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La mitad de los votantes de Fernández-Fernández están convencidos de que gobernará Cristina, de que no van a pagarle al FMI para subir salarios y jubilaciones, de que se vienen la Conadep del periodismo, la libertad de los "presos políticos" y la reforma constitucional. La otra mitad cree lo contrario y ve en Alberto un Menem redivivo capaz de hacer todo lo opuesto de lo prometido. Los deseos imaginarios del albertismo se fundan en la esperanza de llegar a 2003 haciendo que Macri se haga cargo de 2002 y Cristina se resigne a ser testigo del gobierno de Alberto. Después de tantas desilusiones, quién dice que la esperanza del peronismo, el mesías de Puerto Madero, no esté entre nos.

Por Fernando Iglesias (*)

Expectante, el héroe de las PASO recorrió la Madre Patria vendiendo los mismos elixires que aquí: chavismo-light para los enfants terribles de Podemos y mesura pejotista para las autoridades y sus antiguos empleadores de Repsol. Como Néstor, que acariciando la rodilla de Bush le dijo un día: "Tranquilo, míster. Nosotros somos peronistas" y después reventó el ALCA y se fue con Chávez a fundar la Patria Grande del Sur. ¿Conseguirá la izquierda peronista la revancha que la derecha le debe desde el "me ha llenado el gobierno de zurdos y faloperos, Camporita" proferido por el General? Lindo acertijo. ¿Por qué no apostarle el destino del país?

Tozudos, insensibles a los efluvios del romanticismo criollo, estamos también los que creemos que las elecciones son el 27 de octubre, que la República aún no está perdida y que no hay mejor predictor del futuro que el pasado, cuando el pasado es una saga de anomia y amoralidad. Es cierto: fue Cristina la que se pronunció por la reforma constitucional y el fin de la división de poderes. Pero fue Alberto quien declaró que "Ercolini y Bonadio van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron"; que "el único responsable de Once fue el maquinista"; que "Cristina va a probar su inocencia", y que "hay que dejar de usar a los jueces para perseguir". Alberto lo hizo, convalidando los ataques camporistas a la Justicia y validando la pretensión de que los presos K son perseguidos políticos y no delincuentes comunes.

Es cierto que fue Dady Brieva el que propuso una Conadep del periodismo. Pero fue Alberto quien, después de afirmar que no compartía la "opinión" de Brieva, agregó: "¿Por qué no puede pensar eso Dady?". Tiene razón. ¿Por qué no puede pensar eso Dady, si eso fue lo que existió durante el kirchnerismo? Los medios públicos, en modo 6,7,8. Patente de corso para los Cristóbal López a fin de que montasen sus C5N. Y al enemigo, ni justicia. Despidos y persecución. Desde cuando Alberto era jefe de Gabinete. Con la economía creciendo a tasas chinas y los medios apoyándolos. Ni así les alcanzó. ¿Por qué no puede pensar eso Dady si era Alberto el que apretaba periodistas y el que no puede ocultar hoy su intolerancia cada vez que le hacen una pregunta que no es un pase de gol? ¿Por qué no puede pensar eso Dady si Alberto acaba de convalidar la Conadep del periodismo ordenada por Ramos Padilla? ¿Por qué no, si fue Fernández quien firmó el mayor recorte a la libertad de información de la democracia: la intervención del Indec?

¿Ha sido Alberto el estadista que algunos imaginan o un operador minúsculo decidido a reinar sobre tierra arrasada? Para julio, el país veía la luz al final del túnel. La inflación era del 2,2%, la industria y la construcción crecían al 3% mensual, llevábamos un año de superávit comercial y energético, estábamos llegando al equilibrio primario, los salarios habían recuperado 2% en un mes y la recaudación crecía por encima de la inflación. Pero la luz al final del túnel era un tren. El tren de las PASO impactó el domingo 11 al 47% de velocidad contra el país. El lunes, las empresas argentinas perdieron la mitad; los bonos, un tercio, y el peso, un cuarto de su valor. Para el martes, el riesgo país se había duplicado, confirmando que los mercados tienen mejor memoria que los votantes nac&pop. Si la marchita del partido ganador de las PASO propone combatir el capital, si en su historia reciente están el default con himno de 2001 y el paga diós de 2005, si en las mejores condiciones internacionales posibles y con 12 años a disposición chocaron la calesita, los mercados saben anticipar lo que vendrá. Los deseos imaginarios del albertismo, no.

No fue magia. Fue Alberto, que antes de las PASO declaró que el dólar debía valer $60, que defaultearía las Leliq y que Nielsen, autor del pagadiós 2005, se encargaría de negociar con los bonistas. Y luego, superada la semana post-PASO, operó contra el desembolso de fondos del FMI sosteniendo que su directorio estaba incumpliendo obligaciones estatutarias, mientras su equipo mentía que la delegación había sugerido adelantar las elecciones para salir de un "vacío de poder". Otra vez, efecto inmediato: -5% las acciones; -4%, los bonos, y +10%, el riesgo país. En un día. Y en tres, US$1157 millones de las reservas gastados para frenar el dólar. Ese miércoles, el ministro Lacunza debió extender los vencimientos de la deuda para evitar un mal mayor. El viernes volvió el Capitán Beto con patrióticas declaraciones a The Wall Street Journal, reconocido medio nac &pop. "La Argentina está en default", dijo. Una vez más, a pesar de la inmediata imposición de un control de cambios, 3000 millones de dólares escaparon de las cuentas argentinas. Alberto lo hizo, no Cristina. Para luego negar que el régimen de Maduro sea una dictadura. El que avisa no es traidor.

¿Cuánto nos han costado ya los deseos imaginarios del albertismo? ¿Cuánto pueden costarnos si llegan a ganar? Alberto lo hizo. El dialoguista. El conciliador. El exabogado de Repsol que ahora se queja de que las multinacionales se lleven el petróleo. El que lamenta que las acciones de YPF hayan caído, pero olvida que se derrumbaron 33% el día después de las PASO y que la caída -de US$27.050 millones en 2005 a US$14.990 en 2009- comenzó en su propia gestión.

Los deseos imaginarios del albertismo nos llevan a un país sin apoyos internacionales, codiciado por los chicos malos del planeta y con una interna peronista que echa sal sobre llagas aún abiertas en la memoria de esta nación. Su estrategia incendiaria reconoce una razón política: la imposición de una democracia limitada en la que solo el peronismo sea capaz de gobernar, mientras esconde su razón económica: el albertismo no tiene futuro ni plan. La quita del IVA a los alimentos lo ha expuesto obscenamente. Mientras los camporistas la incluyeron en el programa del Frente de Todos, los gobernadores protestan argumentando que así no hay cómo cerrar las cuentas. Ojalá tomen nota quienes creen que les van a llenar el bolsillo; no vaya a ser que se los llenen de papel picado después de una oportuna hiperinflación. Que anoten también los que creen que van a encender la economía, porque lo único que han hecho es prenderle fuego. Después, que cada uno vote como quiera, pero que nadie diga que votó engañado. Porque el engaño está a la vista. Porque estos incendiarios disfrazados de bomberos son viejos conocidos del barrio y no pueden engañar sino a quienes desean desesperadamente ser engañados. Después no digan que nadie les avisó.

(*) Exdiputado nacional por Cambiemos
Fuente: La Nación

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