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Existe una etapa de la infancia, en la que a los gurises se les comienza a despertar el sentido del humor. Entonces, se nos presentan con preguntas que tienen que ver con "el colmo de algo", cuya respuesta es casi siempre ingeniosa y despierta una sonrisa, porque es la muestra de un envidiable humor inocente.

En una ocasión, mi pequeño pariente me disparó con preguntas de este tipo, a las que él mismo debió darme las respuestas, quedando convencido que la gracia más que en la pregunta estaba en que solo él -junto a tantos otros chicos- sabía la respuesta. Los interrogantes estaban referidos al colmo del calvo (encontrarse con un pelo en la sopa); o de una sardina (que le den la lata); o el del vago (levantarse temprano para disponer de más tiempo para entretenerse sin hacer nada). La lista puede extenderse hasta el infinito, y puede concluir con lo que mi sobrino considera "el colmo de los colmos" (que un mudo le diga a un sordo que un ciego le está espiando bajo los pelos de un calvo).

No sé si alguien que no sea un chico puede encontrar ese interrogatorio como gracioso, pero de cualquier manera el mismo me llevó a reflexionar que, cuando los adultos hacemos preguntas de este tipo, las respuestas son en general cuando no tristes, de algún modo horripilantes. Ya que hablan de un juez que prevarica o de un médico que habla de la "ne-cesarea". Y si se trata de un venezolano que se lo vea haciendo cola para cargar nafta racionada, al mismo tiempo que se acuerda de una manera ofensiva de la madre de Maduro. Aunque esto último es algo que no nos da derecho a reírnos, porque hubo una época en que a nuestros abuelos les tocó comer pan de mijo, y a nosotros carne de vaca que se traía de afuera, oculta por un silencio preñado de vergüenza.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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