Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
La escritora argentina Selva Almada (Villa Elisa, 1973) debutó en 2012 con la novela El viento que arrasa y dos años después publicó una obra de no ficción, Chicas muertas, que anticipaba la preocupación social por los feminicidios que explotaría un año después con la gran movilización de Ni Una Menos. Vive en Buenos Aires, pero en sus libros asoman los paisajes de su infancia en el litoral argentino. Desde su casa en el barrio de Flores denuncia el rumbo actual del país, el aumento de la brecha entre ricos y pobres y la creciente superficialidad de la cultura.

-A menudo, en sus libros suele aparece el tema político. ¿La realidad se mete en la literatura?

-No creo en la literatura que sirva como vehículo para dejar un mensaje, pero sí creo que la literatura es siempre política. Es decir, no es que cuando yo me siento a escribir me despojo de todo lo que me atraviesa cotidianamente y escribo como un ser limpio, neutro, impoluto. Escribo con todo lo que me precede, todo lo que soy, lo que pienso sobre el mundo. En Chicas muertas, que es una no ficción, está ahí de manera voluntaria porque quise escribir un libro sobre lo que pensaba del machismo, de los feminicidios, de cómo nos crían a las mujeres o qué es lo que se espera de nosotras.

-¿La sociedad argentina es más machista que otras, más conservadora de lo que parece?

-Yo pensaba hace unos años que Argentina dentro de Latinoamérica era un país bastante más abierto, que había más igualdad entre hombres y mujeres. Después tomé conciencia de que en realidad no era tan diferente de otros países. Hay una especie de maquillaje, pero la cultura es misógina. La sociedad argentina es misógina así como también es fachistoide. Creo que ambas cosas van un poco de la mano. Tampoco me parece casual que en la medida en que las mujeres salimos a la calle con marchas, los femicidios también recrudecen. O las violaciones colectivas. Como si hubiera una reacción de parte de los hombres misóginos, no de todos.

-Pero a la vez hay ley de matrimonio igualitario. ¿Hay una resistencia de la modernización de la sociedad argentina?

-Es que sí, hay cosas que aparentemente dan una idea de sociedad abierta, pero cuando raspás un poco con la uña aparece la pintura vieja de una casa que está recién pintada.

-¿Cree que de alguna manera Argentina se ve mejor de lo que realmente es?

-Yo creo que sí. Tenemos una mirada sobre nosotros mismos como europeos, como si Argentina fuera el país más europeo de Latinoamérica y eso fuera un valor. De hecho, los pueblos originarios, ahora estamos hablando de los mapuches porque desapareció Santiago Maldonado, siempre han estado relegados, se les han robado las tierras, no se las quieren devolver. Es como si no les pasara a ciudadanos argentinos, como si les pasara a ellos, a los otros, a los indios.

-¿Qué tipo de país refleja la literatura argentina actual?

-A mí lo que me gusta de la literatura argentina contemporánea es que es súper diversa, más allá de los grandes temas, como el de la dictadura. Está Mariana Enríquez con su literatura de terror, Samanta Schweblin que sigue con esa tradición del género fantástico que ha sido muy importante en Argentina por lo menos desde Bioy y Borges para acá, un policial distinto que tiene más que ver con el conurbano, con las orillas donde los buenos no son los policías sino los delincuentes. Eso me parece súper vital.

-¿La literatura ha pasado página de la dictadura?

-No, pero creo que ha habido corrimientos muy buenos. Félix Bruzzone, siendo hijo de desaparecidos, aparece con una literatura de la dictadura bastante disruptiva. Mariana Eva Pérez, con su libro La princesa montonera se permite el humor, ironiza. Se le dio una vuelta de tuerca.

-¿Cómo ve el país a dos años de un gran cambio político?

-Yo lo veo bastante horrible todo. Siento que todo ha perdido bastante espesura, que todos los temas se tocan de una manera superficial. Y eso es una pena porque este nunca fue un país liviano. Nuestra cultura ha tenido siempre mucha textura y densidad y ahora querer que todo sea lavado me da mucha pena.

-¿La gente se cansó después de 13 años de mucha política?

-Si hubieran sido de tanta política hoy habría más gente discutiendo las cosas en vez de llorando en sus muros de Facebook. Veo mucho llanto, mucha indignación, pero como si no pudieran salir de la queja, como si estuvieran paralizados. En el Gobierno anterior había un interés por esa enorme parte del país que son los pobres y hoy yo veo que no es gente que interese. Y en eso sí me parece que nos parecemos un poco más a otras sociedades latinoamericanas donde la brecha entre pobres y ricos es enorme.

-¿Cree que la sociedad argentina tiene asimilada la pobreza, la desigualdad?

-Me decepcionaría muchísimo que la gente lo asimile y diga "bueno, las cosas son así, como son en Perú, en Bolivia", sería bastante doloroso como país que nos resignemos a eso, nos acostumbremos a eso. Los chicos que nacieron en los 90 hoy tienen 30 años más o menos. Cuando nacieron sus padres no tenían trabajo y nunca más tuvieron.

-Es la primera generación nacida y crecida en las villas.

-Claro, en la marginalidad total, en el desamparo total. Yo no me acostumbro a que la gente duerma en la calle, a que haya gente revolviendo basura. En mi casa éramos pobres, pero teníamos acceso a la educación, a la salud, mis padres trabajaban aunque ganaban muy poca plata, era distinto en un pueblo. La pobreza más urbana, la gente en la calle, las villas, lo empecé a conocer ya de más grande, pero no me puedo acostumbrar.
Fuente: El País

Enviá tu comentario