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Hugo recorriendo el archivo de El Entre Ríos.
Hugo recorriendo el archivo de El Entre Ríos.
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Trabajador consecuente, siempre sonriente y de buen humor aún ante las adversidades, Hugo Perez (67) ingresó como cadete a El Entre Ríos cuando tenía tan solo 14 años y luego volvió a elegirlo hasta el momento de su jubilación, habiéndose convertido en una pieza importante en los 135 años que el periódico está celebrando.

“Entré como cadete en el año ’64 a través de un administrador que había, de apellido Perroni, y estuve unos años dando vueltas en el taller. En el ’71 me tocó la colimba, entonces me tuve que ir a Puerto Belgrano durante 16 meses y después volví al diario. Ahí Armando Cergneux, que ya estaba de administrador, me dijo que no tenía futuro en el diario y me sugirió que me buscara otra cosa, pero no le hice mucho caso y me quedé hasta 2007 que me jubilé”, comienza relatando sobre sus comienzos.

En la segunda etapa de trabajo, “ya empecé a trabajar de lleno en el taller y a aprender tipografía, un trabajo artesanal que se hacía de parar letra por letra de cuerpo 10 a 48 ó 72, que era lo más grande que había. Así íbamos armando el diario con todos los avisos y los títulos, mientras la linotipo nos largaba el material en plomo para ir armando las planchas”.

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Armando Cergneux, Juan Pestaña, Ramón Besson y Perez. Agrandar imagen
Armando Cergneux, Juan Pestaña, Ramón Besson y Perez.
Una vez armadas las planchas, cuenta que “las pasábamos a la impresora para empezar a imprimir junto a Juan Pestaña, que éramos los dos impresores. Trabajábamos en una máquina muy antigua en la que se colocaba el papel con la mano: no era nada fácil, porque el día que había humedad se volvía muy difícil dominar el papel, entonces le poníamos talco a la máquina para que la hoja corra”.

Luego, imprimir, sellar y repartir para completar el proceso. “Cuando el periódico estaba impreso, de la máquina iba a la sección de expedición, donde lo cortaba en una guillotina manual y los chicos lo empezaban a doblar. De ahí ya me iba a sellar con una ficha de chapa cada ejemplar con el nombre y la dirección de cada suscriptor, porque en esa época lo repartía el Correo, donde se entregaban los paquetes bien atados. Además de Colón, San José y Villa Elisa, se mandaban muchos diarios a las colonias, incluso me acuerdo de un hombre de Primero de Mayo que venía en sulky a buscarlos, a Buenos Aires y hasta al sur”, da a conocer.
Gajes del oficio
“Lo que más costaba era manejar las bovinas de papel, porque pesaban más de 300 kilos cada una y había que cortar las hojas bien a medida. Y después, a las manos siempre las teníamos sucias con tinta y nafta, que largaba un olor muy fuerte y teníamos un jabón especial para lavarnos”, explica Hugo.

Con la llegada del sistema offset en la década de 1990 “todo era mejor, porque trabajábamos con papel vegetal y el diario salía más lindo, pero la máquina no siempre anduvo bien: era complicada porque funcionaba con compresor y, cuando se rompía, mecánico en la zona no había. A veces cuando no funcionaba bien nos rompía mucho papel y terminábamos imprimiendo en El Pueblo (Villaguay), que teníamos que viajar con las páginas completas y el papel vegetal para imprimir, entonces esperábamos y volvíamos a Colón con el diario listo”.

Tras el armado y la impresión, relata que “también salía a la calle a repartir el diario y así estuve 20 años con ese trabajo extra, desde la década de 1990 en que me compré una bicicleta para hacer toda la zona norte y del puerto. Fue duro, porque la calle es dura: lluvia, frío o mucho calor, encima yo empecé a sufrir asma, después que pasamos a trabajar con el sistema offset y usábamos un producto fuerte para limpiar la chapa que me afectó la garganta. Pero igual me gustaba salir y estar en contacto con la gente”.

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Besson, Ana Dray, Pestaña y Perez en los viejos talleres de El Entre Ríos. Agrandar imagen
Besson, Ana Dray, Pestaña y Perez en los viejos talleres de El Entre Ríos.
A lo largo de tantos años de trabajo, el anecdotario de Hugo es extenso. “Antes iban muchas escuelas a ver cómo trabajábamos para hacer un diario y nos dejaban dibujitos. Una vez, cuando todavía estábamos en calle 12 de Abril 121, fue un colegio de Colón con chicos bastante grandes, que estaban haciendo una visita guiada de lo más normal. Cuando se fueron, nos dimos cuenta que nos habían desarmado todos los avisos y no encontrábamos ni el título de El Entre Ríos para poner en la tapa: un desastre nos hicieron. Esa es una anécdota que siempre nos acordamos nosotros y fue lo que hizo que prestáramos más cuidado en las visitas, porque además los chicos venían de guardapolvo y si se manchaban con tinta no salía más”, narra.

En los primeros tiempos, el periódico se armaba sobre una mesa de chapa, “bien justificado y apretado con cuñas para después levantarlo y llevarlo a la máquina para imprimir. Si llegaba a quedar algo flojo y lo movíamos, era un desastre. Cuando la máquina de nosotros se había roto, trabajábamos de madrugada para imprimir en la imprenta de Rodríguez Landini, entonces llevábamos los plomos en bicicleta y varias veces hice desparramos en plena calle, teniendo que juntar todo y empezar a armar de nuevo. Era todo muy artesanal, pero estábamos bastante acostumbrados”.
Su balance y un saludo especial
“Era muy creíble el diario, era palabra mayor. Lo que decía el diario, para la gente era cierto. Siempre fuimos conscientes de la responsabilidad que teníamos y de la historia del diario, jamás lo tomamos en joda”, rememora Hugo.

Su trabajo en el periódico “fue muy lindo y siempre le tuve mucho afecto, porque tuvimos un compañerismo bárbaro y jamás tuvimos un problema entre nosotros. Todo el que trabajó en El Entre Ríos era porque realmente lo quería y en mi vida fue una pieza fundamental, porque jamás trabajé en otro lugar”.

Además, “siempre tuvimos buen contacto con la patronal, porque ellos jamás se metían con nosotros ni se quejaban cuando estábamos tomando mates, ya que sabían que igual íbamos a cumplir con el trabajo. Quiero dejar un saludo muy grande a la gente del diario y a los responsables principalmente, a la señora Graciela (Marcó de Maxit, la directora) y al doctor Ricardo Maxit (exdirector y editor responsable) que siempre estuvieron al lado de nosotros. Deseo lo mejor y que el diario siga adelante”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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