cliente te plantea algunas cosas o asimila que es necesario cumplir con tales protocolos para seguir consumiendo?
-Lo único que te puede plantear es que, a veces, viene un grupo de amigos y son 5 y hay que tener 4. Entonces, para no dejarlo a fuera al quinto te lo plantean. Pero bueno, el protocolo dice otra cosa.

-¿Cuáles son las reglas básicas que no se pueden quebrar en este tiempo de COVID-19?
-El máximo es 4 personas por mesa, cuando se levantan para ir al baño hay que usar barbijo y lo principal para mí es que se tienen que anotar en la planilla para que, en el caso de que haya un positivo de una persona que estuvo en el bar, se puede contactar a los que estuvieron con él porque se tiene DNI, número de celular, etcétera. Cerrar el círculo de contagios.
Esa es la diferencia que yo siempre planteo entre la casa y el bar. El Estado a las cervecería o a cualquier local comercial puede entrar, tiene poder de Policía. Puede fiscalizar, entrar cuando quiere, no necesita orden, ni nada. A diferencia, en las propiedades privadas no puede entrar. Vos cerrás la puerta y, si no tiene una orden de allanamiento, no puede entrar. Es la diferencia. Con los locales gastronómicos le podés dar una posibilidad, no es una prohibición total. Es una regulación. Estar controlados.

-¿Se sienten acompañados por las autoridades?
-Sí. Hoy me llamó Marcelo Tessani, director de Inspección General, preocupado para que nos cuidemos. Me pareció bien porque mucha gente piensa que ellos están en un poder recaudatorio, en una manera de buscar el error para cerrarte. No, todo lo contrario. Quieren que se hagan bien las cosas, que todo funcione. La Municipalidad tiene un recurso finito, no tiene capacidad para controlar a toda Concordia. Entonces, como le pide colaboración a la gente se los pide a los privados, a los comerciantes.

-Seguramente leés, escuchás o directamente te comentan: “no podemos quedarnos un rato sentados en la costanera, pero a las 10 de las noche podemos ir y tomarnos una cerveza”. Y te lo dicen en tono crítico, marcando una contradicción. ¿Qué respondés?
-No es lo mismo porque, como te decía, acá nosotros cuidamos al lugar y a la gente que está acá. Y puede venir el Estado a controlarnos. La costanera es muy amplia. Si toda la gente iría, el Estado no puede, no tiene forma. Acá se regula y también se mantiene una empresa en donde trabajan personas y detrás hay familias.
-¿Económicamente cómo están?
-Fue el peor año de todos. Primero, porque estamos al 50% de capacidad y de ese total, estamos en un 25% real porque el viernes y sábado te viene gente pero los otros días baja. No llegamos a completar el 50% de la capacidad habilitada.

-¿Cómo explicás al emprendimiento?
-Como en toda empresa tenés al gasista, el que te viene arreglar la luz, el contratista, los proveedores (el que te vende la muzzarella, la pizza, las cervezas, las papas), la gente que trabaja. Es toda una empresa.

-¿Si tenés que definir a Popelka, cómo lo hacés?
-Lo definiría como un bodegón, reivindicándolo al viejo bodegón donde iban en un pueblo, o en la ciudad, todas las personas: los ricos, los más humildes, los estudiantes, los obreros. Era algo muy social porque compartían el mismo espacio. Eso es lo que tenía el bodegón y eso es lo que nos pasa a nosotros. Un ejemplo es que vienen los austríacos de Egger y viene un muchacho que es trabajador de la planta acá en Concordia. Vienen estudiantes del Profesorado "Concordia" y también los profesores. Por eso lo considero un bodegón: vienen en familia, parejas jóvenes.
Una vez nos pasó que un muchacho le pidió matrimonio a la novia ahí en el bar. Otra anécdota es que una vez estaba cansado y le dije al cliente: “yo ya quiero dejar todo, quiero cerrar”. Y me dijo: “no, no nos cerrés. Dejá a alguien, por favor”. Ahí me di cuenta que es como un clásico. Ese es el éxito. A veces al éxito se lo evalúa con plata pero no es con dinero sino generar algo que hace feliz o les genera algo a las personas.
-Hay pertenencia.
-Exacto, esa es la palabra precisa. Hay pertenencia. A veces, nos pasa que viene gente de Concordia con su primo de Buenos Aires y lo trae acá como diciendo: “mirá esto”. Ese familiar o amigo dice, es rica la cerveza, está al nivel de Buenos Aires. Nos enorgullece.
Nos ha pasado que ha venido gente de Estados Unidos, que nos han recomendado. Yo y mi hermano hablamos inglés así que podemos atenderlos y les gusta. Digo Buenos Aires no porque sean ni más ni menos que los concordienses, sino que los tomo de referencia porque allá tienen mucha más oferta y pueden tener una crítica mayor.
-¿Por qué te dedicás a esto y no a dar clases, a la agronomía o vender auto, por decir algo? ¿Hay algo que tiene que ver incluso con tu herencia familiar, verdad?
-Yo soy ingeniero agrónomo. Yo estudié en Rosario y me volví para acá a trabajar, estaba dando clases y tenía un empleo en el SENASA. Mi hermano empezó con esto de la cervecería en Rosario a mí me generó algo y quisimos traerlo a Concordia. Hay muchos emprendedores que están afuera y, aunque no los creas, quieren hacer eso en Concordia. A veces puede funcionar y, a veces, no. Pero dijimos: “Vamos a hacerlo en Concordia. ¿Cómo puede ser que no tengamos un bar así en la ciudad?”. Cuando abrimos, en Concordia no había una cervecería y era algo que estaba surgiendo en todas las grandes ciudades.
Así empezamos y fue todo un desafío, una apuesta. Después sumamos este local y surgió la idea de comenzar a fabricar la cerveza. ¿Qué pasa? En Concordia, mi tatarabuelo donde estaba el saladero Nebel tenía una fábrica de cerveza. Se llamaba cervecería Concordia, en 1920. Y todo fue dándose y es como que hay algo que quedó en la sangre que estamos en esto. Renegamos con esto y no lo dejás. Es más fuerte que uno, te lleva y ahora estamos terminando la fábrica, a pesar de todos los inconvenientes. Queremos terminarla porque, empezamos hace 3 años, y justo vamos a empezar a producir 100 años después. Fue pura casualidad.
Algo que está en el libro de Concordia es que mi tatarabuelo decía en su publicidad: Cervecería Concordia, igual o mejor que la cerveza de Buenos Aires. Esas cosas te erizan la piel y hay algo, una esencia, una energía, que te lleva. Sarna con gusto no pica.

Así terminó el mano a mano con el dueño de una de las cervecerías que tiene Concordia, uno de los sectores más mencionados a la hora de las críticas hacia las medidas de restricción que se aplican para frenar la circulación del COVID-19.
Fuente: El Entre Ríos.

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