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Lucía Stubrin explora las rupturistas formas de relación entre la estética, la biología y la tecnología, aquí y en el mundo.

“¿Qué tienen en común una coneja transgénica, un cuadro pintado con bacterias y un planisferio de ADN?”, se pregunta Lucía Stubrin en su libro Bioarte. Poéticas de lo viviente (Eudeba y UNL, 2020) y es imposible no leer con curiosidad y asombro el apasionante recorrido que propone para responder esa y otras preguntas sobre arte, ciencia y técnica.
Egresada y docente de la UNER
Stubrin es doctora en Teoría e Historia de las Artes por la Universidad de Buenos Aires y se desempeña como profesora e investigadora en la Universidad Nacional de Entre Ríos (de donde egresó en 2009 como Licenciada en Ciencias de la Comunicación) y la Universidad Nacional del Litoral.

En Uner, desde 2015 dicta la cátedra Semiótica en la carrera de Comunicación Social de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).

Su interés por el bioarte se remonta a sus años formativos como becaria del Conicet y de la prestigiosa institución francesa Institut de Recherches Interdisciplinaires sur les Sciencies et la Technologie de la Universidad de Estrasburgo.

Desde entonces, Daniela Lucena publicó en la “Revista Ñ” un artículo donde dice que los temas de estudio de Stubrin giran en torno a las diversas y múltiples formas de relación entre estética, biología y tecnología. El libro Bioarte es el resultado de su tesis doctoral, trabajo en el que compone una completa cartografía de artistas y teóricos del bioarte, así como también una estimulante mirada crítica y reflexiva sobre estas experiencias.
Una historia posible
Antes de avanzar hacia las acciones de artistas e investigadores argentinos que se dedican al bioarte, conviene detenernos en algunos hitos que forman parte de la historia de esta disciplina. Si bien su origen se remonta a los años 20 del siglo XX con las experiencias pioneras del fotógrafo y horticultor Eduard Steichen no fue hasta la década de 1990 que se expandió con más fuerza, de la mano de artistas como Marta de Menezes, Eduardo Kac o el grupo Tissue Culture&Art.

Ese crecimiento ocurrió en paralelo a la puesta en marcha del proyecto de investigación internacional Genoma Humano y la famosa clonación de la oveja Dolly, realizada en Edimburgo en 1997, que instaló a nivel global el dilema ético sobre la posible duplicación de los seres humanos. La autora sostiene que este episodio y sus mediáticas repercusiones generaron “el efecto Dolly”, que propició el desarrollo del sci-art o bioarte como una práctica esencialmente mutidisciplinaria y colaborativa.

En nuestro país, el grupo de investigación sobre tecnopoéticas dirigido por Claudia Kozak en la Universidad de Buenos Aires y los estudios realizados por Flavia Costa, Natalia Matewecki, Martín Maldonado, Jazmín Adler y la propia Lucía Stubrin son algunas de las iniciativas que, en diálogo con el valioso trabajo de artistas, sitúan a la Argentina como una reconocida capital mundial del bioarte.

En este sentido es crucial el desarrollo del Laboratorio Argentino de Bioarte en la Universidad Maimónides, único espacio en toda Latinoamérica dedicado a esta temática, impulsado desde 2008 por Alejandra Marinaro en conjunto con el ingeniero y artista Joaquín Fargas y el especialista en biomedicina Alfredo Vitullo.

Una de las primeras obras colectivas surgidas en el marco del laboratorio fue Incubadero, que presentó al público una instalación interactiva donde la protagonista fue una flor propia de la selva misionera, la orquídea, multiplicada a partir del proceso de fecundación in vitro.
Otros proyectos
Además de la existencia de laboratorios específicos que propician la realización del bioarte en plataformas colaborativas, otros proyectos también dan cuenta del interés de artistas por la exploración con la materia viva en vínculo con el mundo de las ciencias biológicas. Tal es el caso Fluxmedia, espacio-red del Departamento de Estudios Comunicacionales de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Concordia que alberga trabajos artísticos y de investigación donde se interrelacionan el arte digital y electrónico con las ciencias de la vida.

Aunque en varias ocasiones estas novedosas propuestas tienen que enfrentar los prejuicios de las miradas más conservadoras sobre la tecnología y la cultura, de a poco se van abriendo paso en un mundo del arte que tensiona y corre cada vez más los límites disciplinares.

El libro de Stubrin, con su original perspectiva, también realiza una apuesta en este sentido. A lo largo del texto la autora nuestra cómo el arte y la ciencia, que suelen presentarse como campos contrapuestos con métodos y lógicas disimiles, comparten lo creativo como punto de encuentro de la condición humana. Y cuando se fusionan, en experiencias como las del bioarte, se potencian de modos inesperados y disruptivos, renovando vitalmente las formas de intervención sensible sobre la realidad.
Fuente: Revista Ñ.

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