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Finalmente, las profecías se cumplen.

Después de reiteradas advertencias sobre los riesgos de hipotecar años de periodismo a manos del calor de la Pauta o Publicidad Oficial, llegó el tiempo de pagar el precio. La crisis no es del periodismo: por el contrario, la labor periodística se está cargando estos “muertos”.

Esta semana El Diario de Paraná ha despedido a 52 trabajadores. El diario La Calle ha cerrado su planta impresora y amenaza con despedir a trabajadores gráficos (que conforman sólo el principio del fin). Diario UNO hizo lo mismo con su imprenta de la capital provincial hace un tiempo. Y siguen el mismo camino decenas de radios que nacieron, crecieron y morirán de la mano de las aventuras de Pedro Báez y Sergio Urribarri en tiempos de poder. A ellos hay que reclamarles por los despidos.
Añoranzas de otros tiempos
Lejos quedaron aquellos días en que el Ministro de Propaganda se sentaba cada noche en su despacho para emular a Mr. Havas, imprimiendo en rojo, en negro o en gris la historia oficial que mostraba a Sergio Urribarri como un gran Estadista.

Eran horas de éxtasis para el frustrado Presidente del Consejo Federal del AFSCA: es que Pedro Báez dictaba cada noche los títulos de la realidad que iba a leer en los diarios del poder al día siguiente, para reforzar su ilusión de que formaba parte de una revolución política que había llegado para cambiar años de injusticia.

El que le dictaba al otro lado del teléfono era el mismo Sergio Urribarri, montado encima de su aparato de propaganda. El actual Presidente de la Cámara de Diputados eligió jugar más fuerte que su mentor. A diferencia de Jorge Busti que propiciaba la cooptación de unos pocos periodistas influyentes, Urribarri eligió ir por todo: quedarse con la propiedad misma de los medios de comunicación que estuvieron dispuestos a venderse por aquellos días, y así construir su propia versión de la realidad.
Desconocer la historia
Lo que Urribarri y Pedro Báez olvidaron en el camino es que esa “realidad” que construían a diario con el control de los principales medios de la provincia, no era otra cosa que una “ilusión”. Y llegó el momento en que perdieron la capacidad de distinguir la verdad de la mentira, la historia del relato, la realidad del espejismo autoconsumado.

Lo advertimos reiteradas veces. Lo dijimos incesantemente en plena cresta urribarrista: matar al periodismo y reemplazarlo por la propaganda conduce a un solo camino, el fin de los medios.

Con la caída del financiamiento oficial a esos medios, el hilo se cortó rápidamente. Y hoy, como señalábamos algunas semanas atrás, aquellos que tenían reservada la tapa y la página 3 para las aventuras del "Sueño Entrerriano" hacen malabares para mostrarse distantes de los innumerables casos de corrupción, a veces con silencios en señal de lealtad a tanto flujo de pauta oficial, a veces obligados a mencionar brevemente el tema para no ser tan evidentes.
Periodismo mata propaganda
Allá por 2014 lanzamos una sentencia que el tiempo confirma: "La entrega del control editorial a la política tiene patas cortas: hipoteca la credibilidad del medio para matar al periodismo". Ese día llegó y para esos medios que fueron cómplices, el periodismo se encarga de ponerlos en su lugar matando a la propaganda (y a los medios que fueron funcionales).

Muchos de estos medios cómplices de aquellos días desenfrenados se acostumbraron a los “chorros de plata” que fluían desde la Casa Gris a las arcas de los nuevos gerentes del poder mediático entrerriano. Y cual Narciso frente al espejo de agua, perdieron de vista que en algún momento iban a tener sed de “periodismo”. Optaron por morir de sed, por atragantarse de billetes que manaban desde el Poder a un costo altísimo e irreversible en periodismo como es desplazar la búsqueda de la verdad por la imposición de las versiones oficiales.
Un camino sin retorno.

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