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Al calor del debate sobre los sueldos de los funcionarios, el periodista Daniel Tirso Fiorotto trajo al presente la vida austera de uno de los próceres de América Latina, José Gervasio Artigas, a quien está de moda invocar pero no tanto imitar.

La opinión de Fiorotto llega apenas días después de que el Presidente del Superior Tribunal de Justicia, Emilio Castrillón, diera a conocer planillas de haberes del Poder Judicial, que no incluyeron antigüedad y viáticos, asunto que sería debatido este martes en el Acuerdo de los Vocales. Aquí, el escrito de Fiorotto, titulado "Hablar, comer, vestir y cobrar bien para ser buenos":

Algunos funcionarios públicos confirmaron que perciben por salario el equivalente a unas veinte jubilaciones, cuando la mitad de todos los niños entrerrianos vive bajo la línea de pobreza. Al parecer algunos escondieron un ítem, u “olvidaron” sumar el equivalente a otras veinte jubilaciones (antigüedad, viáticos, etc)… Sabemos que la transparencia a medias se llama opacidad.

Como sea, hemos escuchado, a propósito de sueldos de ricos en regiones empobrecidas, que un ingreso alto garantiza eficiencia, todo un relato armado si hay una variedad enorme de actividades realizadas por personas con ingresos austeros y con sabiduría.

En nuestras comunidades valoramos las luchas por la independencia, la autonomía, la república, la distribución de las riquezas, entre otros principios nobles que sin dudas comprometen a los funcionarios públicos. Veamos, entonces, en qué condiciones se dieron los momentos calientes de esa guerra (inconclusa), para que sirvan de contraste histórico.

El cura Dámaso Antonio Larrañaga visitó a José Artigas en su apogeo, en junio de 1815, en su cuartel general de Paysandú. Faltaban días para el independentista Congreso de Oriente, un eslabón en la cadena que se manifestó con fuerza dos años antes en las conocidas Instrucciones. Y faltaban pocos meses para la difusión del Reglamento de tierras, reforma agraria jamás igualada. Antes, Artigas había enarbolado la bandera en homenaje a la sangre derramada por la libertad y la independencia; y un año atrás se había salvado de la muerte gracias a la valentía de entrerrianos y orientales que resistieron una invasión en la Batalla del Espinillo. Ese era el clima de emancipación que vivíamos.

Entonces, aquí la actitud que encontró Larrañaga en el jefe revolucionario: “nos recibió sin la menor etiqueta. En nada parecía un general: su traje era de paisano, y muy sencillo”.

Y luego: “Acabada la cena nos fuimos a dormir y me cede el General, no sólo su catre de cuero sino también su cuarto, y se retiró a un rancho. No oyó mis excusas, desatendió mi resistencia, y no hubo forma de hacerlo ceder en este punto”. Habían cenado un guiso con un poco de vino “servido en una taza por falta de vasos de vidrio”.

El escocés Juan Parish Robertson visitó a Artigas en Purificación en ese tiempo y comentó: “¿qué creéis que vi? ¡Pues, al Excelentísimo Protector de la mitad del Nuevo Mundo sentado en un cráneo de novillo, junto al fogón encendido en el piso del rancho, comiendo carne de un asador y bebiendo ginebra en guampa!”, mientras “dictaba a dos secretarios que ocupaban junto a una mesa de pino las dos únicas desvencijadas sillas con asiento de paja que había en la choza”.

En esas condiciones daban batalla los patriotas contra colonialistas españoles y portugueses, y lo más granado del colonialismo interno cultivado en Buenos Aires.

Antonio Díaz cuestionó a Artigas, en unas discusiones públicas. Dijo en ellas: “Artigas no era educado, ni tenía motivos para serlo. Decía dotor, urupeo, escuéndase, traiba, caiba, ápota, por déspota y otras palabras por el estilo”.

“Todos los actos de la vida de este hombre, aún en sus más insignificantes manifestaciones, estaban sujetos a un estudio y sistema adecuados a las costumbres de que se rodeaba”.

“En vez de imprimir hábitos tomaba los ajenos. Véase un ejemplo –insistió Díaz-: estaba comiendo con algunos jefes de sus divisiones, y otras personas que acababan de llegar de Buenos Aires. En todo había guardado una actitud relativamente decente, hasta que se le anuncia la llegada de un paisano que desea hablarle. Hágalo dentrar, dijo. Apenas es introducido el campesino, Artigas se vuelve en su asiento de espaldas a la mesa, cruza las piernas y abandonando toda actitud de compostura, toma la carne con la mano izquierda y con el cuchillo en la otra, empieza a comer cortando la carne ya tomada con los dientes, y entabla su conversación con el paisano, produciéndose en un lenguaje que no había usado momentos antes”.

En resumen: diálogo, austeridad, frugalidad, sencillez. Artigas muestra que los desproporcionados sueldos públicos son eso, una arbitrariedad. Lo demás es cuento.
Fuente: Diario Uno

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