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Las historias de vida se definen de las maneras más insólitas. La de José Jacobsen, que es productor forestal y ganadero en una isla cercana a Villa Paranacito y preside la Cooperativa de Productores del Delta Entrerriano, comenzó a escribirse arriba de un tren que trasladaba a su abuelo, un inmigrante de origen danés, desde Necochea a la ciudad de Buenos Aires. Allí una persona se acercó, le dio charla, y le ofreció venderle 700 hectáreas de campo virgen en esa zona de islas.

Corrían los últimos años de la década de 1920. El viejo aventurero aceptó y la vida de José -que nació muchos años más tarde- se vio de inmediato ligada para siempre a esta parte del territorio entrerriano, a la que vio florecer -llena de vida social y actividades económicas- y a la que ahora se niega a ver despoblarse debido a las grandes inundaciones, el éxodo rural, la falta de planes de desarrollo y a nuevas amenazas, como una Ley de Humedales que no tiene casi en cuenta a los viejos habitantes.

Jacobsen es nacido y criado en las islas. Su lugar en el mundo está en Brazo Chico, donde solo se llega con lancha. Está decidido a morir allí.
“Mi abuelo se vino a instalar con mi abuela y con mis seis tíos en aquel momento. Se vinieron a instalar con nada, se bajaron en un pajonal peor que lo que está acá. Y bueno, ahí empezaron de a poquito con frutales, verdura. Empezaron a hacer lotes, a venderle a otros parientes conocidos, dinamarqueses de la zona de Necochea que no podían comprarse una propiedad allá pero sí podían comprarse un lote acá”, relata José.

Jacobsen tiene a todos sus antepasados enterrados en un cementerio -el de Villa Paranacito-, al que también hasta hace poco tiempo llegar por agua era la única opción. Ahora hay un camino sobre esa isla, que ha significado un gran avance porque además actúa como defensa ante las crecidas del río. En esto no dudan los habitantes del delta, del más grande humedal: para ellos las obras no significan destruir la naturaleza sino que son la clave para tratar de convivir en armonía con ella.

“La verdad es que el río era el vinculante en esta zona, sobre todo en aquella época. Incluso el hospital no tenía acceso. Recién cuando se pudo hacer la balsa y el camino, tuvo acceso terrestre. Para ir al hospital había que cruzar en bote o en una lancha”, describe. Él mismo, cuando nació, llegó a la clínica y volvió a su casa a bordo de una lancha.

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-¿Había mucha más vida acá, en esta zona, en aquellas épocas?

-Sí, sí, sí. Muchísimo más. Muchísima cantidad de gente. El pueblo (se refiere a Villa Paranacito) era muy chiquito. El pueblo era casi nada, muy pequeño. Un par de almacenes y casi nada. Una escuela. Toda la gente vivía en el interior de la isla. Había treinta aserraderos y cada aserradero era como un pequeño pueblito, porque tenía ocho o diez personas. Había un cine acá. Y bueno. Realmente todo cambió mucho.

-¿Fueron las crecientes las culpables del éxodo de toda esa gente?

-Tuvimos muchas crecientes. La de 59, la del 83… Ahí se terminó buena parte de la producción de fruta. Y bueno, la gente se dedicó más que nada a la forestación. Arrancó Papel Prensa (empresa que elabora papel de diario, que tiene su planta en San Pedro). Incluso todo lo que está forestado acá (se refiere a su propio establecimiento) era para forestación. Recién cambié cuando el fuego me quemó una parte y me dijeron ‘mirá, ponele vacas’.

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La ganadería vacuna ingresó con más fuerza a las islas cuando los técnicos comenzaron a recomendarle a los isleños, que hasta ese momento desconfiaban mucho de los bovinos, como mecanismo de control de los pastos que nacían debajo de los árboles. Las vacas comen el pasto y reducen la oferta de masa seca, que es extremadamente combustible en tiempos de sequía y sobre todo luego de una gran helada. Por eso ahora José se agarra la cabeza cuando los ambientalistas piden que la Ley de Humedales expulse a los ganaderos de la región protegida.

