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Siempre me ha resultado extraordinario ese pasaje bíblico donde Abraham regatea con Dios para que no castigue a Sodoma. Primero le plantea que tal vez haya en la ciudad 50 inocentes y no sería justo que cayeran junto a los culpables. Dios acepta: “Si encuentro cincuenta inocentes en la ciudad de Sodoma, por ellos perdonaré a todos los que viven allí”.

Lo que viene después es fabuloso. Abraham le va bajando paulatinamente el precio para “comprar” la salvación de la ciudad. Al final, se lo escucha plantear:

- Por favor, mi Señor, no te enojes conmigo, pero voy a hablar tan sólo esta vez y no volveré a molestarte: ¿qué harás, en caso de encontrar únicamente diez?

Y el Señor le dijo:

-Hasta por esos diez, no destruiré la ciudad.

Concordia no es Sodoma ni está por ser destruida -tendrá sus defectos y virtudes como cualquier otra ciudad-, y quien esto escribe -pecador empedernido, aclaro-, está a años luz de parecerse a Abraham. Pero Rosendo, el que escribió el cartel, bien puede volverse un argumento central en un alegato en defensa de la "capital del citrus" y de sus hijos más vulnerables, que, a juzgar por los números del INDEC, son mayoría.

Es verdad que la cultura del trabajo ha sido severamente horadada por clientelismos de toda estirpe. Pero no es menos cierto que hay en nuestras barriadas miles de “Rosendos”, que quieren trabajar.

Sin un mango para una pauta en los medios, ni para gigantografías como las de Urribarri en el pelotero de Mar del Plata, Rosendo se esmeró en escribir el cartel que aparece en la foto. Además, trepó a un poste en la esquina del Club Hípico, para colocarlo en un lugar visible.

Al letrero lo vi este miércoles al salir de la radio y detenerme en el semáforo, me impactó, lo fotografié y terminé compartiendo la imagen en el grupo de WhatsApp de mi familia, acompañándolo con una simple conclusión: “Ganas de trabajar”.

Uno de mis hijos no dejó pasar un detalle. Su nombre, Rosendo, remite a “rosas” y, por lo tanto, es apropiado para alguien que se ofrece a embellecer jardines. Ahí no terminan las coincidencias: Ramos remite a los “ramos” que se ofrece a podar.

Me dirán que difícilmente sea el oficio que él eligió, que simplemente es el que tuvo a mano ejercer. Pero ello no lo hace menos valioso, sino incluso todo lo contrario, lo realza.

No pude con mi genio y lo llamé. El “Gringo” resultó ser un jubilado que cobra una miseria, el mínimo -algo más de 30 mil pesos por mes- y para sobrevivir trabaja como jardinero y sereno. Está contento -me dice- porque los que lo contratan quedan satisfechos y lo recomiendan, y así fue sumando clientes.

Vivimos una época donde los prejuicios suelen ganarnos la partida y nublarnos la mirada a base de odios e incomprensiones. Prejuicios y generalizaciones. Todos los políticos son corruptos, todos los empresarios explotadores, todos los periodistas mentirosos, todos los curas pedófilos, todos los negros ladrones y haraganes, y un listado interminable de afirmaciones por el estilo.

Todos esos prejuicios son eso, pre-juicios; es decir, sentencias formuladas antes de saber algo sobre aquello de lo que se habla y juzga. Y todas esas generalizaciones son apenas un “relato”, que en vez de reflejar lo real, lo suplantan. En cambio, las ganas de trabajar que inspiraron a Rosendo a escribir ese modesto cartel ni son prejuicio, ni son relato. Son una realidad.

En las entrañas del sector más postergado de nuestro pueblo no son pocos los Rosendos. Como no son pocos lo que tienen gestos de solidaridad extrema, de esos que duelen, que en otros estratos de la sociedad son cuanto menos infrecuentes.

Veamos un ejemplo: en el tan cuestionado informe sobre el Campo del Abasto, Daniel Malnatti no dejó pasar un dato en la vida de la familia de recicladores informales que lo recibió en su humilde vivienda del Barrio El Silencia. Teniendo 10 hijos, sumaron uno más “de crianza”.

Quienes trabajan en lo social saben que eso de criar hijos “ajenos” es muy común entre los más pobres. ¿Cuántos de los que tenemos satisfechas todas nuestras necesidades básicas y algo más estaríamos dispuestos a algo así? Ellos ponen un plato más en mesas donde hay que hacer malabares para que la comida alcance y donde es frecuente tener que elegir entre almorzar y cenar, porque no da para ambas en un mismo día.

No pretendo instalar una idea romántica de los más postergados. Tampoco ver en ellos al “inocente salvaje” de Rousseau. Simplemente, intento abrir los ojos grandes para ver realidades, absolutamente constatables, romper nuestra indiferencia ante ellas, y ponderarlas como brillos de humanidad en tiempos sombríos. El cartel de Rosendo me pareció uno de esos brillos.
Fuente: El Entre Ríos

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