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Una mano furiosa maneja una masa de hierro que se estrella con fuerza contra la baldosa de una vereda. Muda testigo y víctima de una manifestación más. Los pedazos estallan irregulares en trozos de distintos tamaños. Los más pequeños no sirven. No podrían dañar a nadie. Los más grandes, los que tienen el tamaño de media palma de mano son los mejores. Son los que pueden golpear fuertemente contra una cabeza o algunas de las partes de la cara. Con buena puntería se podría hacer estallar un ojo. Pero un pómulo o la frente también suman. Cualquier parte rota sirve para que la violencia irracional, esa energía enloquecida encuentre destino. Al fin de cuenta a eso fueron. A darle rienda suelta a la energía irrefrenable de la violencia irracional al servicio de la hipocresía de turno. Los mismos actores de siempre. Otras excusas.

Mezclándose, mimetizándose.

¿Maldonado? ¿Los abuelos jubilados? Solo son circunstancias que se aprovechan.

Hipocresía. Mentira.

En las calles frente al Congreso, el caos como manifestación sin conducción aparente. Pero con objetivos claros y precisos, por parte de algunos. Adentro, en el recinto legislativo, la otra cara de la moneda. Hay algo peor que la violencia expresada: el fundamentalismo fachista de quienes la estimulan y la amparan. Y peor aún, cuando estos son legisladores de la nación. Viven bien, cobran bien, vacacionan bien, se jubilan bien, con los impuestos que pagamos los argentinos que trabajamos y que somos los mismos que pagamos los destrozos de los orcos de las manifestaciones destrozadoras de todo lo que encuentran a su paso.

Nuestra Constitución nos da la cobertura para expresarnos, para reclamar libremente, para protestar. Pero no para destrozar la ciudad, los espacios públicos y privados.

Hasta donde sabíamos el trabajo básico de los legisladores consiste en proponer proyectos de leyes. Lo debaten, lo analizan, lo votan. Y ganan o pierden. A veces ganan a veces pierden. Y su trabajo es ese, al menos en una república democrática. No hay otro secreto.

Pero algunos (cada cual haga su lista) han demostrado que no están a la altura de las prácticas democráticas más elementales.

No sabemos cómo será el futuro. Pero sí sabemos cómo fue el pasado reciente. Gracias al cual tenemos este presente. A los que no les gusta Macri, les digo que se lo debemos a ellos, los que manejaron el pasado reciente. Si lo hubieran hecho bien, el Newman boy no estaría donde está.

El fachismo, el fundamentalismo, se alimenta con la insatisfacción del poder. Nunca es suficiente. Por eso el "vamos por todo". Cuando los autoritarios detentan el poder, es una cosa. Pero si lo pierden es como si le sacaran el filtro de contención. Dicen y hacen cualquier cosa aunque todo eso sea contradictorio con lo dicho y hecho antes por ellos mismos.

El problema es que pasan al plano de la violencia. Porque cada uno puede pensar como mejor le plazca. Pero la violencia, la agresión, no es algo que entre en los márgenes de la vida republicana y democrática y mucho menos en una sociedad cansada de los manoseos y vaivenes de promesas incumplidas o fantasías retóricas.

Queremos paz.

No hay nada que indique con seguridad que los protagonistas activos de los últimos hechos de violencia y quienes los ampararon, quieran la paz.

Pero sí existen evidencias de que la gran mayoría del los argentinos desean recuperar la convivencia social pacífica.

¿Con qué derecho estos inadaptados secuestran la paz?.

Todas las familias argentinas tienen derecho a vivir en paz. Todas las familias argentinas tienen el derecho de que ningún grupo de energúmenos le roben la paz.

Las fiestas de fin de año reúnen a las familias, los amigos, los vecinos. No se puede permitir que, como cada diciembre, los saqueos, la violencia, el miedo vuelvan a ser la amenaza a una sociedad que quiere y se merece la PAZ.
Fuente: El Entre Ríos

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