“Las vacas se comen el pasto, entonces siempre pastito verde y no tenemos problema con el fuego”, define.

-Vos ahora estás de presidente de la Cooperativa de Productores del Delta. ¿Han quedado menos productores, hay mucha tierra ociosa?

-Hemos ido mutando de los frutales a la forestación, de la forestación a incorporar ganadería. Lo que pasa es que la ganadería es más extensiva, digamos, ocupa más superficie y demanda menos mano de obra. Pero aparte de eso, en otras islas que no tienen protección (se refiere a que no le han hecho caminos como el que lleva al cementerio) no podés poner hacienda, porque viene un repunte o algo y las vacas terminan nadando dentro del campo. Entonces tiene que ser en un lugar que esté medianamente protegido. A los lugares que están medianamente protegidos, si se mete vacas que es lo más fácil de manejar.

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-En los planteos silvopastoriles, ¿no tienen problema de conseguir personal para trabajar con la madera?

-Hoy por hoy es muy difícil conseguir gente para hacer monte. Entonces todo el mundo se está volcando más que nada a la ganadería. Aparte que creo que, no sé si es muy rentable, cierra un poco mejor el número.

-¿Y es negocio seguir con la forestación?

-Sí, sigue conviniendo con la forestación, a pesar de haber retrocedido mucho. Papel Prensa es muy demandante. Hoy por hoy todo lo que vos podés entregarle, te lo aceptan. No era como en otras épocas que se les complicaba. Hoy necesitan madera. Pero no es porque no haya monte, es que no hay gente para hacerla. Es así, lamentablemente hay monte que se están pudriendo. Antiguamente sí se conseguía gente, pero hoy es muy difícil.

-La naturaleza siempre te está poniendo límites acá, pero no parece ser lo único que pone límites. Debe haber un combo de cosas que van generando el despoblamiento paulatino de un territorio muy cercano a la ciudad de Buenos Aires.

-Realmente hace falta inyectar capital, porque hay muchos campos que hay que inyectarle plata para hacerlos productivos. De vuelta hay que hacer un montón de movimientos de suelo, prepararlos mínimamente, ordenarlos. Eso es plata, mucha guita.

-¿Decís que una combinación entre forestación y ganadería podría redituar a esos inversores potenciales?

-Sí, seguro. Pero hay que meterle fichas y plata.

-¿Y por qué no sucede?

-Porque no hay suficiente capital para meterle, no todo el mundo dispone del dinero. Hay que gastar plata, hay que invertir y a veces hay muchos propietarios que quisieran hacerlo, pero no se puede.

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Jacobsen cuenta que la Ley Nº 25.080, de promoción de bosques cultivados, que subsidia a los pequeños forestadores, fue un apalancamiento hace muchos años, pero desde hace tiempo que el Estado dejó de pagar esos planes en tiempo y forma. “Es difícil la parte de forestación si no hay un apoyo genuino del Estado”, define.

-Y me imagino que los grandes inversores potenciales se asustan con la posibilidad de que una Ley de Humedales te trabe la posibilidad de hacer los campos más productivos.

-Eso es otro tema, otra espadita que tenemos puesta arriba, que realmente pienso que es un poco mala información de los diputados y senadores, que son los que tendrían que legislar. Hay una campaña terrible por parte de los ambientalistas, también un poco mal intencionados y un poco equivocados, porque no conocen.

-¿Entonces están tratando de legislar sobre algo que desconocen?

-Totalmente.

-¿Pero no saben que aquí dentro hay gente y hay trabajo?

-No, piensan que acá es un estero, que hay un jardincito, un gauchito pescando en un muelle en la costa, que no hay capital, que no hay trabajo, que no hay ningún tipo de movimiento.
Fuente: Bichos de Campo

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