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En tierra oriental, y más precisamente en Montevideo, no se puede decir que ha explotado un escándalo, ya que los hechos del mismo eran públicamente conocidos y venían de mucho tiempo atrás. La comparación más adecuada es que se trataba de un doloroso forúnculo, el que después de mucho tiempo ha terminado de madurar.

Nos estamos refiriendo a la sanción de expulsión por inconducta aplicada por el Tribunal de Ética del Frente Amplio y la posterior renuncia del Vicepresidente de ese país. Se trata de Raúl Sendic, integrante de la coalición gobernante, hijo del ya fallecido líder del Movimiento Tupamaro y aparente delfín del expresidente Mujica.

La causa de esa sanción no fue la desastrosa gestión del nombrado al frente de la empresa estatal ANCAP –empresa a la cual llevó al borde mismo de la quiebra, y que como consecuencia de ello tuvo que ser rescatada por el gobierno uruguayo con un auxilio no muy inferior a los mil millones de dólares, dinero que obviamente salió del bolsillo de todos los habitantes de ese país, impidiendo de esa manera el mismo fuera aplicado a inversiones y gastos de mayor utilidad, cuando no necesidad económico-social. Es que Sendic, en forma más que desprolija, utilizó tarjetas de crédito "corporativas", es decir aquella que se otorgan a directivos con el objeto de poder afrontar gastos específicos. Y lo habría hecho utilizándolas como una suerte de lámpara de Aladino, empleándolas hasta para la adquisición de pantalones de baño, para su uso obviamente personal.

Y conviene recalcar que se trataba de pantalones de baño y no de calzoncillos –sin que en realidad que haya sido una u otra cosa no hace diferencia- porque "Pepe" Mujica –cuya austera respetabilidad no se pone en duda- al ocuparse del tema e intentado una imposible defensa de Sendic, habría tratado de minimizar lo ocurrido queriendo decir que "no se puede hacer tanto lío por unos tristes calzoncillos, sobre todos cuando del otro lado del río se ve a exfuncionarios arrojar valijas llenas de dólares por encima de los muros de algún monasterio, y el caso de Brasil mejor ni hablar?."

Dejamos allí la relación a la que solo asignamos - más allá de la valoración negativa que ella merezca – un carácter anecdótico, ya que en realidad nuestra intención es intentar aludir a la extraña enfermedad que aqueja a la mayoría de las agrupaciones ubicadas a la izquierda del centro, que exige antes de avanzar, dos precisiones previas.

Es que por una parte, nos abstenemos de entrar en una polémica, cuya seriedad no debe ser desestimada, acerca de si sigue siendo válido tener como todavía existente esa distinción entre izquierda y derecha, o se trata tan solo de un anacronismo. Y por la otra que, si no hacemos referencia a las agrupaciones ubicadas del centro a la derecha, no es porque en ellas la enfermedad no se haga también presente, y que inclusive no asuma, en ocasiones frecuentes, similares características.

Y para procurar realizar el diagnóstico referido, consideramos oportuno aludir a los valores que deben considerarse consubstanciales con el "tipo ideal" de la izquierda. Es que todos ellos giran alrededor de en un valor superior y central cual es el del "altruismo", que se despliega en un sinnúmero de otros que son su consecuencia. Es así que junto a la preponderancia de la igualdad sobre la libertad –los socialistas auténticos rechazarían a no dudarlo esa interpretación porque para ellos la igualdad es la precondición de la verdadera libertad- aparece la necesidad de que todos los miembros de una sociedad internalicen –en el sentido de hacer suya- la solidaridad como valor en acción permanente; todo ello unido a la comunidad de bienes y la austera sobriedad en los comportamientos y costumbres.

Claro que al momento de trasladar ese tipo ideal a la realidad de cada época, al mismo tiempo que plasmarla en instituciones, se asiste a la aparición de matices, que partiendo del intento de una aproximación plena a ese ideal, lleva a muchas de las posturas que vienen apareciendo y adoptándose se vayan corriendo hacia lo que se entiende como "el centro".

Pero independientemente de lo expuesto, no pierden en ningún momento su centralidad –entendida esta vez no como una ubicación determinada en un continuo, sino asignándole el carácter de núcleo- la solidaridad con sus implicancias y sus vasos comunicantes con la sobriedad en los comportamientos y la austeridad en las costumbres.

Y es aquí donde se hacen presentes los agentes ominosos, capaces de enfermar a la izquierda. Para ello se hace necesario introducir en el cuadro de situación un factor más. No se trata aquí de entrar en otra discusión significativa, cual es la de si, en un principio, como impulsos innatos se encuentran el altruismo o la voluntad de poder, de lo que es expresión la teoría del darwinismo social. Sino señalar que la izquierda necesita para afianzarse y volverse preponderante de comunicadores y de ejecutores, o sea aquello que Lenin tenía como la "vanguardia del proletariado", o lo que un sociólogo inglés pudo indicar como el motor de la revolución comunista en China. Revolución en la que algo que iba en contra de la profesión de fe marxista, por cuanto se llevó a cabo en un país cuya población mayoritaria eran campesinos atrasados-, cual habrían sido "los grupos reprimidos con alto nivel de aspiraciones", quienes serían los segundones de las familias de mandarines.

Y es en esa "vanguardia" donde se encuentra el talón de Aquiles de la izquierda. El que no es otro que el renegar de la "ética socialista" estructurada en función de la solidaridad y la austeridad, la que viene a ser sustituida por otra de carácter "hedonista", en cuanto está centrada no solo en el consumo, sino el consumo ostentoso. Una anécdota que pudo ser más auténtica de lo que se supone: Brézhnev, que supo ser un capitoste soviético en la línea sucesoria de Stalin, en la década de los 60 del siglo XX, lleva a su madre a mostrarle su "dacha" (mansión "campesina") recién estrenada. La madre pasmada ante la magnificencia del entorno, solo atinó a decirle: hijo mío, ¿cómo te las arreglarás si vuelven los comunistas?

De todo lo cual, cabría deducir que la enfermedad de la izquierda se hace presente cuando se enfrenta a una dirigencia angurrienta e inescrupulosa –debe hacerse la salvedad que no se puede mezclar a todas sus variantes, muchas de ellas no solo respetables sino valiosas, en la misma bolsa- aprovechando las necesidades y esperanzas del pueblo para manipularlo en su provecho. En suma la peor expresión del fenómeno populista.

Un fenómeno que no es otra cosas que ver a una dirigencia que se aprovecha del poder con el que la ungen los más pobres para volverse rica, siendo a la vez y al mismo tiempo fabricante obsesiva de más pobres, de manera de tener la posibilidad de volverse cada vez más rica. Como se ve, no se trata de una mera cuestión de calzoncillos, aunque a don Pepe no pueda caberle sayo alguno.

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