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Me dice mi tío, el viejo maestro de escuela, que entre las tantas barbaridades que hacemos con nuestra lengua, hasta el punto de verla a veces, en lo que simula -o es- un estado de despanzurramiento terminal, lo más grave de ello no ocurre con los sustantivos, sino con algo más en el fondo, más complicado pero que parece más simple, cual es la forma en que utilizamos los verbos.

De allí que pasó a explicarme algo que entendí a medias. Ya que, según me dijo, el "indicativo" es la forma verbal que se utiliza "para para describir hechos reales o seguros, con independencia de si estos hechos son pasados, actuales o se espera que sucederán con certeza". A la vez que "el subjuntivo" se lo usa para hacer referencia a "hechos no reales o deseados pero inciertos". Haciéndola corta: leído mi tío y complicada la cosa (¡!).

Aunque me ayudó a llegar a la conclusión, con sonrisas de satisfacción por parte de mi tío, que muchos de los que nos gobiernan parece pensar y hablar "en subjuntivo". Es que a nadie le puede pasar desapercibido que a la hora de verlos referirse a cómo manejan las cosas de todos se los ve referirse ni más ni menos, a hechos irreales, o a hechos deseados pero inciertos.

¿No se escuchó acaso a Carlos Menem hablar a escolares jujeños de un cohete que los iba a poder llevar a Japón en un periquete? ¿No escuchamos a menudo a intendentes hablarnos de cómo pavimentan las calles de su ciudad, en poco menos que de un día para otro? ¿Y los que nos engañan con la promesa de "aguas y cloacas para todos"?

De donde, volviéndome por un instante gramático aplicado, para comprobar si un gobernante piensa y habla como debiera, hay que estar atento a si lo hace usando "el presente del indicativo".
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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